MUSICA
Andrea Merenzon viene de una familia de artistas y militantes. Tiene una exitosa y elegante carrera como solista de fagot y toca en la Filarmónica del Colón. Su currículum recién empieza: es delegada gremial de su orquesta y hace gestión cultural independiente con la fuerza de una topadora. “Si hay una piedra, la salto”, es su fórmula para ponerle fiesta a la música –que este 22 festeja su día– y hacer su revolución.
› Por María Mansilla
No cualquiera tiene una fábula de cabecera. La que representa a Andrea Merenzon es la del escorpión y la rana que cruzan el río, que se juran sobriedad hasta que más que traicionarse se inmolan, fieles a la naturaleza de cada uno. Así se resigna Merenzon cuando enumera todo pero todo lo que hace. ¿Ya no le ponen sellos al pasaporte? Porque ese documento sería un botón para muestra de su recorrido. Acaba de llegar del Caribe, donde dirigió a Gustavo Santaolalla y a la Orquesta de la Red de Escuelas de Medellín (Colombia). En cualquier momento vuela a Luanda (Angola), invitada por Kaposoka, un programa cultural referente en la región africana. A la vuelta, destino Chicago (EE.UU.), para promover a la Argentina como anfitriona de orquestas juveniles de allá. Después, a organizar la nueva edición del Festival de Iguazú en Concierto, que este año reunió a 700 músicxs sub 20 (intérpretes y coreutas) de todo el mundo.
Andrea Merenzon nació en Buenos Aires. Cumplió un año en Cuba (su mamá y su papá fueron invitadxs como técnicxs extranjerxs del flamante gobierno revolucionario). Hizo el jardín de infantes en Israel (su padre tocaba el fagot en esa orquesta). De vuelta a casa, fue abanderada en el Liceo Francés. A los 12 años, Edipo le confirmó que lo suyo también era el fagot, instrumento con carácter si los hay, con forma de pipa gigante y ese sonido tan grave.
Hoy es una de las mujeres más poderosas de su ambiente (dice que conoce como nadie el olor de los pasillos del Colón, integra su Filarmónica desde que cumplió 21). Y es una busca, como el escorpión. Tener una brillante carrera de intérprete no le alcanza. Entre varias cosas más, es delegada de su orquesta y preside una ONG (Fundación para el desarrollo, la cultura y el arte) con un objetivo de gobierno: aprovechar la polisemia de la música para cambiar el mundo.
–Siempre tuve la necesidad de que no fuera el simple desarrollo de una inquietud personal sino que tuviera algún contenido social o de modificación de la realidad. Cada vez que me iba desarrollando en cuestiones individuales me venía la culpa de decir ¿qué estoy haciendo por los demás?
–Venezuela logró un sistema y una forma de encarar la música desde lo orquestal con repertorios clásicos y populares, con esta forma fresca que tienen. Más allá de lo ideológico, los resultados son irrefutables. La idea logró cambios de políticas culturales en Latinoamérica. Acá, en los últimos 15 años, han invertido recursos importantes para el desarrollo de este concepto.
–Porque es una herramienta para la transformación de miles y miles de chicxs. Si el aprendizaje se fortaleciera en las escuelas, se verían resultados impactantes en todas las materias. Por su estructura matemática, desarrolla la intelectualidad, en especial la memoria, de una forma que no se estimula de otra manera. Y la música contiene. La adolescencia y la pubertad son edades difíciles en una sociedad como ésta. En nuestros festivales participan chicxs de colegios privados y de sectores carenciados. La música les da la contención del trabajo en equipo, se van fortaleciendo, reafirmando. Acceden a mejores trabajos quienes tienen condiciones, no quienes tienen el instrumento más caro.
–Vengo de familia de músicos de varias generaciones. A los 14 ya estaba trabajando. Después gané una beca para estudiar en Estados Unidos; acá no había forma de grabar discos, y grabé 10; acá un músico de orquesta no iba de gira al exterior, y toqué 70 conciertos como solista con orquestas en diferentes países. Desde joven milité en política. En mi familia siempre fueron comprometidos, mi abuelo materno y padre y madre fueron del PC. Tuve un tiempo de militancia en partidos de izquierda, y después veía que era mucho tiempo invertido en discusiones bizantinas, y yo necesitaba hacer, soy una persona de acción. Soy una topadora. Voy para adelante y sobre la marcha me acomodo.
–Es mi casa, nací ahí, tengo 30 años de Teatro Colón. Mi modelo de cultura es la cultura sostenida por el Estado que tiene que llegar a todo el mundo. Y el Colón es estatal, y además de su gran abono debería tener una oferta para aquel que no puede pagar ni una entrada de cine, y no la tiene. ¡Lo sostienen todxs lxs vecinxs! Yo no puedo llevar a mi mamá, no me dan entradas. Los estudiantes no pueden ir salvo que compren los abonos baratos del Mozarteum, pero finalmente el Mozarteum es una entidad privada.
