Viernes, 26 de septiembre de 2014 | Hoy
violencias Otra vez como hace cinco años en el Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín con la ganadora Caster Semenya, una deportista es sometida a la inspección de la policía del sexo de los comités olímpicos. Dutee Chand, corredora de la India, está acusada de tener demasiada testosterona y conminada a “normalizarse”, ya sea con cirugía o con medicamentos.
Por Mauro Cabral
Hace cinco años, y tras ganar la final del Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín, la corredora sudafricana Caster Semenya debió enfrentar una de las dos sospechas principales en el mundo del atletismo de elite. No se trataba de la sospecha sobre la falsedad del rendimiento físico –la del doping– sino de la sospecha sobre la verdad del sexo: ¿era una mujer? Su apariencia, su velocidad y, al parecer, la cantidad de testosterona en su sangre parecían validar el cuestionamiento. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (o IAAF, por sus siglas en inglés) obligó a la atleta a pasar por exámenes físicos y psicológicos y su privacidad fue vulnerada al infinito en los medios y las redes sociales.
Cinco años después, otra atleta se enfrenta a la misma policía deportiva del sexo: Dutee Chand, corredora nacida en la India, supo a través de los medios de comunicación que no podría participar de los Juegos de la Commonwealth en Glasgow este año. De acuerdo con la IAAF, el nivel de testosterona que produce naturalmente su cuerpo es demasiado alto respecto de los valores femeninos promedio. Más aún, su participación en los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en el año 2016 ha sido sujeta al cumplimiento de una entre dos condiciones: o bien someterse a una cirugía “normalizadora” o bien someterse un tratamiento farmacológico igualmente “normalizante”. Cualquiera sea su elección, la opción parece ser solo una: someterse.
La obsesión del Comité Olímpico Internacional (COI) con la verificación del sexo data de hace tres cuartos de siglo. A mediados de la década del ’40 comenzó a requerir a las atletas la presentación de certificados médicos para poder competir. La decisión formal de regular el control se institucionalizó en 1964; con vistas a los Juegos Olímpicos de Tokio y se creó una comisión médica destinada a monitorear tanto los casos de doping como los de sexo dudoso. En el año 1968 se introdujo el análisis de cromatina sexual (el cual permite distinguir entre cromosomas XX, habitualmente atribuidos a las mujeres y cromosomas XY, habitualmente atribuidos a los hombres). Ese examen también incluía exámenes ginecológicos y análisis hormonales a fin de precisar el sexo de cada una de las atletas en cuestión. En la década de ’90 se introdujo el análisis de ADN, pero en el año 1999 el COI aceptó suspenderlos con vistas a los Juegos Olímpicos de Sydney. Sin embargo, los controles están de regreso.
Desde los ’40 a esta parte los distintos exámenes médicos solicitados a las atletas de elite han tenido como principal objetivo declarado impedir la participación fraudulenta de un hombre en competencias reservadas para mujeres, asociando de manera natural e inmediata la masculinidad con el aventajamiento deportivo y, claro está, con la victoria. La verdad es que nunca descubrieron a ninguno, ni a uno solo. Sin embargo, el dispositivo de control ha servido históricamente para identificar, marginar y excluir a las atletas intersex y a todas aquellas que no satisfacen los parámetros normativos acerca del deber ser corporal de las mujeres.
La regulación deportiva del género suele justificarse mediante una premisa tan aceptada como infundada: las atletas cuyo cuerpo produce más testosterona gozan de una supuesta ventaja competitiva respecto de aquellas atletas cuyo cuerpo produce menos. Esta premisa se ha aplicado incluso en aquellas circunstancias en las que la testosterona no produce virilización alguna en la apariencia de las atletas, por ejemplo, cuando se trata de mujeres con cromosomas XY y cuyo cuerpo produce testosterona pero es incapaz de reconocerla (es decir, mujeres con insensibilidad total a los andrógenos). Tal fue el caso, por ejemplo, de la atleta española María José Martínez–Patiño, quien fuera descalificada –y públicamente humillada– en el año 1985, cuando sus análisis genéticos revelaron que tenía cromosomas XY. Martínez–Patiño cuestionó abiertamente la relevancia de esa revelación, a lo largo de un proceso de más de tres años, demostrando que para las atletas con insensibilidad a los andrógenos un cromosoma Y no constituye ventaja hormonal alguna. De hecho, estudios recientes apuntan a desmantelar no sólo la vieja convicción que aseguraba que la testosterona es la principal causa de la ventaja deportiva de los hombres sobre las mujeres (apuntando, en cambio, por ejemplo, a la conformación esquelética y a la estructura muscular, entre otros factores posibles) sino también esa creencia, más vieja aún, en dos sexos fácilmente distinguibles con unas pocas excepciones en el medio, crecientemente reemplazada por el reconocimiento de un continuum hormonal innegable.
Tras la avalancha de críticas por el maltrato contra Caster Semenya, la nueva política implementada tanto por el COI como por la IAAF a partir del año 2011 ya no apunta a decidir quién es o no es una mujer. Ahora se trata de detectar a las atletas con hiperandrogenismo –es decir, a aquellas cuyo cuerpo produce más testosterona que el fijado como standard femenino– y a obligarlas a elegir entre procedimientos químicos o quirúrgicos de feminización hormonal o a resignar su carrera deportiva. Y si bien los tratamientos médicos son planteados desde la perspectiva de la salud de las atletas, lo cierto es que incluyen la “corrección” quirúrgica de variaciones corporales que nada tienen que ver con la práctica deportiva: cuatro atletas cuyo cuerpo encarna otra variación corporal intersex (conocida como déficit de 5alfa reductasa) han sido sometidas a cirugías para extirpar sus gónadas y para reducir el tamaño de sus clítoris –una intervención cruenta y mutilante absolutamente innecesaria desde el punto de vista médico, y también desde el deportivo.
A lo largo de la historia reciente muchas atletas han sido obligadas a obedecer las reglas generizadas y medicalizadas del deporte de competición; algunas obtuvieron sus certificados de feminidad tras revisaciones invasivas y humillantes, otras atravesaron calvarios endocrinológicos y quirúrgicos para obtenerlos; algunas fueron expuestas como presas de una cacería mediática, y otras compiten en la misma invisibilidad que las vulnera y las protege. Dutee Chand eligió resistir y no someterse. Ella quiere correr, y vos podés seguir y apoyar su lucha de cerca, a través de la página www.letdute erun.org y, en Facebook, entrando a FairnessForDuteeChand. Informate, difundí, dale tu apoyo hoy mismo, porque es así: en un mundo que gobierna hasta la química infinitesimal de nuestros cuerpos, si ella corre ganamos tod*s.
Si te reconocés en estas o en otras historias intersex, si sabés que te sometieron (o suponés que pueden haberte sometido) a intervenciones de normalización corporal, si tenés dudas o querés saber más, escribí a [email protected]
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