Deben ser pocas las abuelas que no escucharon la siguiente máxima, casi como una amenaza: “Si no aprendés a cocinar, ¿cómo te vas a casar?”. La afirmación tenía su lógica dentro de ese destino previsible para tantas mujeres que era casarse, reproducirse, ser amas de casa y enviudar. El repertorio de saberes obligados para una señorita incluía la economía doméstica y la cocina, pero las cosas cambiaron bastante y hoy para muchas la experiencia culinaria es una opción: se puede cocinar o se puede comprar hecho, también se puede tener un novio que cocine o no tenerlo en absoluto. Y las recetas ya casi no se aprenden de madres y abuelas sino de donde sea: la tele, que está saturada de programas de cocina para todos los gustos y bolsillos, los libros de Doña Petrona, Narda Lepes o Donato de Santis, las preparaciones dominicales de Blanca Cotta. O los amigos. Cocinar y dibujar de Josefina Jolly, el flamante objeto de Galería Editorial para el que la autora reunió los fondos a través de la plataforma de crowdfundig Ideame, pertenece a este último grupo, y en sus páginas se perfila el acopio de saber de una chica que llegando a los treinta, recorre las casas de lxs amigxs con su libretita y toma nota.

Cocinar y dibujar se puede guardar en la biblioteca después de recorrer sus páginas, pero la manera de hacerle honor es tenerlo a mano en la cocina, porque las recetas se explican paso a paso con instrucciones brevísimas acompañadas de ilustraciones. El recurso a los dibujos es práctico y a la vez es una yapa para el o la lectora (o usuaria en este caso). El estilo tiene algunas reminiscencias de la cocinerita enfundada en un gorro de chef que solía asomarse entre las columnas de las recetas de Blanca Cotta, y otras de la que aparecía en el recetario de Essen junto a tortas y pollos a la cacerola que daban ganas de comer y cocinar. Quién sabe si Josefina Jolly vio alguna vez esos recetarios, pero hay algo de la era pre Gourmet en ese universo –del que tantas madres recortaron recetas y las pegaron en un cuaderno, que a veces legaban a las hijas– que ronda Cocinar y dibujar aunque más no sea como un espíritu, un hada buena, aunque hoy las recetas sean otras.

Porque el repertorio de Jolly –actual, heterogéneo, cosmopolita– tiene un pie puesto en las preparaciones que para muchxs son las de la infancia y decididamente son del universo familiar, como el pionono de atún que algún pariente suele llevar a las fiestas o los bombones de Quacker que fueron el primer intento de cocinar para muchxs. Y el otro, en cierto refinamiento contemporáneo que se complace en alternar comida china con una salsa barbacoa inconfundiblemente norteamericana, linguine al wok con ceviche, la humilde pascualina con la afrancesada Quiche Lorraine y Mac and Cheese con un locro campero. Así aprendimos a comer en la era de Starbucks, la inmigración china y peruana, las cadenas de fast food, los programas de cocina a toda hora y las comidas que todavía preparan las madres, y buena parte de ese espectro se recoge en las hojas de esta libreta. Además, el dibujar por momentos se independiza del cocinar y Jolly dedica páginas a la clasificación y el retrato de distintos tipos de alimentos y elementos como panes, quesos, hierbas, espumaderas, condimentos y cuchillos, latitas de té y tazas de café. Los dibujos son preciosos y el gesto es coherente con el espíritu del libro, que tiene menos que ver con una cocina indiferente (siempre la misma milanesa con ensalada o el mismo bife con papas fritas) que con el placer de la cocina compartida, simple y casera. De postre hay creme brûlée o torta de palta, para elegir; se puede acompañar con un gin tonic o un licuado de frutas.

Josefina Jolly, Cocinar y dibujar, Galería Editorial, 2015

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