“Lo arty no le quita el sexismo rampante”, continúan advirtiendo voces críticas respecto de la infamemente icónica escena de Belleza Americana (1999, Sam Mendes), aquel film donde Kevin Spacey fantasea con la mejor amiga de su hija e imagina a la mentada Mena Survari –una adolescente– apenas cubierta por florcitas; pétalos de rosas que caen para cubrir modestamente sus partes pudendas, amén de alimentar cierta fantasía Lolita, y la perniciosa sexualización y cosificación de la juventud. “Bastante espeluznante y completamente definida por la mirada masculina”, redoblan los detractores, subrayando que el alcance de dicha imaginería es inquietante, preocupante y, desde luego, persistente. De allí que, con una vueltita de tuerca feminista, una fotógrafa norteamericana haya dicho “sanseacabó” y, apropiándose de la mentada imagen, haya dado por tierra aquel mensaje, recreándolo en pos de su idea de preciosidad: la diversidad. ¿Los cuerpos retratados? ¡Adultos!, felizmente variados, sobre lechos de lilas (color, harto sabido, de la reivindicación de género) en vez de las trilladas rosas.

Bajo el título American Beauty, en (des)honor al original, la artista Carey Fruth, con sede en San Francisco, reunió a un grupo de damas voluntarias de distintas edades, talles y backgrounds raciales, invitándolas a expresarse como sujetos de seducción, ya no objetos de la mirada masculina. Y armó una serie viral alejadísima del estereotipo “joven, blonda y delgada”, recibiendo por ello loas a diestra y siniestra que agradecen su mensaje positivo de inclusión física. Con el explícito objetivo de crear “un espacio para que las mujeres se sientan seguras, hermosas y aguerridas” en su propia ley, la muchacha explica que “a nadie debería hacérsele sentir que su cuerpo es erróneo o indeseable”, que “es momento de retomar el poder”, que “sueña con que llegue el día en que la publicidad, la tevé, los medios mainstream muestren a mujeres diversas como lo merecen: con amor y respeto”. Un sueño compartido, sin lugar a dudas.