Vie 02.01.2004
las12

SOCIEDAD

Ser mujer no es ser madre

Una de cada diez mujeres argentinas no es madre, sin embargo, cincuenta años de feminismo mediante, para el imaginario social ser mujer y no ser mamá es como llevarse una materia a marzo en el boletín de la feminidad. ¿Por qué?

Por Luciana Peker

No tengo instinto maternal. Me importa pensar que pasé por este mundo y alguien me leyó. Pero no creo en la reproducción. Por eso no me arrepiento de no haber tenido hijos”, declaró la escritora y periodista española Maruja Torres, de 60 años. La humorista Maitena cuenta que ella creía que las mujeres alteradas que inventó hablando (en diálogos tan íntimos como los de un baño o una charla de teléfono) sobre los hombres, la celulitis, la búsqueda de los hombres, la depilación, la ropa, las madres, el trabajo, la separación de los hombres, el pelo, las salidas, el paso del tiempo... sólo podían ser argentinas. Pero el éxito la sorprendió en España. Y lo más sorprendente es que, más allá de alguna que otra traducción idiomática, el universo femenino era el mismo. Salvo, por una pequeña cuestión: los hijos. En la Argentina casi todas las mujeres –independientes, liberales, universitarias, lo que sea– tienen hijos. O dicen desear tenerlos. En España no. O sea: están las que sí y están las que no.
“¿Cómo nos sentimos de verdad, en lo más hondo, frente a la maternidad y la no maternidad? ¿Qué mitos, que sueños y qué miedos se ocultan ahí y cómo podemos expresarlos?”, se pregunta la escritora y periodista Rosa Montero en el libro La loca de la casa. Y, como una respuesta personal, apunta: “Aunque a los 52 años haya otras mujeres que sí tienen hijos puedo asegurar que éste no será mi caso. El hecho de no tener hijos me permite hacer una vida mucho más libre”.
El abecé del feminismo fue extirpar el dictamen que aseguraba que el instinto maternal, el rosa y la cocina no venían en el genoma femenino. Muchas mujeres después eligieron –entre otras cosas y sin contradicción— la maternidad, el rosa o la cocina. Pero, aún hoy, en la Argentina es difícil que una mujer se anime –como Maruja Torres– a decir que no tiene instinto maternal. Aun cuando una de cada diez argentinas no tiene hijos.
Las primeras feministas argentinas, las que, por ejemplo, en 1920, llevaron a cabo un simulacro de votación donde las mujeres podían ser votantes y votadas, no tenían entre sus objetivos desligar la feminidad de la maternidad. En el libro Historia de las mujeres en la Argentina (Siglo XX), la historiadora Marcela María Alejandra Nari puntualiza: “Las feministas aceptaron la maternidad como clave de la feminidad. Todas las mujeres, más allá de las diferencias sociales, compartían la capacidad y la experiencia de la maternidad. Era lo que las acercaba y las volvía idénticas. Era la plataforma de la solidaridad. Pero las feministas intentaron reformular la maternidad. No cuestionaron que constituyera una ‘misión natural’ para las mujeres, pero fundamentalmente la consideraron una ‘función social’. Puesto que eran o podían ser madres no podía privarse a las mujeres de derechos civiles, sociales y políticos”.
Tal vez sea este origen nacional de la lucha por los derechos de las mujeres lo que haga que en la Argentina no tener hijos sea una excepción, rara, y una elección, difícil, para las pocas que se atreven a decidirlo y decirlo. Y acreciente el dolor de las que, a pesar de querer, no puedentenerlos (por razones biológicas, falta de proyecto de familia u otros motivos).
“Yo no quiero tener hijos. Y no tengo forma de justificarme. Aunque lo intenté. Porque si bien la decisión es muy personal, lo cierto es que cuestiona un valor cultural y social tan arraigado que una se la pasa explicando por qué. Tanto es así que a mis 33 años debí saltar varias piedras en el camino hacia la no maternidad. Como la oscura advertencia de mi mamá, quien desde su más profundo amor me dijo: ‘Cuando seas grande te vas a arrepentir de esta decisión y ya no vas a poder hacer nada’. O la opinión de mi tía que, mirándome con una mezcla de lástima y el más rancio desprecio, calificó de egoísta mi resolución. Pero la odisea no termina ahí. Porque las estocadas de mi familia dejaron algunas marcas, que al tiempo se transformaron en fantasmas. Para colmo, varias de mis amigas (independientes, profesionales y liberadas ellas) se embarazaron y, felices, dieron a luz bebés preciosos. Ah, querida, te la regalo estar en mis pantalones por esos días –relata Marina Ortiz, licenciada en Letras, y en pareja–. La crisis fue tremenda. Las palabras de mi mamá me taladraban la cabeza. ¿Seré una mujer infeliz, incompleta, amargada y resentida por no tener hijos? Yo creo que no. Simplemente porque deseo otras cosas. Y disfruto de buscarlas, conseguirlas y disfrutarlas. Ser madre no es una de ellas.”
Aunque, en realidad, Marina no es una mujer excepcional. El 12,2 por ciento de las mujeres de entre 35 y 39 años no tiene hijos, según el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas (Indec), del 2001. Entre las mujeres de 25 a 29 años el 36,7 por ciento no es madre (pero aún puede serlo) y entre las de 45 a 49 años el 9,1 por ciento no tiene hijos (aunque, en realidad, en muchos casos las mujeres declaran no haber tenido hijos si ellos fallecieron). En definitiva, una de cada diez mujeres argentinas no es mamá. Pero, pareciera, que, todavía, para el imaginario social ser mujer y no ser mamá es como llevarse una materia a marzo en el boletín de la feminidad.
