Sábado, 16 de agosto de 2014 | Hoy
Por Rudy
¿Como le va, lector? ¿Cómo anda todo? Sí, ya sé, ya lo conozco, hace casi 27 años que nos hablamos todos los sábados, así que tengo muy claro que usted me va responder con alguna de estas preguntas o afirmaciones:
¿ A qué te referís con eso de todo? ¿No te parece demasiado amplio el concepto?
¿No pensás que yo podría responder que me siento psicológicamente bien, físicamente con cierto dolorcito a nivel del glúteo, ecológicamente preocupado por las emanaciones gaseosas que día a día contaminan la Tierra, sexualmente satisfecho en un 85%, gastronómicamente deseante de una chocotorta, familiarmente hinchado, económicamente libre, socialmente justo y políticamente soberano?
¿Todo? ¿Y yo por qué tengo que saber cómo anda todo? ¿Qué soy yo, Dios, Freud, Diego, Griesa, mi mamá (que siempre sabe todo antes de que lo sepan sus vecinos), un multimedios, Lilita o Bill Gates?
Toda y Todo están bien, preparándose para el 2015.
Todo mal, todo mal.
Bueno, si consideramos que el todo es más que la suma de las partes, podríamos decir que no tenemos ni la menor idea.
Todo está como siempre.
Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor.
Todo lo que necesitás es amor.
Por eso, lector, por eso mismo, es que le tengo que decir que no es ésa la pregunta que le hago cuando le pregunto. En verdad, uno dice “todo” pero lo que quiere saber es cómo está “usted”.
Rara paradoja del narcisismo, que yo quiera saber “cómo está usted” y le pregunta en verdad “cómo anda todo”, como si pensara que usted es todo. Y luego, aplicar un extraño silogismo: “Usted es todo, y es un ser humano/ Yo también soy un ser humano/Luego: ¡Yo soy todo!”. Uy, ¡qué narciso suena eso!
Sin embargo, y aunque parezca una verdadera exageración, hay gente que de verdad cree que es todo o, si no todo, todo lo que importa. Lo único que importa es él mismo. O ella misma. O, peor aún, una pequeña parte de él mismo, o de ella misma. Para ser más exactos, su ombligo.
Y no estoy hablando de “momentos”, que todos podemos tener –y seguramente tenemos– de introspección, en los que de verdad nos cuesta ver más allá de nuestra nariz (por más corta o larga que ésta sea, el tamaño no importa), o de cierta depre que nos tiene atrapados allí. Eso es muy humano. Y lo otro, la soberbia extrema, también.
Hay gente –y usted los habrá visto, escuchado, leído– que necesita ser protagonista. Siempre, de todo. Que no puede dejar de opinar ni de “la importancia del incremento del cultivo de chia en el balance de la alimentación de la lombriz caucásica”, suponiendo que tal cosa existiera, y tuviera alguna clase de importancia, dato que desconocemos.
Usted va a verlos en la radio, en la tele, en los diarios, diciendo que “el gobierno no se ocupa lo suficiente de la lombriz caucásica” y/o que “no entendemos por qué los medios se ocupan de las lombrices, cuando ‘yoooo’ me estoy ocupando de los gusanillos babilonios, que son mucho más interesantes”. O lo que sea, la búsqueda de protagonismo que lleva a intentar desmerecer hechos que conmueven a todo el país, como la recuperación de un nuevo nieto por parte de las Abuelas, solamente por dar un ejemplo.
Quizás también sea ese narcisismo, u ombliguismo militante, el que lleva a pensar la política, la economía, la familia o lo que sea de alguna particular manera. Por ejemplo, el discurso de aquellos que opinan que “hay que pagarles a los fondos buitre porque así lo dijo el juez Griesa, y listo”, sin considerar que ese pago sería una especie de suicidio social, y que no hay ninguna clase de ley, ni nacional ni internacional, que promueva el suicidio. Ni tampoco que, si compraste algo a 5 centavos, y lo querés vender a un peso, a alguien estás garcando, ya sea al que te lo vendió tan barato, o al que querés que lo pague tan caro.
Ahora, lector, reconozco que “pedirle ética a un buitre...”. Discúlpeme, reconozco cierta ingenuidad, cierto optimismo irredimible que me hace pensar que ciertas cosas son posibles, simplemente porque están buenas, porque nos hacen bien, más allá de leyes, y sobre todo de códigos, de leyes no escritas, que la gente cumple con mayor ahínco que las escritas, porque “en la tele dijeron que esto es así”.
Pero quizá gracias a ese “sentido común” que no es otra cosa que prejuicio, muchas cosas, grandes o pequeñas, que podrían salir bien, salen mal.
Y, uy, ¡mire adónde fuimos a parar a partir de ese “cómo anda todo”, lector! ¿Sabe lo que pasa? ¡A nosotros nos dijeron que “volvió la Guerra Fría”, y nos agarró un escalofrío! Nos acordamos de aquellos tiempos, los ’60-’70, el mundo convulsionado, un hervidero de ideas. El futuro a la vuelta de la esquina, y todo eso. Y nos parece que ahora... no.
Pero tampoco queremos la Guerra Fría. Ni diríamos “hagamos el amor frío, no la guerra fría”... No, el amor frío tampoco nos va. Entonces hagamos... hagamos... hagamos..., ¡ya sé!, ¡hagamos chistes!
Ahí está, lector, nuestra respuesta. En este suplemento.
Hasta la semana que viene.
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