Vie 31.07.2015
las12

RESCATES

Ojos de araña

Ria Bartok
1943 - 1970

› Por Marisa Avigliano

Una adolescente canta mirando a la cámara y un productor tararea negocios en las sombras, insidia de pureza con chupetines de anís en la boca. Es una chica ye yé –las nuevas estrellas de la canción francesa de los años sesenta– y tiene apenas unos años más que France Gall, la lolita gala de Serge Gainsbourg que a los catorce cantaba “Les sucettes”, la canción que escondía sexo oral (“el sabor tiene el color de sus ojos, el color de los días felices que, cuando desemboca en la garganta de Annie, hace que ella esté en el paraíso por unos pocos centavos...”) detrás de las paletas dulces. La jovencita rubia y ojos de araña se llama Ria Bartok. No es francesa, nació en Einbeck, Alemania, pero es una promesa en el aventador cándido que aplauden las discográficas. Ria habla cuatro idiomas, es bonita y repite desde chica el eco estruendoso de las óperas que canta su padre. Las palabras se meten en su boca y salen sin esfuerzo, un paraíso sensible a pedir de moda. A los veinte años graba discos exitosos. Posa crédula y suspira, su melena de oro de Marylin y Violeta Rivas se mueve lo que la boca precisa mientras emula a la perfección el ronroneo francés que el figurín necesita. En el armado del modelo a seguir Ria canta “C’est l’amour” mientras salta de sillón a sillón y de sillón a mesa, se esconde y hasta da una vuelta carnero. Juegos a escondidas, juegos de entrecasa que copian las fans e ilusionan a más de un Gainsbourg. Aunque sabe cantar y dar la tonalidad exacta a su “Je suis bien” en otro de sus éxitos, “Ecoute Mon Coeur”, es difícil rendir con honores y ser parte de un elenco poderoso de nínfulas en el que aparecen Sheila, Sylvie Vartan, Petula Clark y Jane Birkin. Como Suzanne Gabriello, Zizou, la amante de Jacques Brel y a quien le dedicó “Ne me quitte pas”, Ria no consigue el reino que estaba para ella. La adolescente crecida compite y gana (parece una pariente lejana, muy lejana de Rita Pavone, que le ganó en el ranking cuando Ria lanzó su tema “Coeur”) en “Parce que j’ai revu François”, delgada y buscando que aquel encanto sexual quieto y prometedor sea ahora gracioso quiebra sus piernas, luce sus zapatos de punta resbalando la suela contra el piso y baila en ciudad playera entre un ananá gigante y una pileta de plástico adornada con un cisne. El pelo sigue quieto –sólo en algunos intentos de arrebatos sexies su melena de faisán se despeinó los bordes–, Ria busca el chasquido del éxito usando un spray invisible. Es un compás de espera y no lo sabe, no queda mucho tiempo. Dos meses después de cumplir los veintisiete años Ria muere en el incendio que destruye su casa. La señorita Marie-Louise Pleisse (el nombre sin fama de Ria) estaba sola y fumando, dijeron los peritos. La gloria no alcanzó para lucubrar respuestas mejores que la de un cigarrillo encendido. Hace unos años el hogar Beatles de Abbey Road recuperó su catálogo para que Ria Bartok, la chica ye yé, suene masterizada: “Todos los días abro los ojos en ti/ cuando sonríes yo soy la más feliz...” en antología de arcón cuya llave guardaban las fans de los mercados de pulgas y las disquerías de viejos y que ahora también conviven con los sonidos que YouTube y el Shibuya-kei, una variante del j-pop tokiota, atesoran.

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