Viernes, 9 de noviembre de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
David Golder
Irène Némirovsky
158 páginas
Tan prestamistas, tan usureros y tan crueles como Shylock, el mercader de Venecia de Shakespeare, los judíos que elige Irène Némirovsky para construir su literatura cumplen hasta el asco con el estereotipo: egoístas, narigones, con cabello crespo, piel rojiza, ojos de águila, concentrados en sus ganancias; culposos sí, pero sólo ante una muerte segura.
A su vez, ella como nadie, consigue transmitir su mirada de hija triste, y sobre todo ya moderna, ante esos personajes de principios de siglo que huyeron de su tierra para enriquecerse en Europa y que con la torpeza del recién llegado compraron oropeles e imitaron modales.
La autora, en ésta, su primera novela que bastó para consagrarla entre sus pares franceses, dedica una mirada cruel primero y enseguida piadosa a la generación de sus padres, a sus propias amistades y sobre todo a las mujeres de los salones que se estaban ahogando en la búsqueda de felicidades incompatibles. La desesperación por un lugar propio en plena inmigración, por el amor, por el placer sexual, la juventud y el dinero, dejan paralizados a los personajes de la familia Golder integrada por especímenes solitarios, perfectos egoístas.
Es un dato obvio, pero digamos que a los personajes femeninos, con Némirovsky les va mucho peor que a sus esposos o padres judíos: caprichosas, afrancesadas, buscando desaforadas mejores amantes y exigiendo dinero a sus maridos para derrochar en joyas y afeites, no entienden nada de negocios y apenas consiguen disimular su extranjería. A la liviandad de su género Némirovsky responde poniendo en evidencia un alto grado de patetismo.
La historia que comienza cuando el viejo David Golder le niega ayuda a su socio de toda la vida tendrá a la muerte como presencia instalada allí desde las primeras páginas y será la sombra que mantenga la tensión hasta la última.
La coincidencia entre los personajes y su propia familia, ya han sido señalados, las novelas se vuelven para esta autora el plato frío de la venganza. Cuando escribe esta historia es una joven ucraniana llegada a Francia hacía pocos años, que vive con sus aristocráticos padres que han huido de la revolución bolchevique. Sufrió la avaricia de su padre y la indiferencia de una madre preocupada por no envejecer nunca –ya se encargó de retratarla en El baile– y ella misma se había casado con un banquero. Conocía a la perfección el lenguaje de los cálculos y las especulaciones que aparecen en el libro.
El resto de su vida, luego de que hace unos años se recuperó Suite francesa, la obra que escribió mientras huía con sus dos hijitas de la persecución de los nazis que finalmente la asesinaron en Auschwitz, es bien conocida, y en parte es causa de que se reediten sus obras y se sigan buscando otras que se creían perdidas para siempre.
David Golder demuestra cuánto hastío y cuanta revolución es capaz de proponer una escritora de 26 años en la década del 30 cuando lo políticamente correcto, de haber existido, le habría sido siempre ajeno.
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