MODA
La colección del Instituto de la Indumentaria de Kioto, el museo que atesora 10.000 artículos de vestimenta y más de 20.000 documentos y es el preferido por los principales diseñadores contemporáneos para donar sus colecciones, ahora puede recorrerse en Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX, un libro editado en español por Taschen.
En seiscientas páginas
se reproducen variedades de lencería, de un corsé de hierro con
arabescos de la época isabelina que se atornillaba por la espalda y otros
más dúctiles, en brocados de seda o taftanes confeccionados circa
1700 (pese a que se había creado una compañía de mujeres
modistas llamadas Les Maîtresses Couturières, se consideraba que
las ballenas debían ser cosidas por sastres) y variedades en algodón
negro con estampas florales, ligas y calzones de lino blanco fechadas en 1900.
Tal vez el énfasis puesto en la ropa interior se deba a que el fundador
de ese museo, Koitchi Tsukamoto, fue, además de vicepresidente de la
Cámara de Comercio, un fabricante de lencería. A fines de 1970
el caballero pergeñó ese espacio con vidrieras a un jardín
de cerezos y algunas salas con los rigores del zen japonés, con la premisa
de coleccionar de forma sistemática artículos de moda occidental
para su estudio y exhibición.
Los tesoros de moda que ocupan sus salas y los depósitos acondicionados
con reglas de temperatura y humedad que dicta la conservaduría, por cuestiones
de falta de espacio para exhibición en la sede del museo suelen ser fuente
de inspiración de muestras que pasean por museos de Japón y otros
países. De allí salieron emprendimientos como La evolución
en la moda 1835-1895, Japonismo en la moda, Visiones del cuerpo, moda o corsé
invisible, que empezaron en el Museo Nacional de Arte Moderno de Kioto para
luego exhibirse en el Palacio Galliera de París o el Metropolitan de
Nueva York.
Otros de los aportes a destacar es la variedad de maniquíes desarrollados
por los estudiosos del KCI. El método propio consiste en construir maniquíes
especiales rigiéndose por los parámetros de los cuerpos de las
distintas épocas y combinarlos con la talla promedio resultante de una
medición de toda la colección. Así desarrollaron cuatro
variedades dotadas de un mecanismo de articulación que son muy codiciadas
por los demás museos del traje del mundo.
Rei Kawakubo, la diseñadora de Comme des Garçons, donó
al KCI (Kioto Costume Institute) dos mil prendas. También hicieron aportes
considerables Issey Miyake, Yohji Yamamoto y últimos nuevos nombres como
Junya Watanabe cuyo traje amarillo en un microfibra plegada cual fuelles
de un acordeón fue elegido para ilustrar la portada, Nigo, el diseñador
de Bathing Ape, el americano Calvin Klein y los franceses Yves Saint Laurent
y Jean Charles Castelbajac.
El texto brinda un clase de historia en varios capítulos con muchos matices.
Arranca en el siglo dieciocho con la moda rococó femenina, llena de artilugios
que acentuaban el placer personal y representada por atuendos como el vestido
volante, un derivado del négiglée, con corpiño ajustado
y pliegues desde los hombros hasta el suelo que simulaba comodidad.
Las señas particulares de rococó fueron reflejadas en los cuadros
de Nicolas Lancret y Jean François de Troy, Jean Antoine Watteau, quienes
reprodujeron con precisión el exceso de sedas de Lyon, cintas escalonadas,
encajes, cintas y flores artificiales.
También incluye ejemplares de la anglomanía, un estilo inspirado
en los paseos por la campiñas inglesas que simplificó las siluetas
de las mujeres francesas, cuando usaron faldas y vestidos que se arremangaban
a través de los bolsillos.
Otro hit de la época y con múltiples variaciones en la colección
permanente del KCI fue el vestido a la polonesa, con faldas sujetas mediante
cordones, de manera tal que quedaban divididas en tres partes drapeadas. El
nombre derivó de la división de Polonia en tres reinos ocurrida
en 1772.
El furor de la estética china y los materiales de la India entre los
europeos están representados por kimonos japoneses que la Dutch East
India Company importó en cantidades limitadas y las batas confeccionadas
con muselina india para satisfacer el furor de atuendos orientales.
Además de documentar artificios de coiffeurs como peinados con reproducciones
de carros, cestos de frutas y barcos, también se incluyen fotografías
de los cambios que produjo la Revolución Francesa. Su manual de estilo
vedó las medias de seda y los calzones que simbolizaban la nobleza y
en cambio reverenció los pantalones largos sans culottes, las casacas
carmagnole y glorificó al gorro frigio, escarapela tricolor y zuecos
como accesorios. Un estilo desopilante fue el de los contrarrevolucionarios,
con casacas negras de amplias solapas y corbatas exageradas.
Se exhiben también vestidos redondos caracterizados por cintura alta
debajo del busto en lino con prints de claveles y otros de muselina con motivos
vegetales y sus sucesores, los camiseros, que significaron una patada a las
siluetas ampulosas del pasado y el despojo de ropa interior y artilugios corseteros.