“Para ser madre se necesita capacidad de postergación. Y no todas las mujeres la tienen. Hay mujeres que no desean ser madres, pero tienen dificultad en asumir su no deseo porque el mito de la maternidad es el mito fundante de la identidad femenina –subraya la psicóloga Irene Fridman, codirectora del programa de actualización de Psicoanálisis y Género–. Y, aunque ya haya 50 años de feminismo en el camino y las cosas estén cambiando lentamente, el patriarcado no se quebró y la cultura modeliza, incluso, los deseos.”
Tener hijos es dar y recibir, quitarse y reproducirse. No es malo siempre que no sea un encierro, aun por presiones sociales invisibles o transparentadas por las presuntas “buenas intenciones”. Lo llamativo es que las presiones sean las mismas ahora que cuando la escritora María Esther de Miguel (ya fallecida) era chica. “Mis recuerdos personales afirman que mi mamá estaba empecinada en el casamiento y el engorde y de las conversaciones de ella con sus amigas yo, aun adolescente, había sacado una conclusión definitiva: todas las mamás quieren ver a sus hijos fuera del ejército y a sus hijas camino al altar”, escribió María Esther en su biografía Ayer, hoy, todavía, donde, reiteradamente, cita su falta de costumbre en criar hijos o trajinar con niños.
Hay muchas argentinas célebres que, como ella, muestran un modelo de feminidad en donde la realización no está ligada con la maternidad. Por ejemplo, Silvia Quadrelli (presidenta honoraria en la Argentina de Médicos del Mundo que actuó en la guerra de Irak y en la de Afganistán), Carmen Argibay (jueza en el Tribunal Internacional de La Haya y candidata a la Corte Suprema de Justicia) o Mariana Weissman (física e investigadora del Conicet que recibió el premio L’Oréal-Unesco For Women in Science). Sin embargo, aun en un país donde las mujeres son mayoría en las universidades y la inserción laboral está legitimada, estudiar y trabajar no alcanza para ser mujer. En este punto, lo cuestionable no es que las mujeres que estudian y trabajan elijan ser madres sino que ser mujer siga siendo ser madre. Sin elección. Aún hoy.
“En las sociedades hispanoamericanas contemporáneas la figura de la madre acarrea prestigio social a las mujeres. La exaltación de la maternidad por encima de otras funciones sociales posee sin duda consecuencias decisivas para las concepciones de lo que es ser mujer en términos sociales”, escribieron las doctoras en sociología Orlandina de Oliveira y Marina Ariza en el libro Familia, trabajo y género, editado en Argentina por Unicef y el Fondo de Cultura Económica en el 2003.
Con este concepto coincide Ana María Fernández, profesora de la Facultad de Psicología y autora del libro La mujer de la ilusión: “En este país hay un espejismo de igualdad por el ingreso masivo de las mujeres a la universidad y porque hay muchas profesionales de clase media que hacen una vida independiente, sin embargo, los estereotipos de género siguen siendo muy marcados y no hay lugar en las relaciones amorosas para dos personas con igual protagonismo, por eso, también hay tantas mujeres solas”.
El nuevo mandato social parece exigirle TODO a las mujeres: madres, modernas, producidas, cuidadas, inteligentes, informadas, dedicadas. Y lo que no se hace queda como tarea. “Me queda pendiente para otra vida tener un par de hijos”, declaró Norma Pons a los 60 años. María Fiorentino es una de las pocas mujeres que muestran su falta de maternidad como una elección y no como una estaca del azar: “Yo he sido toda la vida un ser muy libre: me gusta trabajar todo el tiempo, viajar, disfrutar. En La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes dice que cada vez que elegís cerrás la puerta de algo y que, llegado un momento, tu elección y tu destino son lo mismo. Un hijo es una elección determinante. Yo renuncié a conocer un tipo de amor y no renuncié a perder mi libertad. Yo decidí no tener un hijo y no es que el destino no lo quiso. No lo quise yo”, reafirma la actriz y profesora de teatro, a los 53 años.
“Es cierto que con un hijo uno pierde libertad para montones de cosas y también que uno se pierde un montón de cosas por no tener un hijo, el problema es que la presión social marcaría que uno es el camino correcto y el otro no. El punto es que no tiene que estar el mandato pro maternidad, ni el no mandato, tiene que estar la posibilidad de elegir”, remarca la psicóloga Lilian Fischer.
Tal vez María pudo respetar su propio deseo porque también se lo respetaron a ella. “No tener hijos es una elección de vida que debería ser respetada. Mi vieja jamás me dijo: ‘¿No voy a tener un nieto?’ y eso que le encantan los chicos. Pero ella aceptó de buen grado mi decisión. Un día en una charla me dijo: ‘No tejeré batitas pero hay muchas batas para muchos hijos que tenés todos los años’, en referencia a mis trabajos, mi libro, mi escuela –describe María–. Además, mis alumnos son hijos de la vida, y si por ellos me hago tantos problemas, agradezco al cielo no haber tenido hijos propios...”

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