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Viernes, 5 de septiembre de 2014

MEDIO ORIENTE

Dos veces cercadas

El recuento de víctimas de la última ofensiva del Estado de Israel sobre Gaza, aun cuando dan una idea de la magnitud del sufrimiento de esta población sitiada, apenas son un atisbo de lo que significa la vida cotidiana en esa franja de territorio cercado por un muro de más de 700 kilómetros detrás del que vivir y sobrevivir apenas se diferencian y donde las mujeres y las niñas están doblemente encerradas. Porque además de la agresión de las armas padecen el fundamentalismo religioso que ahora encarna la resistencia y que recorta todavía más sus derechos a una vida libre de violencia, a participar en la vida pública, a decidir sobre sus cuerpos, hasta a viajar en moto en el asiento de atrás. La activista Claudia Korol acaba de volver de Palestina y transmite sus intentos por interpretar los relatos de dolor y resistencia, de la esperanza como única opción, porque, dice, entender cabalmente es imposible.

 Por Claudia Korol

“En todas las guerras del mundo la gente sufre, pero las mujeres por lo general sufren doblemente, porque asumen la responsabilidad por lxs niñxs, por alimentar a sus familias... Las mujeres generalmente son las más pobres de los pobres. Si cuando sos pobre no tenés nada, las mujeres tienen menos que nada.”

Quien habla es Salam Hamdan, activista feminista palestina con quien compartí un taller sobre Educación emancipatoria –organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo–, que se inició antes de la tregua y continuó después. “Después de tres devastadoras guerras en Gaza, no puedo ni empezar a describir la cantidad de sufrimiento de las mujeres y del pueblo palestino.”

Salam Hamdan trata de explicar lo inexplicable. La escucho conmovida, tratando de encontrar algunas claves que me ayuden a interpretar lo que estoy viviendo. Interpretar, porque no es posible “entender”. La rabia y la indignación son la respuesta inmediata ante la constatación cotidiana de la violencia como lenguaje central del poder colonialista.

El apartheid

Salam describe esta realidad lacerante: “En Gaza no hay modo de escapar. Es una prisión cerrada. Las mujeres no pueden salir con sus niños y niñas. Grandes partes de Gaza han sido devastadas en el 2008, en el 2012, y ahora en el 2014. Muchas familias han perdido sus casas y se han convertido en refugiadas. Muchas viven en escuelas. Eso hace que la situación –especialmente para las mujeres– sea muy, muy dura en términos de higiene, de hacerse cargo de la familia, de la exposición personal... La vida privada compartida con los demás es difícil. No pueden moverse, no pueden vestirse libremente... Miles de personas viven hace años en escuelas, porque no tienen ningún otro lugar. Todos los días, de mañana, mujeres, niñas, niños, hombres hacen largas filas para usar las pocas instalaciones sanitarias que tienen esas escuelas. Estas mujeres están realmente angustiadas, porque muchas están embarazadas, o amamantando, o menstruando, y necesitan otras condiciones higiénicas. Ahí, las mujeres también están expuestas al acoso sexual y a veces sufren violaciones”.

Señalan las organizaciones de mujeres palestinas que no hay mujer en Gaza o Cisjordania que no tenga en su familia hijos o maridos que no estén en prisión o hayan fallecido. La alta tasa de natalidad, unida a la escasez de trabajo, al hecho de que sus viviendas han sido destruidas o han sido ocupadas por el ejército israelí, sumada a la sanidad deficiente, a la escasez de agua potable (las principales fuentes de agua las ha ocupado Israel para sí), y la falta de movilidad de una región a otra por la fragmentación territorial, las intimidaciones en los puestos de control, hacen la vida de una dureza impresionante provocando también un enorme estrés y angustia. Un problema fundamental es el de la falta de trabajo. Denuncian las organizaciones de mujeres de Palestina, que el crecimiento dramático del desempleo y la pobreza, afectan la alimentación y la salud de las mujeres. El estudio “Gaza en 2020: ¿un lugar habitable?”1, publicado en agosto de 2012 por la Organización de las Naciones Unidas, menciona que el 47 por ciento de las mujeres no tenía trabajo a principios de ese año. El 80 por ciento de las 1,7 millones de gazatíes dependen de la asistencia alimentaria, y una gran proporción sufre desnutrición y anemia. La anemia afecta al 36,8 por ciento de las mujeres embarazadas de Gaza, contribuyendo al 20 por ciento de las muertes maternas.

