Viernes, 22 de mayo de 2015 | Hoy
ESCENAS
En La ciudad, el dramaturgo británico Martín Crimp desafía la inercia de las acciones, los lugares comunes de un matrimonio joven que podrían desembocar en la infidelidad y el abandono.
Por Alejandra Varela
En el reencuentro de una pareja después de una jornada de trabajo hay algo que está al acecho. Los diálogos son el campo minado de la sospecha para Martín Crimp, donde la palabra que se despliega parece más producto de la imaginación que de una anécdota posible.
La figura de un/a escritor/a, como la imagen amenazante de una remota aventura que viene a adherir a lo real algo de la inspiración novelesca, señala ese vértigo de contar que los personajes de La ciudad atraviesan cada vez que se dejan llevar por la destreza de una charla colmada de situaciones definitivas que nunca acontecen.
Lxs que no están pero son letra en la carga de historias que cualquier persona en una ciudad acumula como resortes internos de una ilusión que la fatiga y los estímulos siempre anuncian, son moldeadxs como si un animal herido presionara por salir de esos cuerpos sigilosos.
Las mujeres son aquí fieras delicadas y diestras. Sensibles pero amparadas en una compostura que las lleva a dominar la situación con el filo de su inteligencia.
Carolina Tejeda y Cecilia Czornogas le dan a su actuación un peso como si un haz de luz creara un espacio nuevo en la escena para que ellas encontraran una dramaturgia en su propia voz, en el modo de desplazarse, de hacer de cada uno de sus gestos otra narratividad, otra tensión donde se funda una teatralidad solapada que viene a estallar los sentidos.
El modo en que el dramaturgo británico Martin Crimp plantea su escritura despierta permanentemente la imaginación. En un drama que parece ser inventado mientras transcurre, lo aleatorio de la trama juega con la posibilidad de suponer una serie de hechos que quedan truncos. El realismo es un género que no le resulta suficiente para revelar la ficción de esa cotidianidad entre vecinxs. Por eso es acertado el tono que eligen Tejeda y Czornogas para actuar donde las palabras se remarcan con cierta intencionalidad de señalar su condición dudosa. El uso duelístico de los diálogos para desconcertar, apabullar, obligar al interlocutor a despertar su inventiva. Porque aquí no hay aburrimiento, tema remanido del género, o al menos, estos personajes han sabido combatirlo a fuerza de encontrar en el lenguaje de su época, que se lee en el idioma femenino, una hazaña que pasa por el descubrimiento de su interioridad (no por la exploración externa del comportamiento masculino) aun con el riesgo de que esa ciudad interna esté vacía, forma de un miedo que las mujeres combaten haciendo de la especulación fantasiosa una palpable realidad.
En esta historia el impulso femenino para idear los hechos, pero también para procesar sus propios secretos y fantasmas, adquiere un protagonismo deslumbrante.
La traductora encarnada por Tejeda podría haber creado al personaje del escritor exitoso llamado Mohamed, con el que dice haberse encontrado por casualidad en una estación de trenes, para confesar todos los hartazgos de la vida doméstica que sólo son tolerables en el discurso de un hombre. La tragedia vergonzosa se esconde en la escritura de un diario que, lejos de ser el inventario de enigmáticos romances, refleja la ingeniería de una invención.
La bella enfermera que los visita como la muñeca maligna de un film de terror, el ser desquiciado, encausado en la precisión con que Czornogas se hunde en el detalle de una guerra ficticia donde lo inverosímil puede aterrar por el solo desparpajo de su palabra, está allí para desarmar todo lo ligado a la ternura y la compasión que la feminidad pueda conservar.
En las familias que Crimp lleva a escena siempre se esconde el antecedente de los dramas griegos como ese final que los personajes tratan de evitar. Pero también se anima a pensar un mundo donde la figura masculina se empequeñece, ya no sabe cómo hacer de la voluntad la condición de su atractivo y la mujer ensaya una autoría inédita. Experimental para los ojos de los hombres que se preguntan cuánto de cierto habrá en todo lo que dice y escribe, en todo lo que asegura haber vivido.
La ciudad, con dirección de Cristian Drut, se presenta los sábados a las 18.30 en el Teatro del Abasto. Más info: teatrodelabasto.com
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