Vie 26.12.2003
las12

MODA

del miriñaque al corset (de madera)

La colección del Instituto de la Indumentaria de Kioto, el museo que atesora 10.000 artículos de vestimenta y más de 20.000 documentos y es el preferido por los principales diseñadores contemporáneos para donar sus colecciones, ahora puede recorrerse en Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX, un libro editado en español por Taschen.

En seiscientas páginas se reproducen variedades de lencería, de un corsé de hierro con arabescos de la época isabelina que se atornillaba por la espalda y otros más dúctiles, en brocados de seda o taftanes confeccionados circa 1700 (pese a que se había creado una compañía de mujeres modistas llamadas Les Maîtresses Couturières, se consideraba que las ballenas debían ser cosidas por sastres) y variedades en algodón negro con estampas florales, ligas y calzones de lino blanco fechadas en 1900. Tal vez el énfasis puesto en la ropa interior se deba a que el fundador de ese museo, Koitchi Tsukamoto, fue, además de vicepresidente de la Cámara de Comercio, un fabricante de lencería. A fines de 1970 el caballero pergeñó ese espacio con vidrieras a un jardín de cerezos y algunas salas con los rigores del zen japonés, con la premisa de coleccionar de forma sistemática artículos de moda occidental para su estudio y exhibición.
Los tesoros de moda que ocupan sus salas y los depósitos acondicionados con reglas de temperatura y humedad que dicta la conservaduría, por cuestiones de falta de espacio para exhibición en la sede del museo suelen ser fuente de inspiración de muestras que pasean por museos de Japón y otros países. De allí salieron emprendimientos como La evolución en la moda 1835-1895, Japonismo en la moda, Visiones del cuerpo, moda o corsé invisible, que empezaron en el Museo Nacional de Arte Moderno de Kioto para luego exhibirse en el Palacio Galliera de París o el Metropolitan de Nueva York.
Otros de los aportes a destacar es la variedad de maniquíes desarrollados por los estudiosos del KCI. El método propio consiste en construir maniquíes especiales rigiéndose por los parámetros de los cuerpos de las distintas épocas y combinarlos con la talla promedio resultante de una medición de toda la colección. Así desarrollaron cuatro variedades dotadas de un mecanismo de articulación que son muy codiciadas por los demás museos del traje del mundo.
Rei Kawakubo, la diseñadora de Comme des Garçons, donó al KCI (Kioto Costume Institute) dos mil prendas. También hicieron aportes considerables Issey Miyake, Yohji Yamamoto y últimos nuevos nombres como Junya Watanabe –cuyo traje amarillo en un microfibra plegada cual fuelles de un acordeón fue elegido para ilustrar la portada–, Nigo, el diseñador de Bathing Ape, el americano Calvin Klein y los franceses Yves Saint Laurent y Jean Charles Castelbajac.
El texto brinda un clase de historia en varios capítulos con muchos matices. Arranca en el siglo dieciocho con la moda rococó femenina, llena de artilugios que acentuaban el placer personal y representada por atuendos como el vestido volante, un derivado del négiglée, con corpiño ajustado y pliegues desde los hombros hasta el suelo que simulaba comodidad.
Las señas particulares de rococó fueron reflejadas en los cuadros de Nicolas Lancret y Jean François de Troy, Jean Antoine Watteau, quienes reprodujeron con precisión el exceso de sedas de Lyon, cintas escalonadas, encajes, cintas y flores artificiales.
También incluye ejemplares de la anglomanía, un estilo inspirado en los paseos por la campiñas inglesas que simplificó las siluetas de las mujeres francesas, cuando usaron faldas y vestidos que se arremangaban a través de los bolsillos.
Otro hit de la época y con múltiples variaciones en la colección permanente del KCI fue el vestido a la polonesa, con faldas sujetas mediante cordones, de manera tal que quedaban divididas en tres partes drapeadas. El nombre derivó de la división de Polonia en tres reinos ocurrida en 1772.
El furor de la estética china y los materiales de la India entre los europeos están representados por kimonos japoneses que la Dutch East India Company importó en cantidades limitadas y las batas confeccionadas con muselina india para satisfacer el furor de atuendos orientales.
Además de documentar artificios de coiffeurs como peinados con reproducciones de carros, cestos de frutas y barcos, también se incluyen fotografías de los cambios que produjo la Revolución Francesa. Su manual de estilo vedó las medias de seda y los calzones que simbolizaban la nobleza y en cambio reverenció los pantalones largos sans culottes, las casacas carmagnole y glorificó al gorro frigio, escarapela tricolor y zuecos como accesorios. Un estilo desopilante fue el de los contrarrevolucionarios, con casacas negras de amplias solapas y corbatas exageradas.
Se exhiben también vestidos redondos caracterizados por cintura alta debajo del busto en lino con prints de claveles y otros de muselina con motivos vegetales y sus sucesores, los camiseros, que significaron una patada a las siluetas ampulosas del pasado y el despojo de ropa interior y artilugios corseteros.
María Antonieta puso de moda un camisero en organza que usó para posar ante la retratista Elisabeth Vigèe Lebrun. Se lo llamó chemise à la reine y tuvo variaciones en organza: las mujeres de la época en invierno los acompañaron con chales de cachemira bordados que Napoleón llevó a Francia como trofeo de sus campañas.
La colección de crinolinas, miriñaques y polisones, fetiches para aumentar volúmenes de faldas es extensísima. Hay ejemplares de las primeras fechadas en 1840, hechas con crin de caballo y que conservaron ese nombre aun cuando las crines primitivas se reemplazaron por aros de alambre o hueso de ballena unidos horizontalmente. Del polisón se especifica que surgió en 1860 y buscaba expandir la falda hacia atrás, mediante armazones para parar la cola (son fabulosos los de raso de algodón marrón o a rayas rojas y marrones construidos con quince alambres).