Según cifras de la Oficina Estadística Palestina, las mujeres están sufriendo también el aumento de la prostitución y del sida. Muchas son mujeres casadas, desde muy jóvenes, que fueron empujadas por sus propios maridos a estas actividades para salvar la economía familiar. De acuerdo con estas estadísticas, “suelen ser esclavas de sus parejas, y la mayoría de ellas, un 62 por ciento, han sufrido maltratos. La legislación no las protege. En casos de violación, se distingue a las que son vírgenes de las que no lo son. La pena por forzar a una mujer no virgen es mínima, irrisoria. Están desprotegidas, tanto frente al abuso físico, como si contraen enfermedades de transmisión sexual como el sida”. Se señala en este informe: “Las palestinas perciben la guerra como un genocidio, por eso quieren seguir pariendo hijos, a pesar de las dificultades”. Parir, como resistencia...

Los números de la barbarie

La devastación es el denominador común no sólo en Gaza, sino también en otras regiones de Palestina. En esta última de las guerras israelíes contra Gaza, hay en menos de dos meses más de 2200 muertos. De ellos 550 aproximadamente son mujeres. Alrededor de 500 son niños y niñas. Hay más de 11 mil heridos y heridas, 13 mil personas con sus casas totalmente destruidas, que se agregan a las 250 mil personas sin techo, viviendo en refugios como consecuencia de las tres guerras anteriores. Mientras esto sucede en Gaza, en Cisjordania, en el mismo período, fueron asesinados por las fuerzas militares israelíes 32 palestinos y palestinas. Hay 1397 palestinos heridos. 1753 fueron detenidos.

Esta geografía de destrucción está atravesada por un muro levantado por Israel, que tiene ya construidos 728 km, de 6 a 8 metros de alto. El muro desgarra el paisaje y las vidas en zonas urbanas y rurales. Es una mole de cemento que muestra la soberbia de la política de ocupación. En todos lados el muro dice: “Aquí estamos”.

Una vuelta al fundamentalismo

Además de la ocupación, las mujeres palestinas sufren también el resultado del crecimiento del fundamentalismo religioso, que es consecuencia en gran medida de las heridas provocadas por la guerra.

Explica Salam: “Ahora tenemos un gran problema social, especialmente para las mujeres. Hamas es un movimiento muy religioso. Contribuyó al desplazamiento de las mujeres de las esferas públicas. La aumentada popularidad de Hamas significa un futuro difícil para las mujeres y para los grupos progresistas”.

En enero de 2006, el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) fue presionado por la Autoridad Palestina y el gobierno estadounidense a participar en las elecciones. Hamas ganó las elecciones en Gaza, con más del 70 por ciento de los escaños parlamentarios. Pero quienes le exigían democracia y elecciones no respetaron el resultado. Desde entonces, los israelíes han sitiado todos los territorios palestinos en Cisjordania y Gaza. La Autoridad Palestina en Cisjordania, acusada de una gran burocratización, corrupción, y que cuenta con el apoyo del gobierno estadounidense y de algunos regímenes árabes como Egipto, comenzó a perseguir a Hamas y a sus simpatizantes.

En junio de 2007, Hamas asumió el gobierno en Gaza. Israel y Egipto reaccionaron imponiendo el estado de sitio y un absoluto aislamiento. Sin embargo, al lograr liderar la resistencia a la ocupación, la popularidad de Hamas aumentó, ya que quedó como la fuerza capaz de garantizar la resistencia.

