Viernes, 15 de mayo de 2015 | Hoy
RESCATES
Susana Chávez
1974 - 2011
Por Marisa Avigliano
La encontraron en una calle de la colonia Cuauhtémoc, “su muerte no tiene relación con su papel de activista para esclarecer los crímenes de Ciudad Juárez”, dijo el fiscal de Chihuahua después ver su cuerpo mutilado y su cabeza envuelta en una bolsa negra. Se habló de “un encuentro desafortunado” que la poeta juarense tuvo con tres jóvenes de la “lumpen delincuencia”, quienes, “alcoholizados y drogados”, discutieron con ella, perdieron el control, la asesinaron y simularon una escena de crimen organizado amputándole la mano con un serrucho que encontraron en la casa. A Susana la mataron como mataron a las mujeres que ella defendía, dijo su padre mientras la sepultaba en Tepeyac, uno de los cementerios más antiguos de Ciudad Juárez y mientras recordaba que su hija siempre repetía la misma frase: “Ni una mujer menos, ni una muerta más”. Susana escribía poemas desde los once años y solía leerlos en voz alta anticipando sus lecturas públicas, esas mismas lecturas en las que participaba exigiendo justicia por las mujeres asesinadas cuando la mataron: “Sangre mía, / de alba, /de luna partida, / del silencio. /de roca muerta, / de mujer en cama/saltando al vacío, /Abierta a la locura. /Sangre clara y definida, /fértil y semilla /Sangre incomprensible gira, /Sangre liberación de sí misma, /sangre río de mis cantos, / Mar de mis abismos. /Sangre instante donde nazco adolorida, / Nutrida de mi última presencia.”. Chávez fue una de las primeras voces en denunciar los femicidios cuando nadie, fuera de unos pocxs en Juárez –apenas los familiares de las mujeres asesinadas–, nombraban a las víctimas. “A Susana la mataron por ser mujer”, dijo Norma Ledezma, coordinadora de Justicia para Nuestras Hijas de Regreso a Casa, recuperando la silueta emblema de la trovadora mexicana. Susana muerta, la poeta del grito de fuego desde el corazón, se agrega a una lista voraz de mujeres asesinadas que crece mientras se escriben las palabras. La voz de fuego es testimonio vivo y su cuerpo roto, la prueba. ¿De qué muerte hablan los que no hablan de esta muerte como femicidio? La escritora del desierto que decía sentir vacío, desamparo e impotencia vivió toda su vida cerca de la frontera con los Estados Unidos y vio cómo desaparecían las adolescentes explotadas que trabajaban en las maquiladoras, como Alma Chavira Farel, mutilada en enero de 1993, seguida cuatro meses después por Gladys Janeth Fierro, una nena de 12 años violada y estrangulada, y a las que se sumaron cientos de mujeres, cientos de cuerpos masacrados cuyos huesos calaban la tierra baldía que une Juárez con El Paso. La voz de Susana denunciaba el horror de su tiempo, y fue esa voz muda la que tuvo que defenderse cuando ya estaba muerta. En el crimen de Susana, Susana era la culpable. Sí, para quienes buscan aniquilar la verdad sobre la muerte de las mujeres y sacian su sed con la sangre de las víctimas Susana fue, por salir de noche y tomar alcohol, culpable de su propio asesinato. Ninguna sorpresa. Mientras la lista de mujeres asesinadas crece –la violencia contra la mujer no es patrimonio de la aridez mexicana– las palabras desenhebradas buscan aguja en “primera tormenta”, el blog incompleto en el que escribía Susana y recitan sonoras en plena batalla: “A ciegas la luz vela/y unos ojos se abren para siempre. /Hablo del corazón frente a la muerte, /en el árbol de la voz, con un labio de tierra y otro/de noche, /con un corazón de polvo y otro de viento”. Ni una menos.
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