Sábado, 8 de noviembre de 2014 | Hoy
TENDENCIAS
La comunicación virtual, esa galaxia que alteró las mil maneras de conocer gente, tiende hilos invisibles para concretar vínculos que sin embargo no garantizan el goce a la hora de pasar de lo virtual a lo concreto. No existen fórmulas mágicas, nadie puede confirmar si persiste la calentura post intercambio online ni si los catálogos para poner candidatxs en el carrito prometen un encastre perfecto. Sin embargo, la idea de álbum de figuritas al alcance de los ojos anima a arrojarse en una búsqueda frenética que rescate al menos por una noche de ese sentimiento de soledad que nos respira en la nuca.
Por Flor Monfort
Marian P cree que conocer a alguien en una fiesta es retro. Romina F. dice que lo que quiere todo el mundo es encontrarse, no importa si para pasar la noche en un hotel o para formar una pareja. Luis G recibe un mail de la aplicación más famosa para conocer gente que le advierte que 10 mil mujeres vieron su perfil y ninguna puso “me gusta”, así que le sugieren probar con hombres. No lo duda y prueba su suerte: tiene más éxito. Federica C se desilusiona cuando abre la puerta para recibir a su cita concretada online minutos antes, pero está tan caliente que decide ponerle onda –y valor– al encuentro.
Todas estas situaciones forman parte del manual de uso de los nuevos modos de conocer gente con fines calenturientos, amatorios, sexuales o románticos, pero con la humana insistencia de que apretaditxs es mejor, en esa galaxia que se formó a la velocidad de la luz y que cambió para siempre la subjetividad contemporánea: la comunicación virtual. Desde la conexión a Internet con ruido a nave espacial hasta los celulares inteligentes que se cuentan de a dos en los bolsillos de todx argentinx, la virtualidad fue ganando terreno en las experiencias de vida, el trabajo se desplazó al hogar y los vínculos se sostienen gracias a esas señales invisibles que atraviesan las paredes poniendo barreras nuevas entre lo público y lo privado.
Podemos skypear con alguien que nos muestra con la cámara de su tablet la vista de la Torre Eiffel, pero no conocemos al vecino del 2º B. Vamos lejos, muy lejos con las redes y a la vez seguimos trabadxs para acceder a una cita cuando nos sorprende un sábado a la noche en soledad. Pero ¿cómo se delinean los perfiles de nuestras existencias online? ¿Cual es la brecha que separa lo virtual de lo real a la hora del cortejo? ¿Se gana más mintiendo o la verdad es la mejor aliada del levante? ¿Puede el chat previo a una cita cambiar su rumbo o es totalmente intrascendente? Y una vez concretado el ligue, ¿cómo es el sexo? Hay perspectivas de futuro en una dupla (o trío) armada en la virtualidad?
Como en la era del libre mercado hay público para todo, los sitios de citas fueron sofisticando la puntería. Si el Mirc, el ICQ y los chats comunitarios forman parte de esa prehistoria virtual donde todxs convivían con todxs hasta que separabas la paja del trigo y te ibas a un privado (y son muchas las parejas formadas en ese lodo) las aplicaciones y webs le sacaron punta al lápiz que une puntos en el aire para formar corazoncitos. Divino amor empezó en Brasil a contactar evangélicos que buscan pareja y está a punto de abrir su versión argentina. Ashley Madison es un site canadiense que propone aventuras para personas comprometidas garantizando la discreción de las partes y se promocionó en nuestro país con una imagen de Evita haciendo shhh que rezaba “Sin infidelidad nunca hubieras llegado a conocerla”. Adoptá un man también está por desembarcar en nuestras coordenadas y consiste en un catálogo de varones que se empecina en los detalles para que las mujeres “pongan en el carrito” como un libro que se compra vía Amazon. Lxs franceses Florent Steiner y Manuel Conejo lo crearon atentos a las súplicas de sus amigas, hartas de que los sites de este tipo cosifiquen a las damas en un lugar pasivo y de contemplación. Así, los tipos van pasando como en una ruleta y cuando la clienta da el visto bueno y lo “compra” ambxs acceden al bendito chat que puede terminar en encuentro o en nada. OkCupid, Match.com, Find someone son algunos de los que elaboraron un exhaustivo cuestionario en busca del encastre perfecto y con la promesa de llegar al altar. De qué signo sos, cómo te gusta el punto de la carne, o cuán capaz te sentís de tirarte en ala delta son algunas de las preguntas que pretenden organizar algo que en la vida es totalmente caótico y caprichoso: las leyes de la atracción. Sin embargo, y a medida que el uso se populariza y ya no es una vergüenza figurar en las listas, lo que va ganando más peso es el contorno de ese perfil en términos de imagen, por eso la propuesta de Adopta un man no es casual. En una preview de más de 500 perfiles de Tinder, esta cronista puede asegurar que el 50 por ciento de los varones