TRABAJO
En Misiones, donde la tierra hierve de color rojo, ellas están con machete en mano deshojando la planta que da origen a un producto de consumo diario, naturalizado en las góndolas y almacenes, pero que lleva un enorme esfuerzo que se carga en las espaldas de estas mujeres. Son las tareferas las que empiezan la cadena de producción de la yerba, y sus condiciones laborales distan mucho del ideal: jornadas extenuantes, falta de higiene y recursos, salarios bajísimos. La organización venció al miedo y poco a poco se fueron nucleando, teniendo logros y poniéndole voz, además del cuerpo, a un oficio invisible.
› Por Irupé Tentorio
Recorrer la ruta 14 y 12 de la provincia de Misiones es ir bordeando los yerbales y acompañar los camiones que cargan los raídos con hoja de yerba mate luego de haber sido trabajada por las tareferas. La cadena de la yerba mate empieza con la siembra, luego llega la tarefa que con sus manos limpia cada hoja de esta planta y sólo con tijera se corta el gajo y se rompe nuevamente con las manos, acumulándolas sobre un plástico abierto como mantel que espera en el piso. Luego se unen las puntas y se forma una gran bolsa, es decir el “raído” de 80 a 100 kilos, acción que se repite varias veces en una jornada para llegar a un total de 400 o 600 kilos. Cada 500 ellas ganan 250 pesos. Sus jornadas laborales por lo general son de 9 horas (aunque algunas son más extensas) entre los meses de marzo a septiembre. Todas permanecen en los yerbatales en condiciones difíciles: algunos de ellos tienen baños (letrinas en casillas de madera), muchos ni siquiera eso, tampoco agua o un espacio para comer. Otras acampan y permanecen toda la semana en el yerbal a pesar de la ley 26.842 contra la explotación y trata de personal laboral.
En la provincia de Misiones, es ese rojizo bermellón el que arma los caminos en picada que va hacia los yerbales. Es otoño y el rocío humedece el alba cuando todas se despiertan para ir a trabajar. Mirta de 39 años, oriunda de Jardín América, madre de cuatro hijxs y recientemente viuda, toma aliento, respira profundo haciendo de ese impulso un instante eterno y cuenta su rutina. “Me levanto a las 4 de la mañana, preparo mi vianda y nos pasa a buscar el colectivo por la avenida principal a las 5.30. La tarefa arranca cuando llegamos alrededor de las 6.30, paramos para almorzar y luego seguimos hasta las 16, cuando pasa el colectivo a buscarnos. Tarefear a la intemperie es arduo, sobre todo cuando se larga a llover. Ahora podemos contar con un colectivo donde nos resguardamos cada vez que nos agarra la lluvia, pero es un derecho ganado hace poco por el nuevo sindicato y no es algo que se repita en otras localidades. Todavía hay muchas compañeras que van a los yerbales en camiones a cielo abierto y cuando les agarra la tormenta se refugian donde pueden”, cuenta.
Esa doble jornada cotidiana, la de criar a sus hijxs y la de salir a tarefear sin gozar de un salario estable, ni días de descanso y menos aún feriados, no la enceguece ante lo que sabe que son o deberían ser sus derechos. “Me gustaría poder contar con un parador para tomar algo fresco o comer cuando estamos cansadas de tarefear dentro del yerbal, también poder tener baños adecuados y que nuestro terreno esté limpio, prolijo y no estar fijándonos si se cruza una víbora o cualquier otro bicho, porque además no nos pagan los días por enfermedad.” Esta es una charla al borde de su casa, en una calle de tierra roja cuando apenas cae el sol, momento en el cual Mirta llega a su casa del yerbal y da de amamantar a su hijo menor.
Las tareferas usualmente vienen de familia de tareferxs, muchas de estas mujeres crecieron allí y trabajan desde niñas. Justamente por esa razón muchas tienen naturalizada la explotación: que quien las contrate y organice la cuadrilla no les dé la ropa adecuada, que las empresas no les paguen sus herramientas laborales y se las descuenten de sus salarios. Y no poder contar con recursos mínimos, como agua potable e higiene.
–No me gusta cuando la yerba está muy capuera (el terreno no ha sido trabajado y ha crecido el matorral) y que esté sucio el yerbal, porque me lastimo. Aquí en Jardín América quienes no trabajan en los yerbatales nos discriminan por sucias, pero no pasa porque queremos, sino porque no tenemos con qué limpiarnos en el yerbal. Vernos trabajar allí es darse cuenta cómo es la vida de un tarefero. Con la presencia del Renatea (Registro Nacional del Trabajador y Empleador Agrario) y la compañía de lxs chicxs (agentes territoriales que depende del Renatea) siento que el Estado nos da una mano. Años atrás muchas de nosotras permanecíamos acampando en los yerbales sin volver a nuestras casas... Ahora esa situación está más monitoreada y muy de a poco se va eliminando la desidia. También tenemos derecho a estar en blanco y si acaso no es así llamamos a Renatea para denunciar y enseguida fiscalizan el yerbal donde trabajamos. Pero también muchas veces las compañeras denuncian y luego se arrepienten por miedo de perder su trabajo o por amenazas del patrón, entonces cuando ven la camioneta del Renatea salen corriendo. Y hay muchos patrones que también les dicen que se escondan.
De su trabajo en el yerbal, Mirta cobra $ 3700 mensuales más el salario familiar que ayuda para llegar a fin de mes y poder pagar un alquiler. Cuando en septiembre para la tarefa, automáticamente cobra la AUH y changuea.
