VISTO Y LEíDO
La periodista Clara Fontana presenta Ya nadie escribe cartas de amor, filosofía de la vida cotidiana, muchos textos posibles de una pionera que mira con lupa un mundo cambiante.
› Por Luciana Peker
“En la vida corriente, los seres humanos miramos el reloj y creemos que medimos el tiempo. Pero en un sentido más dramático, es el Tiempo el que nos mide a nosotros. Si bien el progreso de la ciencia alargó la probabilidad de vida, en otro lugar, en el mercado de trabajo (que es también un mercado de vida), nos explican que cuarenta años es una ‘edad’. ¿Y en los juegos del amor? Basta ver los anuncios que ofrecen juventud a las mujeres y virilidad a los hombres para advertir que nuestro cuerpo es una de las medidas del tiempo”, escribe Clara Fontana en uno de los noventa y dos textos cortos que componen el mosaico de reflexiones de (muchas) épocas en Ya nadie escribe cartas de amor, filosofía de la vida cotidiana, de Editorial Antigua.
Clara es filósofa y nació el 31 de mayo de 1926. Las mujeres no votaban, no decidían sobre sus hijxs, no podían votar leyes, ni tenían leyes que las defendieran. Clara, en realidad, es Clara Kuschnir, pero la nombraron Fontana a los 19 años, para que pudiera trabajar en Radio Belgrano en un momento donde las pronunciaciones difíciles se dejaban fuera de micrófono. Fue pionera en hablar y en escribir. Trabajo en Claudia, Café con Canela, Luna y se definió feminista mucho antes que la perspectiva de género entrara en los manuales académicos.
En 1982, la dictadura militar publicó una solicitada (“Papá, ¿qué hiciste en la guerra?”) que apelaba a la adhesión masculina al terrorismo de Estado a través del fervor bélico por una causa justa injustamente utilizada. Ella promovió la organización de una gran juntada de mujeres –en épocas clandestinas para cualquier forma de organización– y la publicación de la réplica: “Mamá, ¿qué vas a hacer en la paz”, con la firma de mil mujeres de todas las procedencias políticas. La proclama contra el servicio militar obligatorio fue uno de los inicios del Primer Encuentro de Mujeres, de 1986, en el Centro Cultural San Martín, de los que Clara fue una de las promotoras e integrantes de la comisión organizadora. Casi tres décadas después, los encuentros ya son parte de la identidad de género del país.
Clara tiene 88 años y todo lo mira con lupa porque su mirada se esfuerza y agudiza con el transcurso del tiempo vivido por una mujer con un pie en cada siglo. En su libro se rastrean orígenes históricos, tiempos olvidados y análisis de un cambio demasiado vertiginoso para ser deglutido con un simple “me gusta”. Ahora todo se escribe con el fervor de los pulgares para arriba. Pero Clara rescata el pulso de la mano impreso en el baile de las letras embebidas en tinta. “Ya nadie escribe cartas, de las verdaderas, de puño y letra, cargadas de vacilaciones y suspiros, cartas apasionadas, cartas de amor maternal, cartas de amiga. Del correo llueven propuestas publicitarias, avisos de bancos y boletas de impuestos. Los avances de la técnica desbordan nuestra intimidad. ¿Por qué? Porque hay una comunicación intensa, personal e intransferible, que la tecnología todavía no sabe traducir. Es el temblor que la mano imprime a la letra”, redacta ella, una dama antigua en el más clásico y moderno de los sentidos, sin nostalgias demodé, pero sí con el rescate de un feminismo que, además de oponerse a todas las formas de violencia, puede detenerse en la muñeca encandilada por la pasión de escribir y escribir por amor en cartas que son almacenadas para siempre, sin papeleras digitales que borren las huellas digitales de la inspiración.
También habla de los maridos en una definición que no tiene fecha de extinción: “Afuera sigue esgrimiendo su encanto personal. Pero en casa, ¡ay! ¿Dónde han quedado sus ideales de igualdad y solidaridad? ¿Dónde las causas justas? ¡Qué autoritario se ha vuelto el progre! En cuanto cruza el umbral de la puerta de calle, el Doctor Jekyll se transforma en el peligroso Mister Hyde”.
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