se exhibe ejerciendo la fuerza física en pos de mostrar sus músculos, habilidades para algún deporte o con un paisaje prometedor, en lo posible con un buen auto en cuadro; mientras que las mujeres se ven contemplando la nada o el ojo de la cámara, mostrando pelo y pecho en primer plano, mucha trompa y brazos en la cintura (sí, mujeres grandes también). La aplicación Tinder, que toma la información básica de Facebook (fotos y edad) y pide fijar un radio de búsqueda de candidatxs, está inspirada en grindr y copia esa lógica que hizo de gay girlnet una de las más buscadas para concretar el chica busca a chica: la idea de álbum de figuritas que se pasan para encontrar la que más nos gusta. Lo que tal vez no evolucionó con la misma rapidez son los encuentros heterosexuales. “El mundo gay y lesbiano está mucho más preparado para el encuentro casual, no se hace tantas preguntas como el hétero a la hora de decir ‘me gusta tu cara, paso la noche con vos, no te veo nunca más’”, dice Sandra R, heterosexual hastiada de no encontrar nada online que valga la pena. Y qué mejor muestra de su sentencia que asinomevasacoger.com, sitio que también aloja en Facebook algunos de los mensajes más ridículos de hombres que buscan mujeres, como el policía que rastrea a la mujer que atendió en una comisaría de Salta y le pide que vuelva a la provincia porque se quedó enamorado de su sonrisa o el que busca mujeres de 40 años pero pide que le compren los forros porque no tiene un peso. Eso sí: el perfil musculoso, en el imaginario de los varones, es garantía de éxito.
“La sensación es como Once: tenés que recorrer mucho para encontrar algo que te guste, pero que hay, hay. Con la mayoría de las personas lo que hacés es chatear un toquecito por ahí y pasar a Facebook, para chusmear más y mejor qué gente tenés en común y un poco más la onda de la persona. Lo bueno es que ya desde antes podés chusmear qué intereses tenés en común y armarte un perfil de la persona, porque Tinder trackea los sitios que sigue la persona en Facebook y yo, que soy bastante prejuiciosa de lo intelectual, le daba ‘like’ a la gente a la que le gustaban determinados canales de tele, determinada artista conceptual que yo también sigo, tal o cual banda etc; eso me importaba muuuucho más que la pinta”, dice Paulina H. 31, quien conoció a su actual pareja por Twitter después de histeriquear duro y parejo durante meses. “Soy muy prejuiciosa, no sólo con los demás, también conmigo, y por momentos me sentía medio incómoda con la imagen que se me aparecía de mí misma mirando tipos en el telefonito, pero después entendí que si casi todas las cosas de mi vida y mis intercambios y comunicaciones están mediadas por un dispositivo (compu o teléfono), conocer gente, mirarla, catalogarla (algo que hacemos siempre en la ‘vida real’) también podía pasar por ahí, solo en un primer momento y como “ayudita”. Las comunicaciones y las relaciones del siglo XXI van por acá, el que no se quiere subir que no se suba pero que no juzgue al que sí se quiere subir”, completa y suma argumentos al juramento de Clara D, de 41, segura de que en el verano se dio el pico de calidad en la oferta del programita de la llama de fuego pero que ahora está en baja. “Con Tinder se puede jugar a cualquier cosa: a que no pase nada de nada, a que el otro se transforme en un amigo, a que sea un garche, un amigarche, o a que sea tu próximo novio o el padre de tus hijos, entonces para mí eso de que Tinder es equivalente a garchar es falso. La gente está ahí para una cita y una cita puede dar lugar a cualquier cosa, como las que ocurren fuera de ese ámbito. Yo chateo un toque, pero la cita para mí debería ser medio rápida si no se diluye, ya sea porque en el medio te chateó otro o porque vos te distraés con otra cosa, o mismo para no ponerle tantas fichas a alguien que no conocés”, dice. En su diario íntimo figuran seis salidas y todas con finales distintos, el encuentro con mucha gente conocida y los trucos de quien se maneja como pez en el agua. “Hay un momento en que ponés ‘like’ sólo para ver si el otro te puso ‘like’ y enseguida ‘deslikeas’ y al otro no llega a aparecerle”, dice y asegura que la mejor primera cita es un día de semana, temprano, asimilando al otro a un plan propio como una película, una muestra o un restaurante que quiere conocer. “La última vez conocí a un pibe que no me gustó mucho, pero viene con muchos amenities (me gusta lo que hace, cómo se viste, la edad, etc.) entonces le di la chance: la primera vez no pasó nada, fuimos a cenar y chau, y la segunda vez apretamos, lo llevé a una cena familiar, después nos quedamos en su casa, todo funcionaba. Y después lo volví a ver y ya no me gustó. No creo que sea histeria, es un tiempo que se acelera pero que a la vez no puede ir en contra del tiempo natural que necesitás para conocer a alguien”, dice.
