Viernes, 14 de noviembre de 2014 | Hoy
DEBATES
Por Luciana Peker
“Con los chicos no” dice el latiguillo que supone que frente al abuso sexual se cierran filas en defensa de la infancia. Sin embargo, las reacciones para defender abusadores sexuales son tan diversas, poderosas y enlazadas que el abuso sexual es uno de los delitos más difíciles y costosos de denunciar. “Vení y mostrame tu jardincito”, le decía a Carmen Viscaglia (adorada tía abuela que hoy tendría 99 años) un cura que llamaba jardincito a su vagina y la convirtió en una creyente autónoma, sin intermediarios, en los que desconfiaba. Un siglo después, a otra niña de trece años la Justicia no le creyó su relato de violencia en la primera infancia porque nombró la palabra vulva. Las señorías suponen que un diccionario genital acertado implica que habla a través de un casete que le impuso una madre maliciosa para separarla del progenitor al que la niña acusa de abuso.
A principios del siglo XX de eso no se hablaba. A principios del siglo XXI si se habla de eso es porque alguien te dijo que lo digas. Y las niñas siguen indefensas. En este contexto, el artículo de Laura Gutman, “La sistematización del abuso sexual sobre los niños”, no puede ser tomado como una mirada inocua sobre los agresores sexuales. “Los abusos no los cometemos las personas de mente atormentada. No. Somos personas como casi todos, un poco más hambrientos y un poco más torpes, porque al fin y al cabo lo único que hacemos es tratar de nutrirnos, pero de una manera burda y estúpida. Los adultos nos enamoramos de un niño necesitado, solo, desamparado y que nos inspira ternura. ¿Por qué? Porque ese niño nos recuerda al niño que fuimos: tímidos, exigidos y a la deriva. Ese niño ejerce sobre nosotros una atracción automática. Queremos protegerlo y amarlo de alguna manera. ¿Cuál es el problema? El problema es que somos totalmente inmaduros. ¿Por qué? Porque no fuimos amados durante nuestra niñez, ni cuidados, ni protegidos ni amparados”, escribió la autora de La biografía humana, Puerperios y otras exploraciones del alma femenina, La maternidad y el encuentro con la propia sombra y La revolución de las madres, el desafío de nutrir a nuestros hijos.
Gutman escribe que nosotros, los adultos, somos los que cometemos los abusos. Pero la elección del plural se vuelve demasiado filosa. No somos todos abusadores. Ni somos cómplices. En una sociedad fragmentada por quienes toleran, encubren, perdonan, admiten y sostienen que un padre abusador es mejor que un no padre los dichos de Gutman no sólo ponen un manto de piedad sobre el incesto, sino que también rejuntan un nosotros que está fracturado, en verdad, por quienes buscan atajos para justificar el acercamiento sexual a niñas y niños y quienes piden distancia y justicia para proteger a las víctimas.
Por eso, las palabras de Gutman provocaron un justo rechazo de expertos/as y activistas.
La ambición de la escritora por abarcar demasiados temas y volverse una gurú mediática –incluso en pantallas como la del ring televisivo Intratables– se volvió riesgosa. Gutman despertó, en muchas mujeres, una revalorización de la maternidad, de la crisis puerperal, de la crianza compartida, de la lactancia prolongada y del apego. Pero no siempre conviene pretender caminar demasiado lejos y demasiado sola y no interactuar, en ningún cruce, con la valiosa construcción teórica del feminismo contra la violencia sexual. El peligro no es sólo justificar agresores. También que muchas madres, que se reflejan en las sombras develadas por Gutman, no se vean alentadas a enfrentar los fantasmas reales de los abusadores de poder sino a tenerles miedo o piedad. Y dejen solxs, nuevamente, a lxs niñxs.
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