Diseños de autor
El momento en que se instauró la figura del modisto está representado por trajes para galas del mismísimo Charles Worth, vestidos de calle de Gustave Beer y Paquin en seda o chiffon de seda negra.
Los trajes de Paul Poiret, cultor de furor del estilo oriental que tiñó la moda de 1914, además de suprimir el corsé e instaurar abrigos kimono, incluyen pantalones de odalisca de lamé de seda y penachos de plumas y bordados en falsas perlas. En verdad, fueron concebidos para una fiesta llamada La 1002 ê nuit y fueron tan elogiados por los asistentes que empezaron los pedidos especiales.
Del español Mariano Fortuny, autor de los revolucionarios vestidos Delphos con plisados que fueron la principal referencia de Issey Miyake para su serie Pleats Please de 1990 . El traje Delphos –que en ocasiones modeló Natasha Rambova– no estuvo pensado para seguir la siluetaartificial esculpida por el corsé, sino para mostrar las formas naturales del cuerpo.
De Coco Chanel se conservan raras etiquetas de cuando firmaba Gabrielle y dibujos satíricos de Sem que la muestran raptada por el polista Boy Capel. También vestidos de chiffon de seda color crudo y faldas compuestas por quince piezas y las tradicionales falda y chaqueta de crêpe de lana negro sin forrar. O un vestido de Vionnet, creadora del corte al bies con 271 rosas ornamentales en los laterales y la etiqueta en que la costurera añadió la huella de su pulgar derecho para protegerse de los plagios.
La segunda mitad del siglo veinte incluye ejemplares de Christian Dior: un vestido de calle en lana azul con sobrefalda, galas de noche en raso de seda rosa y además se documenta que entre su clientela figuraban la princesa Margarita de Inglaterra y Evita Perón. De Cristóbal Balenciaga, el divo indiscutido de la moda de los cincuenta e inventor de técnicas de costura que la prensa llamó el milagro Balenciaga, se incluyen trajes negros con volados símil bata de cola, abrigos de noche violeta y taftanes de la firma textil Abraham.
La obra de la norteamericana Claire Mc Cardell, quien resolvió la escasez de recursos de la Segunda Guerra cosiendo glamorosos vestidos en dril de algodón, está documentada con chemises que marcaron el comienzo del estilo deportivo y trajes de baño símil pañales.
De los iconos de la moda juvenil de los sixties se conservan vestidos mini de André Courrèges, otros de línea y abrigos de vinilo naranja, los pantalones unisex con forma de bombacho y líneas espaciales de Pierre Cardin, en cambio no hay ningún original de Mary Quant.
El estudio de siluetas fatales incluye los vestidos ceñidos de Azzedine Alaia, los vestidos inspirados en la lencería de Jean Paul Gaultier y sus remixes de pantalones con sujetador que impuso Madonna y los primeros desarrollos de John Galliano para Christian Dior.
El colmo de la modernidad resultan las imágenes de las prendas blancas, desteñidas y con agujeros que Rei Kawakubo y Johji Yammoto escandalizaron en París en 1982 y que celebraron el ingreso del nuevo estilo japonés en Occidente. Apenas unas páginas antes del apéndice final con breves quién es quién cautivan rarezas extremas. Entre ellas una chaqueta del belga Martin Margiela en lino beige que recrea los maniquíes clásicos de costura creados por Stockman, un chaleco y falda unidas por bisagras by Yamamoto (ilustra un caso de moda dentro de la moda, puesto que cita un traje de Picasso para los Ballets rusos de 1917). O el corset de madera lustrada con bisagras y varillas metal de Hussein Chalayan fechado en 1995 (no confundir con el corsé isabelino del comienzo del recorrido). Y al cierre, un ejemplar del A Piece of Cloth o un pedazo de telo, último invento de Issey Miyake, y que consiste en un tubo apto para transformarse en falda o vestido según deseos del usuario y apto para todas las tallas.

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