Para Silva H, de 39, entramos a Tinder a buscar pareja, garche, alguien con quién estar, “no debe ser igual para todas, pero creo que hay un sentimiento generalizado de soledad que no desaparece, incluso en quienes tienen pareja, y Tinder un poco viene a ser una ilusión mínima de compañía. Yo vi potenciado algo que sucede en varios ámbitos en las relaciones entre hombres y mujeres, al menos de treintaypico. Los hombres quieren sexo y nada más, no quieren comprometerse en un vínculo, no les interesa involucrarse, y hay muchas mujeres que buscan una relación estable y ahí se da algo que termina generando angustia. En Tinder, la mayoría de los varones chatea dos palabras y te invita a su casa, así de una. Hay un poder adquisitivo más fuerte al parecer, porque hay mucha foto de los tipos en viajes, con la postal de la Estatua de la Libertad de fondo, mucha ostentación, y poco contenido para ofrecer. Chateé con uno que parecía interesante, lo busqué en Facebook, aunque no aparece el apellido, y el pibe estaba a los besos en fotos con su novia. Salí con uno solo, fuimos al teatro, a comer, a pasear por el río, hablábamos de nuestras vidas y parecía que las cosas fluían. Hasta que me invitó a su departamento, como le dije que no, me dijo que él no quería una relación en serio, sólo pasarla bien. El peligro de Tinder es entrar en ese juego de los hombres, de ‘convencer’ a las mujeres para tener sexo y borrarse después. Se les hace todavía más fácil. No creo que haya ninguna posibilidad real de encontrar el amor en Tinder”.
Esto de mirar y ser miradxs desde la soledad de una pantalla “a ver si pasa algo” es una constante del mundo líquido de Bauman y que la película Her retrata con perfume a anticipación pero mucho de presente. Amar a una voz, a un alguien que está del otro lado pero que podría no ser nadie, no dista mucho de las relaciones que nunca pasan la barrera del “Enviar”. Para la antropóloga Paula Sibilia, autora de El hombre postorgánico (FCE) y La intimidad como espectáculo (FCE) la clave está en pensar qué tipo de relación es compatible con los modos de vida contemporáneos. El mito del amor romántico supuestamente está fuera de forma pero al mismo tiempo parece no perder vigencia y seguir enaltecido a través de ficciones. “Tal vez de un modo banalizado pero totalmente eficaz porque la gente se casa, y lo hace de un modo súper espectacularizado. Pero hay conflictos porque hay características del modo de vida contemporánea que son contradictorios con varios elementos de la idea del amor romántico: desde la duración a largo plazo, el elegir solamente a una persona cuando lo que te dice el mundo contemporáneo es ‘vos podés todo y deberías querer todo’, muy en sintonía con la lógica de mercado, entonces es muy complejo lo que está pasando y no me parece casual que haya tanto malestar con las relaciones”, dice. El molde no está más pero al mismo tiempo persiste resquebrajado, se lo recrea constantemente aunque sea obvio que hace agua por todos lados. Tampoco hay otro modelo muy claro según Sibilia y tal vez tampoco tendría que haberlo, pero hay una demanda de modelo y en esa grieta se profundizan las redes invisibles que insisten en unir lo que en la realidad está separado. “Es bastante paradójico porque después de los años ’60 y ’70 parecía que se iba a ir en cierta dirección, y no se fue en esa dirección exactamente. Obviamente las prácticas sexuales tienen más libertad para expresarse y hay una moral más flexible en comparación a los años ’50, pero la pareja y el matrimonio tienen una rigidez que pareciera que en los ’60 y ’70 lo que hubo de protesta y de renovación se cristalizó, no fue tan a fondo como podría haber ido (sobre todo en las formas de relacionarse, es muy marginal por ejemplo, el fenómeno de vivir en comunidad, que en los ’60 parecía posible de un modo masivo). Tal vez tenga que ver con que seguimos en un mundo capitalista y el capitalismo de alguna manera le dio un formato a eso, pero no estoy segura de que sea así porque también la diversidad es compatible con el capitalismo, con aquello de que cada uno puede hacer lo que quiere, ser lo que quiere y puede cambiar sin que nadie te diga nada”. Se admite que el matrimonio y la pareja son un fracaso, pareciera que hay un consenso sobre que el sexo y el matrimonio no son compatibles, y la legislación acompaña con un divorcio flexibilizado y uniones a la carta (y el hecho de que sea la ley la que se adapta por un lado garantiza protección pero por otro lado institucionaliza, endurece, y además hecha la ley hecha la trampa). “Es muy difícil de mapear lo que está pasando porque es paradójico en muchos sentidos”, asegura quien quiere seguir pensando en esta dirección e investigar para su próximo libro sobre el amor en tiempos de predominio de la imagen.