–Yo incluso fui funcionaria en el teatro, durante la gestión de Gabriel Senanes como director artístico. Cuando nos fuimos, denunciamos actos de corrupción importantes. Como delegada peleo por los derechos de lxs músicxs profesionales en paralelo a la actividad social que hago desde la fundación. Le digo siempre a la gente del gobierno: somos sensibles y exigentes, si somos hipersensibles, mejores músicxs somos. Necesitamos armar nuestro propio mundo. El problema es que en la Argentina no hay funcionarixs que entiendan eso, que deberían protegernos.
–En Austria, por ejemplo, les cuesta modernizarse. Barenboim dijo que en unas décadas las orquestas van a estar mayormente conformadas por asiáticos y por mujeres. Y tiene lógica. Hoy ves orquestas con ciudadanos estadounidenses, y la conformación étnica es mayormente asiática. Son disciplinadxs. Las familias valoran la educación musical, la apoyan y creen en los resultados que llegan a largo plazo. Nosotrxs, en cambio, venimos de italianos, españoles... gente de trabajo. Mis abuelos eran ucranianos, llegaron muertos de hambre. Por eso es tan importante el rol del Estado; mis padres fueron a escuela pública y tuvieron una excelente formación, fueron grandes artistas.
–Me parezco a mi papá, en la personalidad. El tocaba el fagot en la Sinfónica Nacional y fue mi maestro. Siempre tuve amigos varones y creía que para desarrollarme debía tener una actitud masculina. A los 17 me fui a viajar por América latina sola, de mochilera. Fui seis veces al Machu Picchu, hice la travesía del Amazonas en barco. Vivir en tantos mundos me enseñó a pensar en los puntos de contacto y a minimizar las dificultades. Si hay una piedra, la salto. Después me fui reconciliando con la imagen femenina, aprendí que la competitividad es buena. Le escapo a esa imagen de la autoritaria, la mujer potente me encanta. No me atrae el poder, me produce cierto rechazo, y el poder del dinero también. Yo toqué de solista el fagot cuatro días antes del nacimiento de mi hija, era una ballena, tenía 25 kilos más que ahora. ¿Sabés el desgaste que es soplar embarazada? Cuando tenés convicción ni pensás en el esfuerzo. También toqué en París con mi hija de ocho meses. Me acompañó mi mamá. Toco, con un vestido despampanante, luego salgo a la sacristía y me tengo que sacar todo para darle la teta a la nena; viene el de la embajada a saludarme y yo con la teta al aire, colgando, porque la nena estaba histérica y por supuesto no tenía ninguna independencia de mí.
–Yo hice familia, no me casé, con un músico que tiene 25 años más que yo. El es solista de cello de la Filarmónica. Es muy buen compañero, nuestra vida está condicionada por mi trabajo. ¡No tuvo opción! Creo que me decidí porque encontré una pareja que fuera niñera de mis hijos, que me esperara con la comida preparada, que me acompañara en todo. Mi mamá también hizo lo suyo. Es artista plástica con muchos premios nacionales. Es la más creativa de la familia, la más talentosa, la más desequilibrada también. Así aprendí a aceptar y a convivir con el desequilibrio de lxs artistas. Tocás el timbre, abre la puerta y hasta que no escuchás el hola no sabés si te encontrás con Doctor Jekyll o Mister Hyde. Era difícil convivir, pero ha sido un modelo fabuloso. Tenía dos carreras: le gustaba el ballet pero mi abuelo decía que las bailarinas tenían una zapatilla en la cabeza y que tenía que tener un título, y aceptó que fuera plástica. Fijate que cuando mi papá tocaba en Israel, empezó la Guerra de los Seis Días y mi mamá no quería estar en Israel. A los 28 años levantó la casa, agarró a los tres pibes y nos metió en un barco turco. Le dijo a mi papá vos quedate con tu orquesta, yo me voy. Le prestó plata un amigo. Viajamos en el último camarote, vomitábamos, todavía me acuerdo. Mi hermano mayor tenía 8; el otro, 1 año; yo, 4. Llegamos a Génova, y mi madre le dice a mi hermano mayor vos te hacés cargo de los baúles. A mí me dice vos te hacés cargo de tu hermano, y se quedan acá que ya vengo. Para mí fue una eternidad. Fijate la fuerza que tenía esa mujer, la época, la inconsciencia. Crecí pensando si mi mamá hizo eso, yo tengo que hacer mucho más.
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