Viernes, 20 de marzo de 2015 | Hoy
PERFILES
Volvió espléndida e igual de hermética que siempre: al contrario de lo que la prensa espera de una mujer que pasó los cuarenta y se niega a hablar de su vida privada.
Volvió. Con toda la hojarasca de los ochenta que se arremolina a su alrededor cada vez que hace una aparición pública, la ex tenista jugó contra Monica Seles en el Madison Square Garden para recordar el partido que las enfrentó hace veinticinco años. Aquella vez venció Seles, pero en esta oportunidad Gabriela demostró cómo habían rendido los cuatro meses de entrenamiento previos al encuentro. A pesar de que lleva veinte años retirada del tenis y dedicada exclusivamente a los productos que llevan su marca, Sabatini jugó como si esos años de no tocar una raqueta no implicaran el olvido de todo lo que logró en esos diez años de carrera que hoy parecen tan lejanos, o como si los 44 no le “pesaran sobre los hombros”, según señalaron algunos medios que parecían sorprendidos de que apareciera una mujer sana y contenta y no una vieja al borde de la parálisis.
El tenis sigue intacto, y también sigue intacto el misterio que rodea a Gabriela, su vida amorosa, su sexualidad. Cada vez que se presenta en público, la pregunta por la sexualidad de Gabriela Sabatini surge entre las familias frente al televisor, se convierte en el tema de una charla de amigos, o ahora también, en búsqueda de Google. Alguno se acuerda de un novio, allá por los ochenta; otro enumera tenistas lesbianas como Martina Navratilova o Amélie Mauresmo. Mientras tanto ella, hermética, contesta con la misma corrección y vacío absoluto todos los interrogatorios sobre su situación sentimental, dice que está bien, que por ahora no, o echa mano de verdades prefabricadas como que “a los hombres les asusta el compromiso”, como si casi todos los hombres, y más todavía los famosos, no se comprometieran a cada rato.
Pero de ese misterio es preferible no hablar: quizá se llame “privacidad”, quizás haya una simple estrategia de marketing detrás de tanta ausencia de datos o el closet parezca un lugar cómodo adonde quedarse. De lo que sí se puede hablar es de la ansiedad inagotable por casar a Gabriela, por hacerla madre, definirla. Y más ahora, que a los 44 años se está acercando peligrosamente a esa fecha de vencimiento que se impone a las mujeres para la maternidad y tantas otras cosas. Pero la preocupación por la soltería de Sabatini tiene casi tantos años como su fama: no por nada la revista Gente tituló una nota de tapa donde se presentaba al alemán que por ese entonces estaba saliendo con Gaby con el “¡Tiene novio!” de rigor, casi un grito victorioso. El chico se llamaba Frank Unkelbach y cayó en el olvido unos meses después. Después vino la amistad con Carlitos Menem Jr., que los medios desearon convertir en el romance del año, pero también quedó en la nada. Una tapa de Caras, de 1993, la mostró sentada en las rodillas del tenista Guillermo Pérez Roldán, y después de eso no hubo casi noticias, aunque es cierto que el bajo perfil de Sabatini como empresaria, desde su retiro, en 1996, la puso lejos de las tapas de revistas: la rama de la familia que apareció con mínima ropa y contándolo todo fue la otra, la de Osvaldo y Catherine Fulop con sus dos hijas.
Por eso la caza de brujas no la perdona cada vez que da una entrevista, como se lee en la seguidilla insidiosa del sitio on line de Gente: “¿Está sola, Gabriela? ¿Los hombres no se le animan? ¿Cree que el hecho de ser Gabriela Sabatini los aleja? Rara vez se la fotografió con un muchacho. ¿Está muy sola o es prolija para los mandados? ¿Cuándo tuvo su última cita? ¿Cuál es el obstáculo más común en sus relaciones? ¿Es consciente de que todo el país la quiere ver en pareja? Noviazgo, matrimonio y maternidad. ¿Ese orden es importante para usted? ¿Alguna vez fantaseó con ser madre soltera?”. Un infierno. Lo que queda claro es que lo de Gabi no es normal, y que la fama no la salva de tener que sufrir a cada rato la misma inspección sanitaria que todas las solteras argentinas.
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