COSAS VEREDES
Por primera vez en su historia, el American Ballet Theatre nombró a una mujer afroamericana su bailarina principal, máximo puesto en la compañía. La épica de Misty Copeland, a continuación.
› Por Guadalupe Treibel
El pasado 30 de junio, Misty Copeland (Kansas, 1982) hizo historia al consagrarse como la primera mujer afroamericana en detentar el título de bailarina principal de la compañía American Ballet Theatre (ABT), hecho sin precedente en los ¡75 años! de historia de la prestigiosa entidad norteamericana. Hecho que, por supuesto, no pasó inadvertido para medios a lo largo y ancho del país, amén de una heroína digna de cuentos que logró alcanzar tamaña meta con 32 años y altas dosis de adversidad. No sólo por abrirse camino en una escena predominantemente blanca donde la discriminación ha sido (sigue siendo) moneda corriente, y la falta de diversidad un (no tan acallado) grito a cuatro vientos. También por sus otros puntos de partida: tomar sus primeras clases de ballet siendo ya “grande” (léase, a los ¡geriátricos! 13 pirulos), tener un físico no del todo convencional (demasiado curvilíneo, demasiado musculoso, demasiada delantera), provenir de orígenes más que modestos. “Por mi tipo de físico, mi pedigrí y mi background, no debería haberme convertido en parte de una de las compañías de ballet más grandes del mundo”, ofreció la muchacha en cierta ocasión. Por fortuna, lejos de apichonarse, abrazó orgullosamente sus “singularidades”, y aquello rindió sus frutos. “Han acabado comprendiendo que mis curvas son parte de la bailarina que soy, no algo que necesito perder para convertirme en una”, compartió la estrella nada fugaz.
La muchacha –que pasara sus años mozos mudándose de motel en motel, compartiendo cama (en ocasiones, piso) con cinco hermanos, madre y padrastro de turno– nunca se amilana al recordar cómo, siendo una niña, “trataba de conseguir dinero para ir a la tienda a comprar una taza de sopa y pasar el día”. Cómo, a pesar de migrañas constantes, producto de la constante preocupación, se contentaba con llegar temprano a clase, mover los piecitos al son de Mariah Carey o ver a la ex gimnasta Nadia Comaneci haciendo piruetas, descubriendo gracias a ella –y con tiernos 7 añitos– “el placer del movimiento”. Hoy la propia Comaneci le devuelve el piropo, la llama “modelo a seguir”, “ejemplo para niñas del globo”, “prueba viviente de que la pasión –y no el color de la piel– definen el éxito de una persona”. También lo define la perseverancia, dicho sea de paso: después de todo, hace apenas unos años, tras una fractura en la tibia, los doctores recomendaron a Misty darse al retiro voluntario. Algo que la chica descartó inmediatamente, encontrando un médico apto que la operase, rehabilitándose a conciencia, aprendiendo durante semanas a volver a caminar, regresando –cinco meses más tarde– a calzarse los zapatitos de ballet.
Descubierta por una profesora de historia que la vio sacudiendo elegantemente el esqueleto al son de George Michael y corrió a advertirle de su talento a una maestra de ballet (“Hasta ese momento, nada sabía ni había visto vinculado a la alta cultura”), el ascenso de Copeland llegó –¡por fin!– tras integrar durante 14 años el elenco estable del ABT, donde ya había sido promovida como bailarina solista en 2007. Y con aquel puesto, voilà sus destacados roles en piezas como Romeo y Julieta, El lago de los cisnes, El pájaro de fuego... De hecho, fue este último ballet –compuesto en 1910 por Igor Stravinski– el que supo darle nueva resonancia; en sus palabras: “La noche que lo bailé en el Metropolitan Opera House en junio de 2012, comprendí el valor profundo de mi trabajo. Nunca antes había visto que la mitad del público fuera afroamericano. Saber que muchos estaban allí para apoyarme fue genuinamente conmovedor”.
Consciente de la discriminación latente en las compañías de baile clásico, Misty jamás pierde oportunidad de referirse al tópico, intentando desmantelar grácilmente las barreras raciales y clasistas de su profesión. “Cuando hablo con familias negras, me dicen: ‘Nunca fuimos al ballet ¿Para qué llevar a nuestros hijos a un sitio donde no se verán reflejados a sí mismos en escena?’.” Copeland quiere ser ese reflejo y, de cara a su nuevo título, cabe suponer que lo está logrando; en buena parte –como ella misma reconoce– gracias a la labor de las pioneras que la precedieron en este mundillo, como Raven Wilkinson, su mentora, primera negra en formar parte de una compañía de ballet clásico allá por los ’50, que hoy –con 80 años– todavía recuerda las veces que le fue solicitado pintar su rostro de blanco y llevar guantes en símil tono previo a salir al escenario...
En ese sentido, no es casual que el propio Barack Obama (declarado fan, al igual que Beyoncé) haya convocado a Misty para que integre su Consejo de Fitness, Deporte y Nutrición. Tampoco lo es la extensa popularidad que la treintañera ha logrado con el correr del último año, escalando incluso en la famosa y más reciente lista de 100 Personalidades Más Influyentes de Time Magazine. Porque, lejos de limitarse al campo que la ve pararse de puntas, Copeland ha sabido moverse en circuitos poco convencionales, protagonizando publicidades para firmas deportivas (su viral comercial para Under Armour ya suma más de 9 millones de visionados en YouTube), siendo jurado de ocasión en el show de talentos So You Think You Can Dance, bailando incluso en conciertos de Prince –quien, sobre ella, ha dicho: “No tiene techo, no tiene límites”–.
Como si fuera poco, el pasado abril, el Festival de Cine Tribeca estrenó el documental A Ballerina’s Tale, de Nelson George, que explora vida y obra de la joven prodigio. Como si fuera poco (bis), la muchacha publicó el pasado año su libro de memorias (un bestseller) intitulado Life in Motion y un libro para niñxs, donde incita a las purretas a tener fe en ellas mismas, trabajar duro, con dedicación, y convertirse sin más en un pájaro de fuego. Por lo demás, chocha con su flamante puesto como bailarina principal de ABT, Copeland aprovecha el foco de atención para dar nueva luz a su causa: “Que hoy esté en esta posición no significa que las cosas serán más fáciles para el resto. Después de todo, el hecho de que Obama sea presidente de los Estados Unidos no acabó con el racismo. Todo es un proceso y debemos ser conscientes de que nuestro trabajo no termina nunca”.
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