Viernes, 3 de agosto de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
Dalia Rosetti
Me encantaría que gustes de mí.
Mansalva
172 páginas
¿Quieren leer una de lesbianas?
Con el recurso de la saturación como principal marca de estilo, Me encantaría que gustes de mí se dispone a satisfacer la curiosidad y el gusto por esta temática, ya se sabe, obturada no sólo en literatura. Son tres textos: el que da título al libro, el relato de la profesora de 65 años que redescubre su sexualidad en “Durazno reverdeciente” —editado hace unos años por Eloísa Cartonera—, y el tercero, “Alejandra”, una extensa carta donde Dalia Rosetti —también personaje, apologista de la experiencia lésbica— se quita el molesto disfraz de sincera amistad.
Los personajes —prácticamente todos femeninos— viven en un mundo cotidiano muy reconocible si no fuera por un detalle: ninguna relación, ningún deseo entre mujeres es ambiguo o invisible. Casi todas están dispuestas para la aventura amorosa, a todas les gustan las chicas, y los pocos hombres que asoman tienen la función de aportar algo de variedad, ampliar el margen de disfrute y enseguida retirarse.
Apropiándose de códigos que en los últimos años van caracterizando a una literatura de temática gay, las narradoras —siempre es la misma cándida primera persona que dice lo que va pensando a medida que actúa, tenga 30 o 65 años— circulan sin pausa. La persistencia de un deseo imposible de fijar las conduce por la noche pesada, del Rivotril al “Cristal”, por las playas del Uruguay y, por supuesto, por algunos baños públicos.
Menos lindas de lo que quisieran, menos flacas, menos cultas, menos inteligentes y menos ganadoras, las mujeres de este libro construyen un pequeño cuarto propio con decoración kistch, con la cumbia y la voz de Rodrigo sonando de fondo, hábitos y costumbres bien definidos, algunas marcas de productos, diálogos con impronta chat, que ayudan a mantener bien cerrada su puerta. Son tres textos pero también es un extenso monólogo en el que una mujer —tonta y sabia, frívola y en peligro— deja abierto su miedo al desamor y el ansia por no quedarse afuera del placer, que, le han dicho, ahora se consigue.
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