Vie 29.04.2005
las12

URBANIDADES

Aprendizajes

› Por Marta Dillon

Me acuerdo perfecto de la primera vez que perdí el habla frente a una pregunta de mi hija.

En realidad las palabras se me habían agotado incluso antes de que el interrogante se formulara. Cuando Carlos Menem firmó los decretos de indulto a los genocidas me bastaba con imaginar que un día mi niña me preguntaría qué había sido de los culpables de 30 mil desapariciones para que un frío de hielo se me instalara en la garganta. La pregunta llegó, finalmente, de otra manera. Habían pasado cuatro años desde los indultos y mi hija, que entonces tenía ocho, pedía explicaciones concretas que la tranquilizaran: ¿por qué creía yo que no iba a volver a pasar lo mismo que antes si no había militares presos? ¿Por qué no tenía miedo de que nos pasara a nosotras lo mismo que a su abuela? ¿Dónde están los desaparecidos? ¿Nosotras podemos desaparecer? ¿Por qué no podemos? Era lógico que preguntara, si habíamos marchado juntas pidiendo justicia tantas veces era sencillamente porque justicia no había. Es una medida pequeña para las grandes cosas la experiencia personal y, sin embargo, no puedo dejar de pensar en la mudez de tantos frente a esas preguntas que los niños sueltan como nada, como lo que son, preguntas que se caen de maduro. Pienso en Fabiana, por ejemplo, que perdió dos hijos en Cromañón y tiene uno de tres al que intenta no asfixiar por su temor a la pérdida. ¿Cómo hacerlo sentir seguro cuando todo alrededor tambalea? Que hayan sido alumnos y preceptores los que se negaron a entrar a las aulas en el Otto Krause es como tomar conciencia de que caminamos sobre arena movediza. No te muevas demasiado, no respires fuerte, no descanses, nadie más que vos va a velar por vos, es el mensaje. Si ni siquiera se puede cruzar un semáforo en verde sin pensar que a lo mejor un colectivo atrasado viene cortando semáforos por la izquierda. ¿A quién más que a la propia percepción se puede creer si la necesidad de decir Nunca Más se acumula como una palabra tan repetida que pierde sentido? Nunca más inundaciones en Santa Fe, Nunca Mas Cromañón, Nunca Más picadas en avenidas, Nunca Más policías borrachos que matan chicas en una villa. Hay cierto sentimiento de orfandad últimamente y no tiene un carajo que ver con que se haya muerto el Papa y no se pasa porque hayan nombrado a otro (que eso sólo da miedo). Cierta sensación de orfandad, o de vivir a la intemperie. Al menos eso me sucede a mí, aunque esta medida personal sea insignificante para las grandes cosas.

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