El amor con esa aura del siglo XIX se fue desmitificado pero las palabras y el imaginario que se predica de él son lo mismo que en el pasado. Aunque los valores y ritmos contemporáneos parezcan contradictorios con la propuesta de matrimonio y pareja según el matrimonio burgués como institución, lo que parece más evidente es ese ojo que mira y edita en tiempo real la persona con la que va a pasar la noche. Hay menos casamientos pero mucha gente se casa varias veces en la vida. “La gente está ensayando: tenemos la herencia de un modelo, no tenemos el mismo matrimonio del siglo XIX pero la cáscara es igual: familia, rituales, palabras. El tema celos sigue siendo un problema grave, y el tema de la propiedad que deviene en violencias. No creemos que lo bueno y lo malo sean lo mismo que en el Siglo XIX, entonces el tener que elegir un marido para siempre es muy problemático para la subjetividad contemporánea, porque está siempre instalada la duda. Tenemos la posibilidad de elegir todo el tiempo, somos consumidores, y todo el tiempo tenemos que pensar si tomamos la decisión correcta, y esto en el plano de las relaciones se traduce en pensar no sólo si me estoy perdiendo de otra pareja mejor, sino si no me estoy perdiendo en vez de un hombre una mujer, un trío, irme de viaje, soltería, etc. Y eso es terrible porque siempre estás equivocadx. Las redes sociales son un emblema de un control mucho mas distribuido, no hay poder centralizado como el Estado, el padre o la directora del colegio, ahora hay redes en las cuales todo el mundo controla a todo el mundo porque quiere, no es la ley la que articula eso sino las ganas, el placer de compartir, de saber, etc. Si yo quiero, puedo no participar, pero la incitación a que lo interesante pasa por ahí es muy fuerte y es muy difícil no hacerlo: no hay una ley que dice que todos tienen que usar Facebook como sería el caso de una vacuna, que el Estado manda aplicarla y todo el mundo acata (y hoy ni siquiera eso). Es un tipo de poder mucho más sofisticado y eficaz porque no hay nadie que te obligue.”
Pareciera que estamos en una transición. Y pareciera que éste es el momento de eclosión y más liberalización de las relaciones y diversidad de prácticas. Tenemos que mostrarnos: hay que administrar las redes y exponerse (en un equilibrio de exposición muy delicado), dejarse invadir en la privacidad (y los celulares son más emblemáticos que Internet en esto) e invadir a los demás, y según Sibilia en la vida cotidiana también reproducimos estos modelos, en la forma de presentarse, de gerenciar la imagen. “Si FB y Tinder existen es porque ya habían cambiado ciertos valores que tienen que ver con el peso de la imagen, el peso de la palabra, lo que define a cada unx, lo que se ve, los que los demás ven, la idea es que hay un desplazamiento del eje en torno del cual se construye la subjetividad, el yo. Del culto a la interioridad a lo visible.” Cada vez más lo que define a cada quien es lo que deja ver, y de ahí el fenómeno de culto al cuerpo, la importancia de las apariencias, el aspecto físico, el descrédito de la vejez... Las redes sociales con sus perfiles son un síntoma de esta transformación, no su causa, más bien su efecto más claro, la manifestación final. “Esto es muy loco pero es más confiable y verdadero juzgar a alguien por lo que muestra y por lo que los demás ven que es y hace que por una eventual verdad interior (que nadie la conoce). No solamente en las redes, la forma en que nos conectamos en la realidad también cambió: hay un peso de la mirada del otro que juzga lo que se ve, no es casual que haya tantos gerentes de imagen. Los políticos vienen haciendo un cambio muy radical: la foto, la viralización de los hechos al mismo tiempo que ocurren, el slogan, el perfil... La sociedad del espectáculo se hizo más evidente desde la influencia de la televisión hasta los medios interactivos, y el celular inteligente da cuenta de la importancia de la visibilidad y la conexión para convertirse en alguien, cuando un tiempo atrás era la introspección (cartas, diario íntimo, la novela, el psicoanálisis). Es un cambio muy grande lleno de resistencias pero que se está consumando. Se sigue hablando del amor romántico y hay que preguntarse qué es lo que persiste de ese modelo, tal vez sea sólo una cáscara, una idealización. A mí no me parece tan raro pensar que a futuro va a morir el estereotipo del matrimonio, la familia e incluso los estereotipos de género”.
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