Esto trae dificultades adicionales para las mujeres. El gobierno de Hamas ha significado la imposición a las mujeres de nuevas medidas de control de su vida, de su sexualidad, de disciplinamiento de sus cuerpos. Se volvió a imponer el uso del pañuelo en la cabeza, cubrir su piel, la prohibición de fumar pipa de agua en espacios públicos y de viajar en el asiento trasero de motocicletas (entre otras medidas conservadoras). El fundamentalismo religioso pretende recluir a las mujeres en la vida privada donde, además, ha aumentado la violencia contra las mujeres.

“Nuestra esperanza no es sólo terminar con la ocupación israelí, en lo que la mayoría de las palestinas y palestinos coincidimos. Es necesario también pensar en una vida sin violencia, con libertad, con justicia para las mujeres y para todas las formas diferentes de pensamiento”, concluye Salam.

Niños, niñas, presente, futuro

La psicoanalista y psicodramatista internacionalista Ursula Hauser, que viene realizando talleres de psicodrama en Palestina, escribe en un artículo: “La desesperación que vemos en los ojos de niños y niñas, mujeres y hombres, son una acusación contra el silencio instalado, el estupor callado que es síntoma de indiferencia o resignación. Los pequeños palestinos quieren ser mártires, porque así piensan reivindicar la dignidad de su pueblo, de sus padres asesinados, de sus madres insultadas. Sin duda alguna, esta actitud de desesperación es contraria a su deseo de vivir: están llenos de risas, de ganas de jugar, y no solamente con pistolas. Pero vivir sin terror, vivir una vida humana y no de perros golpeados. El miedo, el odio y la desesperación crecen con la represión y el maltrato, en una espiral de violencia incontrolable. No es de asombrarse que en esta situación se desarrollen los fundamentalismos en ambas partes, y que falte el espacio para la discusión y la reflexión racional. ¿Y si las palabras no valen, si los gritos no son escuchados?2” Los niños palestinos hacen sus propias lecturas de la realidad. Aprenden a sobrevivir muchas veces en soledad, o en el desamparo de los campos de refugiados. En un recorrido por Ramalá, nos detenemos frente al muro levantado por Israel, “intervenido artísticamente” por colectivos de muralistas internacionalistas. Se suceden en esas pinturas escenas de la resistencia. Frente al mismo, un grupo de niños tira piedras contra el cemento. Todavía la Intifada sigue haciendo puntería, y dibujando la dignidad en la memoria colectiva.

La educación popular, en la experiencia cotidiana de vencer a la barbarie

Ruba Totah, educadora palestina que trabaja con niños, niñas y jóvenes en talleres de estímulo a la lectura y escritura nos dice: “La ocupación israelí nos niega el derecho a la educación. Lo hace desde sus intenciones de colonizarnos. A nuestras familias las pueden asesinar, pueden destruir nuestras vidas varias veces, y hay que volver a empezar. Por eso es tan necesaria la educación emancipatoria. Para resistir desde nuestras propias posiciones, ideas, cultura, el racismo y la dominación”.

Ruba nos muestra imágenes de una Gaza devastada. Realizamos a partir de ellas un ejercicio de escritura. Salam escribe un relato que nace de su experiencia personal: “Mis pies me guiaban. Mi cabeza estaba en las nubes. Escombros. Sólo escombros y más escombros alrededor, arriba y abajo mío. Llegué al salón de bodas, donde mi hermano se suponía que se casaría hoy. Lo vi sentado en un escalón bajo las luces brillantes, sonriéndome. Fui la única invitada que participó de esta fiesta. Caminé por entre los escombros del salón, tratando de llegar hasta donde él estaba, pero se desvaneció... Salí a la calle con el corazón pesado. No podía llorar. Mi garganta estaba seca. Miré hacia arriba buscándolo. Allí había un gran arco iris abrazando con sus rayos de luz las casas destruidas a su alrededor... Lloré”.

