Viernes, 22 de agosto de 2014 | Hoy
IN CóRPORE
En 1986, Rita Levi-Montalcini y Stanley Cohen descubrieron el factor de crecimiento epidérmico (EGF por sus siglas en inglés): una proteína que permitió comenzar a comprender cómo las células se comunican. En los ’90 aparecieron las fórmulas con EGF que, actualmente, es el activo más utilizado por sus propiedades regenerativas en tratamientos para la piel. En realidad, es como si se tratara de una curita pero en efecto natural. ¿Cómo es el mecanismo? Cuando se produce en la piel una herida o agresión, se desencadena un proceso inflamatorio. Para iniciar la curación, las plaquetas liberan EGF, cuya función es atraer un tipo específico de células –los osteoblastos– que aceleran el proceso de curación y permiten que la piel se repare a sí misma de una manera pareja y rápida. Al aplicar sobre la piel productos que contienen EGF, se activa el mismo proceso de regeneración del tejido. Es un simulacro de curación.
En la Argentina, hay una gama de productos de industria nacional –potenciados a partir de la crisis de 2001 en reemplazo de marcas importadas– que ya lo usan. Patricia Dermer es licenciada en Química, doctora en Análisis Biológicos, directora de Lidherma y pionera en el desarrollo local cosmético. Ella explica: “El EGF está especialmente indicado luego de peelings porque provee un alto nivel de nutrición. Y, en casos de pieles grasas o acneicas, un gel puede ser un excelente humectante diurno porque se absorbe rápidamente y ayuda a curar las lesiones. Asimismo, a las pacientes con pieles envejecidas o fotodañadas las ayuda a regenerar la piel para mantener la salud. Pero como la producción natural de EGF decrece significativamente en presencia de radiaciones UV –que son inevitables– la aplicación tópica de factores de crecimiento se transforma en un recurso muy útil para revertir los efectos del fotodaño”.
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