–No contar con un salario anual es muy preocupante para mí y para el crecimiento de mis hijos. Por eso, muchas veces pienso en que me gustaría poder trabajar en una fábrica envasadora de Jardín América y que quien me contrate me registre ante la Anses para tener una obra social y también el día de mañana jubilación. Me gustaría poder estudiar, pero con este trabajo no me da ni las horas ni el cuerpo. Mi hija más grande tuvo que dejar el colegio para quedarse en casa a cuidar a sus hermanos más chicos. Fue triste pero no encontramos otra solución.
El 60 por ciento de la industria de la yerba mate se concentra en estas marcas: Taraguí de Las Marías (Navajas Artaza), Nobleza Gaucha de Molinos Río de la Plata, Cruz de Malta (Larangueira Méndez asociada con el ex presidente y ex gobernador de la provincia de Misiones Ramón Puerta) y Rosamonte (Hereñuk). Industrias millonarias que fabrican yerba mate para todo el país y exportan al exterior, pero cuyo primer eslabón es tercerizado a un contratista que a veces cumple y otras tantas no con los derechos de un trabajador rural supuestamente protegido por la ley 26.727, la que fuera modificada durante el 2011 para que existan mayores derechos para lxs trabajadores y más obligaciones hacia los empresarios. El argumento para estos cambios fue que eran mecanismos de contratación que terminaban avalando situaciones de extrema precariedad, rozando lo inhumano. Sin embargo, los empresarios continúan recurriendo a estas prácticas, a pesar de que el artículo 12 establece que “quienes contraten o subcontraten con terceros la realización de trabajos o servicios propios de actividades agrarias, o cedan, total o parcialmente, a terceros el establecimiento o explotación que se encontrare a su nombre, para la realización de dichas actividades, deberán exigir de aquéllos el adecuado cumplimiento de las normas relativas al trabajo y de las obligaciones derivadas de los sistemas de la seguridad social, siendo en todos los casos solidariamente responsables de las obligaciones emergentes de la relación laboral”. Cuando terciarizan la contratación de las tareferas la responsabilidad la cargan los propietarios del campo (pequeños y grandes productores) y, en caso de trata laboral o trabajo infantil, los cargos judiciales pueden avanzar hasta todos aquellos que se beneficien económicamente de la situación, es decir, que también podrían entrar los secaderos y molinos que fraccionan la yerba mate hacia los comercios, almacenes, supermercados. En la provincia de Misiones existen aproximadamente 15.000 tareferxs y 500 contratistas. Algunas trabajadoras saben de la existencia de una nueva Ley del Peón Rural, pero pocas se atreven a hacerla valer.
Un contexto diferente al de Jardín América es la de la localidad de San José, ubicada al sur de la provincia, en el departamento de Apóstoles, a pocos kilómetros de Posadas. Allí viven y trabajan María y Jorge (ambos delegados en San José), que junto a sus cinco hijxs organizan una mesa pequeña en el medio de su jardín de tierra colorada. Matean a pesar de los dolores que les causa el trabajo con la yerba mate para contar la historia de sus vidas. María tiene 39 años y desde hace un año y medio decidió aprender a leer y escribir y cuenta que cuando era niña no pudo porque acompañaba a sus padres a tarefear al yerbal. Ahora que sus hijxs van a la escuela (algunos de ellxs ya al secundario) le gusta poder ayudarlxs con la tarea y además dice que, como la AUH y su salario lo cobra por cajero automático, quería recibir su dinero sin andar dependiendo de la ayuda de nadie.
“Nosotros tratamos de ayudarnos entre todos. Hoy en día nuestros cinco hijos van a la escuela y creemos que van a poder ingresar a la universidad, estamos trabajando para que así sea, porque no queremos que repitan nuestra historia. Con Jorge seguimos tarefeando, solemos ir juntos, a veces trabajamos en la misma cuadrilla y otras no. Organizándonos para que nos alcance el dinero. Ahora hace unos cuantos días que no voy porque me lastimé la mano con el machete mientras tarefeaba y me dieron algunos puntos en el hospital público de Apóstoles. Tuve que trasladarme hasta allá porque aquí tenemos pequeñas salas de atención. También por levantar los raídos y caminar doscientos o trescientos metros hasta el camión con tanto peso sobre la espalda, porque no tenemos carrito y hacemos todo con la mano, tenemos muchos problemas en la espalda. Así que imaginate lo importante que sería poder contar con una máquina que levante 600 kilos de hoja de yerba mate”, cuenta María. Este año ella tomó el desafío del programa de alfabetización de “Yo, sí puedo” de enseñar a sus otras compañeras. Los días de estudios son los sábados por la mañana, y arrancó hace un año en los CIC (Centro Integral Comunitario que depende del Ministerio de Desarrollo Social) pero también este método de enseñanza apunta a que se dicte en sus propios barrios o casas de vecinxs. “En casa invitamos a que las chicas tareferas vengan a tomar clases, pero a muchas de ellas todavía les da vergüenza”, dice María.
Quienes lograron graduarse con el programa “Yo, sí puedo” a fines del año pasado viajaron a Buenos Aires para juntarse con lxs demás graduadxs del resto del país y recibir su diploma. María fue una de ellas. “Todavía creo que fue un sueño cuando lo recuerdo. Leímos nuestra carta de graduación y después nos llevaron a conocer la Plaza de Mayo, el Cabildo, el centro de la Ciudad de Buenos Aires y varios lugares más”, remata María.
Es un largo camino el que recorren las compañeras tareferas. En el pasado sin oportunidad de ni siquiera salario con dinero. Ahora el desafío está en poder organizarse como sindicato para desarmar el aparato perverso del empresariado yerbatero argentino, el que constantemente arma laberintos estafadores para que ellas no logren abrazar sus derechos postergados por más de 200 años de historia.
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