La educación emancipatoria, en este contexto, tiende a rescatar las historias y las vidas, la identidad y la cultura que quieren ser borradas por la colonización sionista. La pintura, el canto, la danza, el teatro de los oprimidos y oprimidas, la poesía, son parte de esa búsqueda que intenta evitar que la desesperación empuje a las y los jóvenes a otras respuestas autodestructivas, como la droga, el suicidio, o el fanatismo religioso.

Ser feminista en Palestina

“¿Por qué sos feminista?”, le pregunto a Salam, intentando imaginarme cómo es ser feminista en un país en guerra, donde en la propia resistencia la dominan sectores fundamentalistas en sus visiones sobre las mujeres. Ella nos vuelve al relato personal: “¡Buena pregunta! En primer lugar, tuve la suerte de nacer en una familia comunista. Tuve por ello muchas oportunidades que otras niñas, y luego, muchachas a mi edad no tenían. Me enseñaron qué significa la igualdad y la equidad, y por ese conocimiento a temprana edad fui capaz de darme cuenta del nivel de opresión que existe en mi sociedad contra las mujeres. Supe identificar las opresiones cuando las veía, mientras otras mujeres que no tenían estos conocimientos creían que eran condiciones dadas por Dios, que para eso nacimos, y que está en la naturaleza de las cosas. Hay otro aspecto personal que agregar. De niña, por algún período de mi vida, tuve que depender de mí misma. Porque mi padre estuvo preso muchos años por luchar contra la ocupación israelí, y mi mamá tenía que atender a mi hermana que sufría de cáncer. Yo solía viajar y vivir con mis parientes en distintos lugares, y me hice fuerte así. Aprendí a hacerme cargo de mí misma, a defenderme a mí misma y a luchar por mis derechos”.

Comparte Salam algo de sus experiencias con grupos de mujeres: “Doy talleres de género, participo de sesiones de reflexión organizadas por distintos grupos de mujeres. Yo les digo que respeto su opción y orientación religiosa –realmente la respeto–, pero que hay una clara distinción entre la religión, en tanto sentimientos de espiritualidad, en esta relación íntima y privada que establece cada cual, y la religión como asunto político público. Es muy importante construir respeto y confianza. Luego iniciamos una discusión abierta, donde acordamos poner todos los tabúes sobre la mesa y los discutimos juntas, escuchando los puntos de vista de las demás. Después de haber acordado que tenemos que estar abiertas, esta técnica –es como magia– siempre funciona, porque las mujeres siempre acuerdan discutir los tabúes. Religión, sexo, política. Luego empezamos a dialogar tratando de conocer y analizar todos los aspectos. No quiero convertirlas a mi ideología, ése no es mi propósito. Sólo quiero lograr que se hagan preguntas y que se cuestionen algunas cosas por sí mismas. Por supuesto, este trabajo está lleno de desafíos, porque crear conciencia en las mujeres en cuanto a sus derechos no es suficiente cuando no pueden cambiar su realidad política y económica. Una vez estuve en uno de los pueblos del sur de Palestina. Yo hablaba y las mujeres aprobaban lo que decía. Hasta que una mujer de unos cincuenta años me dijo: “¿Y ahora qué? Ahora cambié, conozco mis derechos, sé que está mal que mi marido me golpee y me oprima. Pero yo no tengo trabajo, vivo en un país ocupado. No puedo cambiar esta realidad. Estoy más triste y más enojada ahora, porque ahora sé que no está bien lo que me está pasando, pero no puedo cambiarlo”.

Después de la tregua

¿Qué significa esta paz precaria que se ha logrado? Una vez logrado el cese del fuego, que trae alivio a las familias palestinas, se abren en la resistencia numerosos debates. ¿Cómo reconstruir parte de lo devastado? ¿Quiénes ganaron con la guerra y quiénes perdieron? ¿Qué viene ahora?

Dentro de Israel, las tendencias que surgen después de la firma de la tregua, fortalecen a los sectores más derechistas que aspiraban a la destrucción total de Palestina y a la rendición de las fuerzas de la resistencia. A pesar de todo el poder de fuego de Israel, esto no ha sucedido. La resistencia ha logrado niveles de unidad durante la guerra y se ha fortalecido su popularidad.

