Viernes, 24 de octubre de 2014 | Hoy
DERECHOS
Fabiana Donati no había pensado en adoptar hasta que se lo propuso un juzgado de Familia. Desde hacía cuatro años, como voluntaria de un hogar, ella había generado un vínculo con una niña que entonces tenía 9 y pedía vivir con ella. Donati se convirtió en madre sin haberlo buscado y como tal quiso que su hija mantuviera el contacto con sus hermanos, adoptados por otra familia. Pero cada vez que los chicos visitaban su casa suplicaban por ayuda: sufrían maltratos cotidianos y crueles. Seis años de denuncias en distintas reparticiones judiciales pasaron para todos, hasta que un día desde el mismo juzgado volvieron a llamar a Fabiana: o se llevaba a los chicos con ella o tendrían que volver a un hogar. Ahora es madre de tres adolescentes de 16, 14 y 13 sin seguimiento alguno por parte de quienes le dieron la guarda. Es una historia de amor y compromiso pero también una muestra clarísima de cómo los derechos de niños, niñas y adolescentes naufragan tal como está ahora la institución de la adopción, y de lo urgente que es que empiecen a aplicarse las modificaciones que trae el nuevo Código Civil y Comercial.
Por Roxana Sandá
Hace cuatro meses, Fabiana Donati y su hija adoptiva, Sol, charlaban sobre cuestiones vagas de las tareas cotidianas que comparten en una casa de dos ambientes del bajo de San Isidro. Era día de semana y decidieron descansar por un rato del drama que las mantenía atrapadas hacía ya seis años, cuando Martina y Juan, los hermanos de Sol, fueron dados en guarda a un policía y su mujer en la localidad de Marcos Paz. Nada fue progresivo: los maltratos y acosos comenzaron desde el momento en que los chicos abandonaron el hogar de tránsito Familias de Esperanza para irse con esa familia. Cada vez que visitaban a su hermana lloraban implorando que los sacaran de esa casa donde eran castigados, amordazados, violentados a los golpes y en forma verbal. Fabiana recurrió a la Justicia de Menores de San Isidro, que habilitó esa entrega e ignoró los reclamos desde un principio; realizó denuncias, peleó hasta el cansancio con –a esta altura podría decirse– los apropiadores de los chicos. Por años los informes psicológicos y socioambientales siguieron beneficiando a esas personas. Por años, en los despachos judiciales la ignoraban, siempre y cuando no pusiera muy nerviosas a sus señorías. Entonces la echaban con la amenaza de iniciarle acciones por calumnias e injurias.
Hasta esa tarde de junio, cuando recibieron un llamado que cambiaría sus vidas para siempre. Desde un juzgado de Familia de Mercedes, a cargo de la guarda de Martina y Juan, citaron a Fabiana para confirmarle lo que ella venía denunciando a gritos. Parecía una burla que funcionarios judiciales se desayunasen con que los chicos sufrían maltrato físico y psicológico, sus vidas corrían peligro y era imperioso que fueran a vivir con ella, “porque si no volvían a ser institucionalizados”. No cayó al primer segundo, creía que se trataba de una amenaza encubierta o una broma de mal gusto. Para cuando se le cayó el velo de los ojos, entendió que durante seis años de sus vidas esos niños estuvieron en el lugar equivocado por desidia, soberbia y negligencia del Poder Judicial, el más hegemónico de los poderes.
Se le vino el mundo encima. Todavía estaba aprendiendo “a ser madre” de Sol y era cierto que siempre le preocupó el vínculo entre los hermanos o qué les ocurría a Martina y Juan puertas adentro de aquel entorno familiar. De ahí a adoptar a tres adolescentes de 16, 14 y 13 años se abría un abismo impensado que todavía hoy la conmueve y enoja. Porque Fabiana, 54 años, soltera, sin trabajo estable, se hizo cargo amorosamente, como se usa decir, pero ahora necesita ayuda para sostener a esta familia “querida y elegida” –avisa– y ensamblada a los ponchazos por irresponsabilidad judicial.
“Sólo de leche los chicos consumen 14 litros por semana”, plantea a modo de título, como para que no queden dudas de las necesidades y urgencias. “El área de acción social de la Municipalidad de San Isidro me entrega una caja de alimentos por mes, que contiene un paquete de fideos, dos latas, un kilo de azúcar y arroz. Cuando me lo ofrecieron pensé que era una broma, pero es todo lo que pueden darme, dijeron. Este mes voy a cobrar una Asignación Universal por Hijo (AUH) de 510 pesos por dos de los chicos; estoy tramitando la tercera asignación, porque parece que la cobraba la familia que los tuvo en guarda”, un policía de la localidad de Marcos Paz, su mujer y el hijo de ambos, de 15 años. “Unidos y Organizados de Zona Norte me dio una ayuda de 700 pesos, y ahora estoy realizando trámites en el Ministerio de Desarrollo Social. Hace tres meses firmé unos papeles para que me otorguen un subsidio de emergencia de 3000 pesos durante seis meses. El caso es qué voy a hacer después.”
