Sólo el 15 por ciento de las jóvenes argentinas se gustan. El 85 por ciento –la enorme mayoría– de las estudiantes secundarias y universitarias no está satisfecha con su imagen corporal. Es que el cuerpo perfecto propuesto por los medios y redes no es difícil de conseguir –con la promoción de chicas flacas, altas, con las lolas paradas, la piel estirada y la cola dura y levantada– sino imposible sin combos de dietas restrictivas, cirugías, padecimientos, restricciones, mucho dinero, más tiempo, sacrificios y riesgos quirúrgicos. Por eso, el resultado es la frustración masiva.

Una gran cantidad de chicas, acorraladas por el cocodrilo del verano, se pone a hacer –aun con peso normal– dietas sin control médico y con grandes carencias nutricionales. A nadie le parece raro. “Las mujeres de la casa están atravesadas por la cultura del dietismo”, señala la médica Mónica Katz, directora del posgrado en Nutrición de la Universidad Favaloro y mentora del movimiento No Dieta.

“La Argentina es uno de los países con más dietantes entre sus habitantes. Ocurre que la restricción innecesaria de calorías, nutrientes y del placer que se puede obtener con la comida crea el escenario para la aparición de trastornos psicológicos. No sorprende, entonces, que nuestro país esté entre los primeros del mundo con trastornos alimentarios en mujeres. La distorsión en la percepción de la propia imagen suele ser una consecuencia del modelo ideal que se impone en las sociedades y que, generalmente, está ligado a un concepto de felicidad. Las dietas a las que se someten las mujeres para alcanzar el ideal de belleza son una forma simbólica de violencia de género, porque todo dietante es una persona que sufre”, subraya Katz. Ella, en cambio, propone un laboratorio del gusto (para mejorar la saciedad usando los sentidos), pensar que todas somos lindas (para acrecentar la autoestima) e incentivar una mejor imagen corporal.

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