Viernes, 20 de marzo de 2015 | Hoy
VISTO Y LEíDO
El Cuenco de Plata edita Rosa mística, perturbador libro de relatos eróticos de la escritora uruguaya Marosa di Giorgio.
Por Alejandra Varela
La escritura se sostiene en una lengua mitológica. La naturaleza está enrarecida porque, tal vez, se trate de la encarnación de algún Dios que se dedica a capturar a las niñas vírgenes para hacerlas caer en la alucinación de una orgía entre insectos y ogros, como en el reverso de un cuento de hadas.
Hay una fuerza moral en los personajes animales o fantásticos de Marosa di Giorgio que le asignan a la aniñada figura femenina una oscuridad propia de la provocación, del deseo que se transforma en un aroma, en una brisa sobrenatural, siempre teñida de culpa. Rosa mística es un cuento para niñxs que confiesa su sordidez, como si sus personajes se hubieran sublevado y todo aquello que en la fábula de una chica perdida en lo inhóspito de un bosque aparecía velado, aquí se cumple con una fatalidad repetida.
La poesía se disfraza de narración, de pequeños cuentos eróticos o de nouvelle, pero el código que rige el relato es el de la escena sin desarrollo, construida en base a imágenes que condensan situaciones inmensas.
Los cuerpos aparecen fragmentados, como piezas disociadas, ajenas al mandato de su dueña. El himen es algo que puede volver a insertarse, lxs hijxs se escapan por cualquier orificio, el pene es en sí mismo un personaje que apuñala a las ninfas, que realiza el sacrificio para que la mujer, tantas veces mancillada, se convierta en santa.
Marosa reproduce la misma estética que en el Camino de las pedrerías, pero si en ese libro publicado en el año 2006 el tono burlesco permitía avanzar sobre escenas que develaban su estructura explícita, la violencia de una sexualidad infantil que el espíritu poético parecía atenuar, en Rosa Mística la autora uruguaya encuentra un sentido a esa tonalidad envolvente y mágica.
Así como la protagonista de Contra viento y marea, de Lars Von Trier, regaba su sacrificio y su santidad en una entrega permanente que la llevaba a la vejación del propio cuerpo, Marosa ubica esta acción en el plano poético y místico. Lo que en el cineasta danés se daba en el marco del realismo, donde ciertos emblemas morales permitían una lectura social, en Marosa el anudamiento de sus personajes se manifiesta en un mundo onírico, casi imposible, donde la narradora se engolosina con el acto de contar como una suerte de desdoblamiento.
El texto habla y sugiere desde un desconcertante uso de las palabras, como si allí estuviera el misterio de su historia, el arma que le sirve para encantar las acciones, para hacerlas más extrañas y lejanas. La sexualidad es un todo del que es imposible escaparse, una fuerza que produce erecciones en los cadáveres cuando las jovencitas pasan cerca de un cementerio. Marosa lee en la caracterización que realiza la Biblia de la figura femenina una suerte de simbiosis entre Eva y la virgen María. La belleza femenina es mostrada como una fragancia absolutamente irresistible, fuente de ese Mal que se materializa en la violencia masculina, pero también es ese cuerpo ofrecido más allá de la propia voluntad.
El disfraz de la niña, su maquillaje, su preparación para una escena ritual, hace de cada color y de cada velo, un símbolo. El barroquismo sirve para saturar una escena ya conocida, para parodiar la magia de la joven que puede embarazarse sola, pero es eternamente víctima de los zorros, murciélagos y hurones que la desangran y la hacen llorar bajo su máscara.
Ciertos destellos realistas, como esas imágenes donde la chica, hermanada con una serpiente que habla a través de ella, aborta con unas agujas y vive tragándose el semen de todos los hombres, le dan a estos personajes de fábula cierta mundanidad, un lugar común entre las mujeres como un cristo con faldas que desciende a la tierra. Pero aquí la virgen devenida puta no puede dejar de parir y de abortar en un gesto automático y dislocado que la convierte en un absoluto. Su cuerpo ya es El Cuerpo, ella es vista como el mismo Dios.
Rosa Mística
Marosa di Giorgio
El Cuenco de Plata
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