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Traslados
(O cómo recuperar, también, el valor simbólico de las palabras que habían sido apropiadas)
› Por María Moreno
Con el rechazo a la anulación de los decretos de indulto a represores por parte de la Cámara de Diputados, que derivó la cuestión a la Suprema Corte, y la inauguración oficial del Museo de la Memoria, el 24 de marzo tuvo actos significativos que iban mucho más allá del anual ritual colectivo que homologa memoria a justicia. Pero la noción de memoria colectiva, como bien lo recuerda Yosef Hayim Yerushalmi, al igual que la de olvido colectivo, del que se suele hacer responsable a ciertos pueblos, suele ser problemática: “Estrictamente los pueblos y grupos sólo pueden olvidar el presente, no el pasado. En otros términos, los individuos que componen el grupo pueden olvidar acontecimientos que se produjeron durante su propia existencia; no podrían olvidar un pasado que ha sido anterior a ellos, en el sentido en que un individuo olvida los primeros estadios de su propia vida. Por eso, cuando decimos que un pueblo ‘recuerda’, en realidad decimos primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporáneas a través de lo que en otro lugar llamé ‘los canales y receptáculos de la memoria’ y que Pierre Nora llama con acierto ‘los lugares de memoria’, y que después ese pasado transmitido se recibió como cargado de un sentido propio. En consecuencia un pueblo ‘olvida’ cuando la generación poseedora del pasado no lo transmite a la siguiente, o cuando ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez, lo que viene a ser lo mismo. La ruptura en la transmisión puede producirse bruscamente o al término de un proceso de erosión que ha abarcado varias generaciones. Pero el principio sigue siendo el mismo: un pueblo jamás puede ‘olvidar’ lo que antes no recibió”. Quizás por eso existe un consenso en torno a que el territorio de la ESMA debe ser ocupado en gran parte por instituciones de enseñanza donde el relato de lo acontecido en el lugar sea parte urgente de una educación democrática. El debate se situará en torno a la proporción del Museo específico, a la manera de una cicatriz en el espacio que puebla, y aquellos elementos que lo resignifiquen. En ese sentido, el espacio de un genocidio no admitiría una resignificación total como la que realizó Domingo Faustino Sarmiento cuando instaló en los predios de Don Juan Manuel de Rosas el Jardín Zoológico.
En la ESMA no sólo existieron prácticas aberrantes que fueron reconocidas por el jefe de la Armada, Jorge Godoy, sino que se estableció una verdadera perversión de los objetos, que se transformaban en la realidad hasta cumplir una función opuesta a su estructura. Los anteojos, habitualmente empleados para ver mejor, pintados de negro ocultaban la visión. Las capuchas cubrían a las víctimas y no a los verdugos. Las colchonetas, atributos de la libertad y la comodidad del verano, servían a la postración y el cautiverio. Los compartimentos eran denominados “cuchas”. En el hospital, las detenidas que iban a dar a luz eran alojadas en la sección epidemiología. De esos modos, y con esas prácticas, el Estado Desaparecedor llegaba a afectar el espacio simbólico por excelencia: el Lenguaje. Pero cuando un grupo de sobrevivientes volvió a entrar por el camino ante los ojos de las cámaras, atravesó las rejas a la luz del día para reconocer a escala real y de pie aquellos espacios que elrecuerdo reducía a la medida de la propia reducción o agrandaba para ampliarlos con el aire de la supervivencia, ubicar mentalmente el espacio que ocupaban los que ya no están y transmitirle lo vivido al representante del Estado democrático, se realizó –más allá del debate abierto sobre en qué consistiría un Museo de la Memoria– una performance política. Y fundamentalmente hubo una reapropiación del Lenguaje, volviendo a su sentido original el término que, convertido en eufemismo, fue paradigma del habla genocida: “traslado”. Esos pasos seguros, a pesar de su temblor al repisar el pasado pocos días antes del traspaso de la ESMA, volvían el “traslado” a la zoncera de su acepción: mudar de lugar, mover, remover, cambiar. Eso es lo que sucederá con el Liceo Naval, y las escuelas de Marina Mercante y de Guerra.