Pero ¿qué implica en este contexto, el fortalecimiento de una corriente que apoya su “moral” en el fundamentalismo religioso? Algunas feministas que participan de partidos de izquierda, piensan que la misma experiencia realizada en la guerra, obligará a Hamas a adecuar sus posiciones y a ser más respetuoso de otras corrientes de izquierda y progresistas, y de las mujeres. Salam sostiene que esto no será beneficioso para las mujeres ni para los sectores de izquierda.

“En este momento tenemos muchos desafíos. Estamos ante el problema de la división de las fracciones políticas que forman la resistencia. Tenemos una división geográfica que acentúa la fragmentación del país: Cisjordania está separada de la Franja de Gaza, lejos de Jerusalén. Eso implica también una fragmentación socio-económica. Otro de los desafíos es la creciente confiscación de tierras por parte del Estado de Israel en Cisjordania, y el crecimiento de los asentamientos israelíes. La fragmentación territorial, impuesta como resultado de los Acuerdos de Oslo –realizados en 1993 entre la Organización para la Liberación Palestina y el Estado de Israel– divide al territorio reconocido por esos acuerdos como “palestino” en tres zonas (A, B y C), con diferentes modelos de administración y de control militar. Pasar de una zona a la otra suele ser imposible para ellos, pero también esta fragmentación avanza al interior de cada zona, porque Israel, violando abiertamente esos acuerdos, sigue asentando poblaciones en cada uno de los territorios, e imponiendo una lógica basada en el miedo, el aislamiento, la privación del acceso a derechos básicos como el derecho al agua, a la vivienda, y fundamentalmente, la amenaza a la vida.” Después de la tregua, Israel autorizó la construcción de 1472 nuevos asentamientos judíos en tierras confiscadas a los palestinos, en la región de Cisjordania. Serían asentamientos para 6000 colonos.

Analiza también Salam: “Otro gran desafío es la situación regional, los acontecimientos en el mundo árabe. Hay muchos problemas, guerras civiles. Se empezó con revoluciones y derivó en grandes guerras civiles como en Siria o en Irak, hay muchos problemas en Egipto... Eso hace que estos países estén ocupados con sus propios asuntos y no le estén prestando atención a Palestina. Por supuesto que esta situación produce frustración, y tal vez refuerce a los movimientos religiosos extremistas”.

Nos pide finalmente que no olvidemos a Palestina. Que incrementemos las acciones solidarias. Que reforcemos las iniciativas del boicot a Israel, impulsadas entre otros por grupos de mujeres de la resistencia. Que demandemos a los gobiernos que rompan relaciones con Israel, con el apartheid que ahí se impone al pueblo palestino. Decir no al apartheid organizado por el sionismo. Declarar en nuestras ciudades, barrios, países, “territorios libres de apartheid”.

De Palestina no se regresa, pienso. Una parte mía queda aferrada a esa tierra. A ese pueblo, a esas mujeres que día a día vuelven a levantarse, a sembrar la vida, a cuidar el presente y el futuro. Una parte mía, sigue pensando en qué tipo de humanidad construimos, si no somos capaces de mirar lo que ahí está sucediendo. Mirar, oír, sentir, pensar, y actuar. Para los pueblos que sabemos qué es un genocidio, no caben vacilaciones frente a semejante impunidad.

¿Cómo hacés –le pregunto a Salam– para sostener la fuerza y la esperanza en la lucha? Me responde: “No tengo otra opción más que tener esperanza”.

Se trata, pienso, de que la esperanza siga teniendo lugar en nuestras resistencias, en nuestras solidaridades. Se trata de hacer nuestra propia Intifada contra la indiferencia. Se trata de seguir sembrando libertad.

1 http://www.unrwace.org/gaza.-proyecciones2020.html

2 Publicado en el libro Entre la violencia y la esperanza. Escritos de una internacionalista. Editorial Acuario. La Habana. Cuba.

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