Viernes, 5 de septiembre de 2014 | Hoy
VISTO Y LEÍDO
Medea, la novela policial que versionara Christa Wolf en 1996, se reedita gracias a Cuenco de plata en una nueva traducción donde el personaje femenino cobra la fuerza de una heroína contemporánea.
Por Alejandra Varela
Ella es una mujer incrustada en una sociedad que la ve como salvaje. Una extranjera que quiere enseñar la rebelión a una ciudad que ha hecho del ritual un acto cómplice y asesino. Medea descubre que Corinto ha sido fundada sobre un crimen. Mientras esta hechicera tan irresistible debe soportar el odio de un pueblo que le canta el recuerdo de la muerte de su hermano con una persistencia que la vuelve siempre culpable, se enfrenta con el secreto del asesinato de Ifínoe como en un espejo. Matar a los hijos y querer arrebatarles el poder a los padres es una práctica casi ineludible cuando la posibilidad de un mundo gobernado por mujeres se hace tan próxima como la irrefutable habilidad de Medea para sacar a la ciudad de Corinto del hambre. No desde la magia, sino desde la razón, desde la ruptura imperdonable con lo sagrado.
Christa Wolf, en su versión narrativa de Medea, busca reconstruir el territorio de complejidades que desembocan en la tragedia griega. La escritora polaca hace de Medea un relato policial donde todo lo que en la dramaturgia de Eurípides quedaba en el territorio de lo obsceno o en el canto intervenido de un coro que se deshilachaba en una serie de personajes secundarios, es en esta novela una trama puesta en cuestión, que no personaliza la desmesura sino que la convierte en una práctica política, donde el pueblo pasa a ocupar un lugar central, definitivo.
En la Medea de Wolf hay estrategia, no sólo la pasión ciega que la lleva a traicionar y matar. Ella planea robarle el Vellocino a su padre para disputarle el poder, para arrancarle ese símbolo de la fertilidad masculina. Jasón es un instrumento y una conquista.
A Medea se la acusa del crimen de su hermano porque ella descubrió el mayor crimen político. Wolf toma del teatro la oralidad y así construye una reescritura desde el punto de vista de cada personaje. Ese cambio del narrador en primera persona pone en crisis el relato mitológico mientras se alimenta de su propia construcción. Cada personaje expone su versión de la historia donde un crimen tapa a otro crimen, donde la culpa funciona como una señal de verdad.
En la estructura de esos relatos habrá un hecho ya ocurrido al que se buscará describir para entrar en tensión con el drama de Eurípides. Para Wolf la verdadera muerte es el sacrificio de la primera hija de Creonte, aquella asesinada por sus propios padres porque podía ocupar su lugar en el reino. Matar a los hijos, destruir a las nuevas generaciones, era una voz que retumbaba en el texto de Eurípides más allá de los celos y el abandono. Los jóvenes no tenían nombres, eran fantasmas. Aquí son la aparición de una tradición que despierta un pasado donde las mujeres gobernaron la Cólquida.
Como lo escribía Pier Paolo Pasolini cuando pensaba su Orestíada africana, los padres libran guerras públicas o secretas para deshacerse de sus hijos y buscan evitar las consecuencias. Para que la culpa no los visite, manchan a Medea, le inventan un dolor por un crimen que no cometió, porque ella es brutal, impredecible, imposible de domesticar.
Mientras Jasón consigue negociar con el poder, Medea ve en esas muertes la oportunidad de un cambio político que nunca podrá realizarse, la permanencia de un orden que ella también representaba en la tragedia de Eurípides. Aquí Medea se pone del lado de los muertos y enfrenta a los padres que hacen de sus hijos brillantes una pila de huesos a esconder en algún sótano del palacio.
Si la Medea de Eurípides no tenía la dimensión de un héroe porque su acción no estaba cargada de un sentido colectivo, de un valor religioso o político que pudiera establecer nuevas condiciones en la vida de su entorno, en la narrativa de Wolf Medea es esa mujer impensada que se sacrifica por una verdad, por la revelación de un asesinato político que impulsa el sometimiento. En esta lectura de Medea como heroína, la figura de Glauce (la otra hija de Creonte, la joven que se convertirá en la esposa de su amado Jasón) es el emblema de una descendencia opaca, sumisa, sin ideas ni cuestionamientos, la chica sin carne que no despierta deseos en Jasón. Una juventud sin novedad a la que Medea engaña y estrangula con su vestido de bodas envenenado. Aquí no hay despecho sino justicia. Señalamiento público de una ley que ubica a Medea en el lugar de los dioses y la expulsa fuera del tiempo como un ser imposible.
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