Antes, el domingo 19, Día de la Madre en este país, la casa se llenó de amigos y parientes para celebrar. “Me despertaron los tres con un desayuno y una carta hermosa, diciéndome que era la mejor mamá del mundo”, relata aguantando las lágrimas. “Pienso mucho en la resiliencia, porque este junte que formamos los cuatro se basa en el amor y es reparador para todos. El esfuerzo del día a día es muy grande, ¡no tengo experiencia en la crianza de adolescentes!, pero tratamos de vivir esta situación que nos toca con alegría y sin rencores. Por eso pido tanto que nos den una mano, porque no sé cómo voy a hacer.”
Fabiana está terminando el trámite de adopción de Sol, feliz por estar cerca de sus hermanos y pensando en un cuarto, Omar, el mayor, de 18, que vivió unos años en un hogar granja de Carlos Ken, en la provincia de Buenos Aires, y hoy vive en Salta. “Por supuesto, ella quiere que vivamos juntos y yo le digo que tengo que definir un poco todo esto. No termina de caerme la ficha.” Cada vez que llama al Juzgado N° 1 de Familia de Mercedes desde donde la convocaron y rescataron a los hermanos “de un infierno que duró seis años”, le preguntan ¿y vos qué querés, los vas a adoptar? “En principio sí, pero creí que iba a recibir algún tipo de ayuda. Me dicen que no estoy dentro de ninguna figura legal, que es un caso atípico. Como no estoy en relación de dependencia, no voy a recibir los 4000 pesos que te da por única vez la Anses cuando adoptás. Si sos monotributista tampoco te lo dan. Hace cuatro meses que me la paso golpeando puertas y enviando mails. Tuve entrevistas larguísimas en Acción Social de San Isidro y en Desarrollo Social de Nación. Una vez fueron a casa para elaborar un informe socioambiental y me llamaron otras tres veces, pero siempre concluyen que no estoy dentro de ningún parámetro.” Hace un tiempo una de sus mejores amigas, Lucrecia, decidió abrir en Facebook la página “Para que los hermanos sigan juntos”, donde aparecen imágenes cotidianas del grupo y se apela a la solidaridad colectiva. “Se acercó muchísima gente que colaboró con ropa, comida, útiles escolares y muebles, porque te imaginarás que en ese mini dos ambientes no tenía cuatro camas. Ah, sí, en Acción Social me consiguieron turno para que les hagan chequeos médicos a los tres en una salita periférica cerca de casa y también nos consiguieron turno para que todos hagamos terapia. Una de las asistentes sociales me dijo: ‘Te quiero monitorear, porque estás tan sola’. Jamás llamó.”
–Desde la Justicia nunca hubo un seguimiento para ver cómo estamos. Si no me comunico, no me llama nadie. Dicho con crudeza, me dieron los chicos como si me hubieran entregado dos objetos y no llamaron más. Tampoco se presentaron psicólogas ni asistentes sociales de ningún juzgado. Siempre me pregunto por la calidad de gente que trabaja en la Justicia y por los tiempos terribles que manejan. Te tienen cautiva.
Ahora Fabiana piensa en la mañana de 2004 cuando conoció a Sol en el hogar de tránsito Familias de Esperanza, en San Isidro, donde se propuso como voluntaria. Ella con ese aspecto que reconoce entre bohemio y un poco hippie, la niña de cinco años perdida en el cuello plato de un vestido demasiado grande y antiguo que alguien había donado. “Nunca fue mi intención adoptar, sólo quería colaborar. Me dijeron que si no estaba anotada en un registro de adopción, podía hacerlo. Y hacia eso fui. Tuve una adolescencia complicada, estuve enferma un tiempo, mis viejos se separaron. Sabía entonces –y con los años lo comprobé– que no iba a ser madre en términos biológicos. Tuve un impulso fuerte en 1998, como una necesidad. Sol nació ese año. Qué sé yo, parecen hilos invisibles que nos fueron uniendo.” Martina, Juan y Omar también estaban ahí. Como el resto de los chicos del hogar, cada uno tenía una “madrina” o un “padrino” que los visitaba, llevaba a pasear o les festejaba los cumpleaños. “Creo que es el sistema de esos lugares en general. Y con Sol nos elegimos sin saberlo. Comenzó a venir a casa, a quedarse los fines de semana, a pasar vacaciones, Navidad y Año Nuevo.”
