Vie 12.12.2003
las12

MúSICA

La princesa está triste

¿Qué tendrá la princesa del pop? ¿Será que está creciendo y confunde madurez con hiperactividad sexual? ¿Porque habla de los amores con su mano y después pide que no le pregunten sobre eso porque la avergüenza? ¿Y qué, acaso las niñas ricas no tienen tristeza? Conozca las tribulaciones de una hija de la industria.

› Por Mariana Enriquez

Hace quince días, Britney Spears lloró en televisión nacional (estadounidense). Fue en el programa de la entrevistadora estrella Diane Sawyer. La princesa no pudo soportar hablar de su pasado año: en México, abandonó el escenario porque llovía, después de cinco canciones, y el público le gritó “¡fraude!”; su novio la dejó; cada vez que cantó en vivo, la acusaron de hacer playback. “Fue todo muy duro, y raro”, dijo Britney, y se largó a llorar, rogando por favor suspender la entrevista. Todo el mundo la vio, y nadie dejó de preguntarse qué tendrá la princesa. Es que Britney es intangible. En el escenario, es un incendio. ¿Quién puede olvidar sus presentaciones en los Premios MTV, casi desnuda merced a un traje transparente, o abrazada por una boa? En los videos, es luminosa: la panza chata, el ombligo con piercing, inocente y perversa vestida de colegiala, transpirada y excitada en un club. Pero fuera de lo que parece su ambiente natural –cuando no está producida, cuando no está actuando, cuando no es puro y fantástico artificio–, Britney Spears naufraga. No sabe qué hacer. No sabe qué decir. Parece atemorizada, por momentos irritada. En el flamante In the Zone hay una canción llamada Touch of my Hand que habla de las delicias de la masturbación. Ahora bien, cuando le preguntan, Britney se ruboriza, dice que la canción es sobre “disfrutar de una misma”, y pide que por favor no insistan, porque le da vergüenza.
¿Qué es esto? ¿Es Britney una ingenua manipulada por productores, managers y ejecutivos? ¿Su pose naïf es eso, una pose, y estamos asistiendo a una maniobra de prensa elefantiásica pensada por una chica fría que finge dulzura y timidez? ¿O ninguna de las dos cosas? Britney es fascinante porque es indescifrable. Pero ahora parece perdida, demasiado frágil. Como una chica muy popular en la secundaria que, terminado el ciclo, después del baile de promoción, no sabe qué hacer con su pasada gloria. Britney está en transición. No se le hace fácil.
Es que parte del misterio de Britney se está develando, y no es algo agradable de ver. Hasta hace poco, jugaba con la ambigüedad: juraba que era virgen, pero se retorcía en los videos entre multitud de muchachos, cantando “soy tu esclava”. O, con un guiño, murmuraba: “No soy tan inocente”. Esa estrategia, que quedó clara en canciones como No soy una niña, pero todavía tampoco una mujer, empezó a desarmarse cuando la princesa se separó de su novio adolescente, el astro –y muy talentoso– Justin Timberlake. El joven, despechado, gritó a los cuatro vientos que Britney no era virgen, y que lo había engañado con uno de sus bailarines. Hasta le escribió una canción –muy buena–, Cry me a River. La jugada, cruel, la dejó descolocada. Inmediatamente, Britney respondió con una nueva imagen hipersexuada, el disco In the Zone que es puro erotismo, declaró que fumaba (y se la vio haciéndolo), dijo que alguna vez había probado marihuana, y se la vio a los arrumacos con el rudo Colin Farrell. Algo totalmente predecible. In the Zone es un buen disco pop (¿cómo no?), pero carece de algo que era central en la antigua Britney: la diversión. La princesa no la pasa bien. Confundiendo madurez con actividad sexual, Britney se lanzó a un personaje que claramente la excede: quiere ser una mujer, pero quiere seguir complaciendo a las niñitas que la adoran. Por lotanto, cuando besó en la boca a Madonna en los últimos premios MTV, se le echaron encima por corruptora de menores. Hasta Bette Midler la acusó de irresponsable. Ella sale a decir que no quiere ser un ejemplo para las niñitas, pero titubea. A lo mejor sí quiere. No tiene salida, por ahora.
Britney Spears tiene veintiún años, algo que es difícil de creer cuando se piensa en los números. Su primer disco, Baby, one more Time, vendió catorce millones; ella tenía diecisiete. El segundo, Ooops... I did it again vendió nueve millones. El tercero, Britney, fue un “fracaso”: vendió cuatro millones. Pero todos, inclusive In the Zone, llegaron al puesto número 1 la primera semana; no sólo es la primera mujer en lograr semejante proeza sino que acaba de superar la marca de Los Beatles. Su casa en Kentwood, Louisiana cuesta cuatro millones y medio de dólares. Ya recaudó más de cien millones en conciertos, escribió ocho libros, y McDonald’s y Pepsi le pagaron diez millones (cada uno) por hacer publicidades. Se vendieron sesenta millones de muñecas Britney, y ella se quedó con un 10 por ciento de las ganancias. Si algo está claro, es que Britney es una máquina de hacer dinero. La promotora de su éxito es Lynne Spears, su madre, que ya escribió ¡8! libros con su hija (desde los dos años la envió a clases de baile). Hija de la industria, Britney ya era una estrella a los ocho, en el Mickey Mouse Club. Por momentos, cuando se la ve tan incómoda, parece nostálgica de esos años de castings infantiles.
La mejor canción de In the Zone no es ninguna de las pistas bailables supereficientes donde su voz aniñada aparece oculta, como si todo conspirara para que el público sepa que la princesa no puede cantar. La mejor es Everytime, la respuesta a Justin, una balada al piano de rara ternura. Una tonta canción de amor que dice: “Mi debilidad te lastimó/ y ésta es mi manera de pedir disculpas”. Y antes: “Me siento tan pequeña/ creo que te necesito”. Entre tanta textura y sobrecarga, la elusiva Britney parece asomarse. Pero es apenas por tres minutos. Después vuelve el furor, los jadeos, el dúo con Madonna y la princesa del pop se desvanece en el aire, como si nunca hubiera estado allí.

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