Viernes, 4 de enero de 2008 | Hoy
INUTILíSIMO
Entre las personas famosas consultadas por la revista Maribel (16-4-1957) para develar sus secretos de juventud y fortaleza, figuran nombres como los de las estrellas de cine Esther Williams y Anita Eckberg, el doctor Gaylord Hauser (autor del best-seller El régimen lo hace todo), el destacado político Winston Churchill y nuestro ¡Jorge Luis Borges! La encuesta está firmada por Jack B Miller y Edmundo Drayton, que citan graciosamente a Bernard Shaw: “Lo malo de la juventud es que está en manos de los jóvenes”.
Anita Eckberg, dicen los arriba firmantes, “tiene una fe extraordinaria en el sol, el aire, el agua”. Razón por la cual, la actriz se higieniza desnuda a pleno sol, además de nadar dos veces diarias en la piscina de su casa. Por la tarde, se recarga de oxígeno paseando en bicicleta. Aunque de curvas opulentas, el talle delgado de Anita se mantiene en línea ingiriendo cantidades mínimas de alimentos, aunque, eso sí, ninguna mañana deja de desayunar tres buenos huevos duros. Esther Williams, por su lado, como era de prever, nada muchos metros todos los días y en la alimentación “evita las frituras francesas y el chocolate, con lo cual nunca excede las 120 libras de peso”.
El afamado doctor Hauser, que desarrolla incontables actividades entre charlas, clases, atención del consultorio, viajes, apariciones en TV, declara que sus energías inagotables se deben a que come poco pero muy a menudo, incorporando todas las vitaminas y minerales necesarios. Lo más importante: “Practico todos los días el ritual de la vitalidad, es decir, antes del desayuno tomo una cucharada de levadura de cerveza mezclada con jugo de tomate”.
Winston Churchill, a su vez y a edad avanzada, contradice las saludables costumbres del doctor Hauser: el prestigioso político engulle en la cama un desayuno que incluye “media perdiz en escabeche, un trozo de tocino frito, scones con manteca y té” (sic). Por la noche, se conforma con un buen pedazo de carne asada regada con abundante champaña. Desde luego, no hay día que deje de fumar sus clásicos 16 puros, teniendo siempre a mano la botella de scotch que aligera con soda.
Encarado por los autores de la encuesta, Borges “hace un desolado ademán y nos replica con irónica compunción (sic): ‘No soy ni famoso ni sano. Solo podría contestar como oscura persona de salud delicada, aunque a decir verdad me encuentro ahora más joven que cuando era joven’”. Luego de mucho insistir, los entrevistadores consiguen enterarse de que Borges es carnívoro, que no bebe alcohol, si bien hubo un tiempo en que “por superstición, siempre que me disponía a pronunciar una conferencia, tomaba un guindado oriental o una caña de durazno. Pero luego he comprobado que también sin esas bebidas se pueden dar conferencias”. En cuanto a los deportes, Borges no practica ninguno, salvo el caminar: “Conozco Buenos Aires paso a paso, particularmente el norte y el oeste. Barracas es ahora mi barrio predilecto para divagar”. Así habla, según anotan Miller y Drayton, “el polígrafo más culto que haya tenido nuestro país y el cerebro literario de las más delicadas, profundas y señeras asociaciones producidas en América después de Poe y Whitman”.
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