Cuatro años después, la magistrada Mirta Angélica Ravera Godoy, entonces jueza de Menores de San Isidro, le explicó a Fabiana que “los chicos están en situación de ser adoptados”. Sol, que había cumplido 9 años, le dijo a la jueza que quería vivir “con Fafa”, como todavía la llama. “A mis hermanos no voy a dejar de verlos pero quiero vivir con ella.” Omar fue derivado al hogar granja de Carlos Ken y Martina y Juan quedaron en guarda de una familia con informes favorables del Hogar Esperanza y del juzgado de Ravera Godoy, pese a que los sometieron a maltratos durante años. “Cuando la jueza me dijo ‘Sol quiere vivir con vos. ¿Y vos qué querés?’ se me vino el mundo encima. Una cosa es ser madrina y otra muy diferente es ser madre. Me veía como hoy, soltera, sin casa propia, siempre trabajando pero no ganando lo suficiente. Pensaba que podía estar mejor con otras personas, pero al final dije que sí, y la verdad es que somos personas felices, aunque no ignoro que todo esto no es normal.”
Martina y Juan iban a verlas cada tanto, pese a los adoptantes de Marcos Paz, que aceptaban estas visitas a regañadientes. Fabiana trataba de convencer a la pareja de que los hermanos debían conservar el vínculo y de que tenían que interactuar con otras niñas y niños. “Pero era gente complicada. Los chicos venían a casa y lloraban, decían que les pegaban, los castigaban, sólo los dejaban bañarse una vez por semana. Juan me contó que llegaron a atarlo a la cama y a amordazarlo. Le decían el negrito. Fui a la Defensoría de Menores de San Isidro, comencé a denunciar, el juzgado y el Hogar se echaban culpas, era una locura. Me peleé con todo el mundo.”
El derrotero continuó hasta que a Fabiana la citaron al Juzgado N° 1 de Familia de Mercedes, donde se estaba tramitando la adopción de Martina y Juan. Tras llegar al lugar se encontró con el matrimonio adoptante. En el despacho, además de la jueza Analía Sánchez, estaban la asistente social Carolina Di Nápoli y la psicóloga Teresa García Ratti. Cuando la pareja se retiró, las mujeres le preguntaron si los chicos podían ir a vivir con ella. “La verdad, no; si doy ese paso voy a necesitar ayuda, les respondí. Me dijeron bueno, vamos a gestionar algo, pero ahora lo importante es que los chicos estén a salvo porque si no van a ir de nuevo a un hogar. Además tienen que estar con su hermana, sentirse contenidos, y a vos ya te conocen.” El resto es historia contada.
Un informe del Registro Unico de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, detalla que en la Argentina hay 7000 postulantes para adoptar. El 92 por ciento sólo quiere bebés de hasta un año. Un 88 por ciento acepta niños de 2 años; un 29 por ciento, de 6 años; el 4,5 por ciento, chicos de 10 años, y el 0,71 por ciento está dispuesto a adoptar niños de 12 años. Si se cruzan los datos de disponibilidad según edades y patologías de los chicos, sólo el 18 por ciento de lxs postulantes aceptan adoptar bebés con patologías. Otro 16,6 por ciento adoptaría niños de 1 año; el 15,95 por ciento, de 2 años; el 6,48 por ciento aceptaría niños de 6 años, el 1,01 por ciento niños de 10 con patologías, y un 0,13 por ciento, adoptaría chicos de 12 años. Se calcula que de unos 6260 legajos sólo 8 aceptan niños de 12 años con patologías.
Después de tantas idas y venidas, movimientos sísmicos y este presente, Fabiana comprende cosas que no estaba en sus planes saberlas. “Darme cuenta, por ejemplo, de que nadie quiere adoptar chicos de más de tres años, y ni qué hablar de adolescentes. Todo el mundo tiene la fantasía de que los más grandes son sinónimo de conflicto. Leí que con el nuevo Código Civil se van a priorizar las necesidades y los deseos que expresen los chicos, ¿pero qué va a pasar con los adolescentes? A partir de la página en Facebook, mucha gente empezó a escribirme y a preguntar. Les digo ‘animate, porque no sabés las devoluciones alucinantes que vas a recibir desde el afecto’.”
–Que prefieren un bebé, porque piensan que de esa manera ellos, los adultos, se van a amoldar mejor.
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