RESISTENCIAS
En 1995, el Programa Plan Vida las organizó para expandir costumbres y saberes que ellas ya venían ejerciendo puertas adentro. Fue a través de ese plan que muchas trabajadoras voluntarias vecinales (más conocidas como Manzaneras y Comadres) se ocupaban de la entrega diaria de leche y de una canasta de alimentos destinada a embarazadas y niños y niñas menores de seis años. Algunas eran madres, otras abuelas y otras no tenían hijxs, pero en cualquier caso, y a lo largo del tiempo, todas se erigieron en figuras importantes para el barrio. El rol de Manzaneras les permitió salir del perímetro de sus hogares, tener deseos e identificar sus luchas, que siguen vigentes.
› Por Laura Rosso
Algo se inscribió en las biografías de estas mujeres. Algo que, de una manera u otra, habilitó procesos de reconocimiento personal, público y político. Una visibilidad que se traduce en la capacidad para defender derechos propios y ajenos. Todas caminaron las calles de sus barrios. Durante años, con lluvia, viento o sol repartieron la leche que dejaba el lechero en sus casas a la madrugada. Si el barrio se inundaba, salían igual, con la soga atada a la cintura para arrastrar los cajones con comida. “Polenta, cereal, lentejas, arroz, fideos, huevos, aceite”, enumeran entre todas. Terminaban los años ’90, que arrastraban altos niveles de desnutrición en los más pequeños. En ese contexto, y desde su cargo de presidenta del Consejo Provincial de la Mujer, Hilda González de Duhalde creó en 1995 el Programa Plan Vida. Fue a través de ese plan que muchas trabajadoras voluntarias vecinales (más conocidas como Manzaneras y Comadres) se ocupaban de la entrega diaria de leche y de una canasta de alimentos destinada a embarazadas y niños y niñas menores de seis años. Algunas eran madres, otras abuelas y otras no tenían hijxs, pero en cualquier caso, y a lo largo del tiempo, todas se erigieron en figuras importantes para el barrio. El rol de Manzaneras les permitió salir del perímetro de sus hogares, tener deseos de encarar otros rumbos y de identificar sus luchas. En definitiva, dejar el rol de madre-cuidadora que se pasa las horas en su casa. Paradójicamente, la excusa fue extender ese rol de madre-cuidadora hacia la comunidad. Ayudar en la tarea nutricia les permitió también encontrarse con otras, puertas afuera de sus viviendas. “Ser manzaneras las protege ante los reclamos de la familia de quedarse a cocinar, limpiar y lavar”, cuenta Claudia Panizza, quien coordina a la Manzaneras del Plan Más Vida en el Municipio de Quilmes. Agrega: “Se extiende el rol de cuidadoras, pero logran transformar algunas cosas que no tienen que ver con el cuidado de otros y otras. Por ejemplo, aparecen cuestiones ligadas a qué les pasa a ellas mismas. Por eso, se juntan, estudian, participan de talleres de salud sexual, de anticoncepción, de encuentros de cine debate, hablan sobre cuestiones de género, se organizan para acompañarse al médico y hacer gestiones. Dicen: ‘voy con mi compañera manzanera’. Tener esa excusa de salir de sus casas y extender sus miradas les permite recrear cosas distintas”. Así, construyen conocimientos desde sus propios mundos, ahora ampliados, para fortalecer la autonomía y la toma de decisiones.
Dejarse interpelar y contar experiencias funda esa confianza que aparece cuando circula la palabra y que es propia de los espacios de mujeres. Recuperar sus historias, en tanto comenzaron como Manzaneras en aquellos años y continúan hoy interviniendo en las diferentes problemáticas que se conjugan en la vida cotidiana de quienes conviven en el barrio. Sentadas en la ronda que entrelaza historias de vida semejantes, Marcela, del barrio El Monte –El Matadero en Quilmes Este, cuenta que tiene cincuenta años y se acuerda que hace quince, cuando empezó como manzanera, “la situación era caótica”. Explica: “Nos llamaron y nos explicaron que ese plan era para las mamás embarazadas y para los chicos hasta los seis años. Censamos todo el barrio, lo caminamos, lo conocimos, visitamos a todas las familias y empezamos a repartir la leche para que la mamá aprenda a dar ese vaso de leche que se había perdido. Nos veíamos todos los días, íbamos juntas a las capacitaciones, nos fuimos fortaleciendo y conociendo”, cuenta, dejando colar algo de la emoción que la invade. Antes de empezar el Encuentro de formación en salud y derechos de la mujeres, organizado por la Secretaría de Desarrollo Social de Quilmes, a cargo de Valeria Isla, que las tiene reunidas en la Casa de la Cultura, Nora puntualiza: “Yo vivo en el barrio Alicia Esther de Quilmes Oeste, y de esos años, cuando me integré al programa, me acuerdo que llegó una chica golpeando las manos y me dijo: ¿Tenés cinco minutos? Nos reunimos en la Sociedad de Fomento, ¿querés participar? Era el año ’96 o ’97, y la situación económica era muy mala. Pedían voluntarias y yo hasta ese momento estaba con mis hijos. Mi hija de dos años no tenía los documentos, así que decidí participar. Hoy tiene veinte años y me ve cómo sigo haciendo cosas”.
Las Manzaneras (cuyo nombre se origina en Cuba, por la forma de trabajo del sistema de salud que también es por manzanas) tenían un mapa de las cuatro manzanas que debían coordinar. En ese entonces –y hoy en día– es a ellas a quienes primero se busca para resolver cualquier situación, desde un desdoblamiento del barrio, temas de violencias o consultas por vacunas. En los encuentros a los que asistían trataban de encontrar soluciones y compartían formas de cocinar y aprovechar los alimentos. A la vez, esas reuniones les daban la posibilidad de atravesar juntas los años de dolor y convertir el espacio cotidiano en una posibilidad diferente. Eso las transformó. Hoy continúan haciendo frente a ese compromiso que quedó encarnado en sus cuerpos. Un compromiso que partió de repartir la leche, porque, como cuenta Marcela, “ese era el hincapié”, pero que siguió y se ensanchó. Ellas son las portavoces, las mediadoras entre las necesidades del barrio y los recursos del Estado.
