EL MEGáFONO
› Por Manuel Jerónimo Becerra *
En marzo de 2013 se eligió un nuevo papa. Como acostumbrados que estamos, en un Occidente atravesado por el cristianismo, a que el reemplazo de un monarca del Vaticano marque divisorias, podríamos decir que también cambió, un poco, el mundo. Pero Argentina cambió todavía más: la elección de (Jorge) Bergoglio para semejante puesto desató el frenesí, con las principales figuras políticas convertidas en sus fans quinceañeras. Francisco empezó a tirar sus flechas a las Teresas de Avila que florecieron por acá extasiadas ante sus zapatos gastados, su mano en el enfermo, su abrazo al pobre, su alzada al bebé.
Vivimos en una región que es católica desde que el Imperio Español trajo espadas y cruces a América. Y sus tradiciones penetraron en la sangre y con la sangre. El Estado argentino se construyó, así, sobre la naturalización del catolicismo como parte integrante de la cultura. Incluso para los intentos liberales: el art. 2º de la Constitución Nacional es elocuente. La ley 1420 –objeto de un profundo debate actual, que sintetizamos en el blog fuelapluma.wordpress.com– buscó, junto con otras medidas, desmarcar al Estado del peso de diecinueve siglos de cristiandad y dejó a la escuela pública aparentemente a salvo. Sin embargo, esas tradiciones tan arraigadas impregnaron las instituciones hasta en la literalidad de sus edificios: en una recorrida rápida se pueden encontrar fácilmente imágenes de vírgenes, Cristos sufrientes, posters de Francisco sonriendo lleno de gozo. Hablamos de hospitales, juzgados, comisarías... escuelas.
La Constitución de la ciudad de Buenos Aires explicita (art. 24º) que la educación pública estatal es laica: la palabra mágica ausente en la mítica 1420. En esa línea, el Reglamento Escolar prohíbe el uso religioso del edificio fuera de su horario (art. 18º). Por otra parte, la Constitución Nacional garantiza (art. 14º) la libertad de cultos para los habitantes; derecho que va en línea con los tratados internacionales incorporados al texto constitucional. Con la potencia que todavía tienen los textos escritos y, más aún, los hijos de una tradición laicista del Estado, deberíamos exigir ya mismo que se retiren esas imágenes. Con este objetivo, la profesora Julieta Arosteguy presentó el año pasado, ante la Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) el expediente 853/2014 (se puede apoyar la presentación, enviando un email a [email protected], con la referencia del expediente). Hemos acompañado ese pedido con una convocatoria a través de Internet: se puede firmar en http://chn.ge/1Echqv3.
En un contexto en el cual el Papa se ha vuelto el faro de la política hegemónica, se vuelve imperioso defender las tradiciones que nos legaron, entre tanto mandato moralista, un poco de libertad.
* Docente del Colegio 2 D. E. 1º “Domingo F. Sarmiento” de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Más información: fuelapluma.wordpress.com/
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