Vie 18.03.2005
las12

MONDO FISHON

Esquizofrenia nacional

Las fiestas de egresados han provocado muecas de espanto a lo largo y ancho del verano que acaba de pasar. Que los chicos y las chicas se emborrachan, que bailan hasta cualquier hora, que se besan indiscriminadamente, que no sabemos hasta dónde va a llegar este descontrol y qué difícil es ser padre (ser madre parece no ser tanto por la cantidad de menciones registradas en diversas revistas) de un o una adolescente. Y eso por no hablar del horror de Villa Gesell, ese antro de jóvenes descontrolados, algun@s que por primera vez toman vacaciones lejos de sus padres y madres, o que disponen de ese tiempo de verano para disfrutar de lo que cualquier adolescente quiere: ¡despegarse de la marca de los adultos! La verdad es que fue terrible ¿no? Los chicos y las chicas no tienen límites, no hay control, están descerebrad@s, ¿cómo es que se les ocurre prender bengalas en un lugar cerrado? Todo el mundo se rasgó las vestiduras a lo largo del verano, la masacre de Cromañón merecía una toma de conciencia, sí, y evidentemente algo está pasando con nuestr@s hij@s. Justamente la semana pasada un periodista se preguntaba en la revista Poder, en un texto que acompañaba unas fotos robadas en distintas fiestas de graduación, “no qué país le dejamos a nuestros hijos sino qué hijos le dejamos al país”. Vaya frase. No es que esté mal pensar cuál es el rol de la generación en edad de tener vástagos que hoy empieza a caminar un corto trecho hacia la edad adulta, el problema es desde qué lugar se piensa. Porque mientras se derraman lágrimas de cocodrilo por el desborde sexual (y de otros tipos) en las fiestas de egresados, a nadie le sorprende que una niña de 17 pose en la tapa de una revista cual bailarina consumada de cabaret ni que hable de su vida sexual (aun para retacearla) mientras modela la boca como si estuviera a punto de ponerse algo en ella. Tampoco llama la atención que otra niña de la misma edad sea pareja de ficción de un hombre adulto, mejor dicho, maduro, porque total su pareja en la vida real tiene la misma edad que la de la ficción. Al menos en las fiestas de egresados, lo que sucede es entre chicos y chicas de la misma edad que, al fin y al cabo, están entregados a un rito iniciático en el que no debería haber cámaras espías. Esquizofrenia nacional, en definitiva, esa que se jacta de haber expulsado a las travestis de Palermo y después hace cola, auto tras auto, para verlas a solas en el Rosedal.

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