María Antonieta puso de moda un camisero en organza que usó para
posar ante la retratista Elisabeth Vigèe Lebrun. Se lo llamó chemise
à la reine y tuvo variaciones en organza: las mujeres de la época
en invierno los acompañaron con chales de cachemira bordados que Napoleón
llevó a Francia como trofeo de sus campañas.
La colección de crinolinas, miriñaques y polisones, fetiches para
aumentar volúmenes de faldas es extensísima. Hay ejemplares de
las primeras fechadas en 1840, hechas con crin de caballo y que conservaron
ese nombre aun cuando las crines primitivas se reemplazaron por aros de alambre
o hueso de ballena unidos horizontalmente. Del polisón se especifica
que surgió en 1860 y buscaba expandir la falda hacia atrás, mediante
armazones para parar la cola (son fabulosos los de raso de algodón marrón
o a rayas rojas y marrones construidos con quince alambres).
Diseños de autor
El momento en que se instauró la figura del modisto está representado
por trajes para galas del mismísimo Charles Worth, vestidos de calle
de Gustave Beer y Paquin en seda o chiffon de seda negra.
Los trajes de Paul Poiret, cultor de furor del estilo oriental que tiñó
la moda de 1914, además de suprimir el corsé e instaurar abrigos
kimono, incluyen pantalones de odalisca de lamé de seda y penachos de
plumas y bordados en falsas perlas. En verdad, fueron concebidos para una fiesta
llamada La 1002 ê nuit y fueron tan elogiados por los asistentes que empezaron
los pedidos especiales.
Del español Mariano Fortuny, autor de los revolucionarios vestidos Delphos
con plisados que fueron la principal referencia de Issey Miyake para su serie
Pleats Please de 1990 . El traje Delphos que en ocasiones modeló
Natasha Rambova no estuvo pensado para seguir la siluetaartificial esculpida
por el corsé, sino para mostrar las formas naturales del cuerpo.
De Coco Chanel se conservan raras etiquetas de cuando firmaba Gabrielle y dibujos
satíricos de Sem que la muestran raptada por el polista Boy Capel. También
vestidos de chiffon de seda color crudo y faldas compuestas por quince piezas
y las tradicionales falda y chaqueta de crêpe de lana negro sin forrar.
O un vestido de Vionnet, creadora del corte al bies con 271 rosas ornamentales
en los laterales y la etiqueta en que la costurera añadió la huella
de su pulgar derecho para protegerse de los plagios.
La segunda mitad del siglo veinte incluye ejemplares de Christian Dior: un vestido
de calle en lana azul con sobrefalda, galas de noche en raso de seda rosa y
además se documenta que entre su clientela figuraban la princesa Margarita
de Inglaterra y Evita Perón. De Cristóbal Balenciaga, el divo
indiscutido de la moda de los cincuenta e inventor de técnicas de costura
que la prensa llamó el milagro Balenciaga, se incluyen trajes negros
con volados símil bata de cola, abrigos de noche violeta y taftanes de
la firma textil Abraham.
La obra de la norteamericana Claire Mc Cardell, quien resolvió la escasez
de recursos de la Segunda Guerra cosiendo glamorosos vestidos en dril de algodón,
está documentada con chemises que marcaron el comienzo del estilo deportivo
y trajes de baño símil pañales.
De los iconos de la moda juvenil de los sixties se conservan vestidos mini de
André Courrèges, otros de línea y abrigos de vinilo naranja,
los pantalones unisex con forma de bombacho y líneas espaciales de Pierre
Cardin, en cambio no hay ningún original de Mary Quant.
El estudio de siluetas fatales incluye los vestidos ceñidos de Azzedine
Alaia, los vestidos inspirados en la lencería de Jean Paul Gaultier y
sus remixes de pantalones con sujetador que impuso Madonna y los primeros desarrollos
de John Galliano para Christian Dior.
El colmo de la modernidad resultan las imágenes de las prendas blancas,
desteñidas y con agujeros que Rei Kawakubo y Johji Yammoto escandalizaron
en París en 1982 y que celebraron el ingreso del nuevo estilo japonés
en Occidente. Apenas unas páginas antes del apéndice final con
breves quién es quién cautivan rarezas extremas. Entre ellas una
chaqueta del belga Martin Margiela en lino beige que recrea los maniquíes
clásicos de costura creados por Stockman, un chaleco y falda unidas por
bisagras by Yamamoto (ilustra un caso de moda dentro de la moda, puesto que
cita un traje de Picasso para los Ballets rusos de 1917). O el corset de madera
lustrada con bisagras y varillas metal de Hussein Chalayan fechado en 1995 (no
confundir con el corsé isabelino del comienzo del recorrido). Y al cierre,
un ejemplar del A Piece of Cloth o un pedazo de telo, último invento
de Issey Miyake, y que consiste en un tubo apto para transformarse en falda
o vestido según deseos del usuario y apto para todas las tallas.
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