Durante los años de crisis profunda trabajaban en comedores, cocinaban pan casero en el comedor de la escuela, hacían ropa para chicos con sus máquinas de coser, organizaban roperos comunitarios y festejaban los cumpleaños de lxs chicxs del barrio en sus casas. Ayudaban a armar programas de documentación y vacunación, y organizaban jornadas con médicos pediatras. Pasaron los años y todas siguen trabajando en sus barrios. Eso que pasa todos los días, ellas lo comparten. “Nos ayudábamos. Entrábamos tierra, juntábamos tirantes, chapas, rellenábamos el terreno. Hoy veo a esos vecinos y vecinas y puedo decirte el nombre y apellido de cada chico y chica. No me olvido más de sus caras porque los llevábamos al médico, les dábamos Novalgina, que se usaba en esa época si tenían fiebre y acompañábamos a las mamás en todo. Todas éramos carenciadas, hacíamos la quinta y cada una podía llevarse lo que quisiera, acelga, tomate, zanahoria... Hoy rescato esa emoción”, dice Mari, del barrio Balneario también de Quilmes, y manzanera desde el año 1996. “Los vemos ahora y nos saludan con un respeto, somos las que les dimos la leche. Ya son hombres y mujeres y nos siguen llamando como antes ‘la señora de la leche’, o, en mi caso ‘Mary la lechera’.” Graciela es del barrio La primavera, y conmovida da cuenta de su experiencia: “Yo estaba ahí y quería hacer algo por mi barrio. Entré en el 2000. Mi barrio se inunda siempre, hasta el día de hoy. Cuando se inundaba caminaba cinco cuadras, ataba los cajones y los remolcaba con una soga. Está la problemática de la salud, para las mamás que no cumplen con las vacunas estamos nosotras, les decimos que los lleven, que en la salita hay vacunas para los chicos del barrio. Estoy re contenta con eso”. Karina vive en Los Eucaliptos de San Francisco Solano y fue una de Las Manzaneras más jovencitas. Hoy también es maestra y cuando lo cuenta recibe el aplauso de sus compañeras: “Lo mío fue más raro, empecé con 19 años y tenía a mi hijo que actualmente tiene 18. Mi barrio también se inunda, pasamos varias lluvias, varias tormentas. Las mamás tenían miedo de ir a la salita, entonces organizamos talleres, tipo control de peso y talla, y control de vacunas, y venían la mamá con sus bebés. Hacíamos jornadas de desparasitación, talleres de anticoncepción, pedimos pediatras. Si las mamás más jovencitas no iban, preguntábamos por qué y las íbamos a buscar”. Irene acota: “Soy trabajadora vecinal comadre desde el año ’95. Hacía los seguimientos a las chicas embarazadas, las acompañaba o iba tempranito a sacarles turno. Trabajábamos mucho, éramos muy unidas, participábamos con festejos para el día del niño, para reyes... Me acuerdo todavía hoy de esas caritas de felicidad que nos dieron una alegría inmensa. Todas siempre apuntamos a lo mismo, a la niñez. Es un trabajo de todos los días y de tantos años. Ahora dejamos de repartir los alimentos y la leche porque se adoptó la utilización de la tarjeta de compra de alimentos”. Paula continúa: “Vamos con los vecinos y vecinas que tienen los problemas, por ejemplo, si hay maltrato, como hijos que maltratan a sus madres o noviazgos violentos, les contamos adónde dirigirse. A mí me encantó y me sigue encantando, mis hijos son grandes, se fueron de mi casa y me quedé con mi marido, que peleamos todo el día, por eso salgo, sigo estudiando de modista y me voy a dedicar a la lencería. Hay días en que me la paso de gira, mi marido se enoja y me dice ¿por qué no te llevás la cama también? El estaba acostumbrado a verme dentro de mi casa, yo no salía a ningún lado, salvo para hacer los mandados. Ahora estoy enganchada en todo”.
Van a la búsqueda de soluciones comunes a los problemas de su barrio, siguen batallando, tejen la trama social y estimulan el intercambio entre las mujeres de sus barrios.
Para concluir la charla, un punto crucial para ellas: el cumplimiento de la Ley 14.245, que crea “un régimen especial de subsidio para las Trabajadoras Voluntarias Vecinales, conocidas como ‘Manzaneras, y/o ‘Comadres’ que realicen trabajo social gratuito en la implementación y ejecución del Plan Más Vida en el ámbito del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires”. Por esa ley son “acreedoras del beneficio previsto (...) las Trabajadoras Voluntarias Vecinales en servicio que alcancen sesenta años de edad y acrediten haber prestado servicios como tales, efectivos y voluntarios, durante quince años en forma continua o alternada”. Antes de terminar la tarde en el taller de capacitación, Paula concluye: “Todas estamos trabajando ad honorem, lo único que recibimos es una tarjeta con cincuenta pesos más que las beneficiarias. Desde el año 2011 está aprobada la Ley 14.245 para que empecemos a cobrar, pero ninguna cobra. Queremos pelear por eso. Somos 40.000 manzaneras en la provincia de Buenos Aires y 1800 en Quilmes. Antes nos reconocían con algún regalito o una tarjetita, pero necesitamos que se cumpla esa ley. En el barrio nos reconocen como las señoras que daban la leche, pero hace falta también el otro reconocimiento”.
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