Viernes, 9 de noviembre de 2007 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
Por Luciana Peker
La moza va en patines y minishort de lentejuelas negro. Se da vuelta y deja –de cola– unas Pepsi en un espacio que habrían llamado boliche y ahora podrían llamar lounge. En fin, en un lugar de almohadones blancos y música que permite que un muchacho de barbita y buzo gris pegue tres saltitos con los brazos –con menos gracia que Johnny Tolengo, que, al menos, era bizarro– y se crea entusiasmado. El muchacho (de) gris está con dos amigos. Lo de gris –ojo que la apelación a Natalio Ruiz tiene alguna coincidencia– no es un dato menor, porque sin ser el oficinista apagaducho que describían con rabia los Sui Generis, los otros dos amigos tienen cara de nada, de muchachitos cualunques que alguna vez se traumaron por su nariz o sufrieron en los asaltos el apego a los sandwichitos de miga y la falta de damateen en la cintura. Hasta que se dieron cuenta de que sí, que lo importante no es lo de afuera, sino la actitud y se les hizo la luz. A eso, apuesta Pepsi, que no es un drink y, ni siquiera, una Coca, que es Pepsi, pero Max: a que la marca –la diferencia– sea una actitud. La ideología que vende la publicidad que no muestra estereotipos de bombones rubios ni de muchachos acolchonados por el gimnasio, ni de rancios morochos que parecen morderte con los labios los botones es que si los varones suben la apuesta, van a ganar, porque todos pueden ganar, sólo se trata de creerlo y de lograrlo. Algo así como el cuentito del Tío Sam. Pero Max. Si fuera management, el título del best seller podría llamarse “Apuesta a tu éxito con las mujeres y tendrás éxito con las mujeres”. Y si fuera un título de la revista Hombre (o similares): “Cómo levantarte cinco nenas frente a tus amigos y encima quedarte con unos manguitos para los tragos”.
En la publicidad de Pepsi Max Poker de Pechochas hay tres amigos –recordemos: anti sex symbol– que apuestan cien pesos por debajo de una Pepsi a quién levanta más mujeres. El más (recordemos: la Pepsi es max) es porque entre calidad y cantidad las publicidades dirigidas a varones últimamente se empecinan en decirles que consigan más, más y más –chicas, no sexo–. “Apuesto cien”, dice uno y lo siguen los otros. A la vuelta, se sientan a mostrar sus cartas. El primer apostador se sienta con dos chicas, el segundo –Natalio Ruiz remixado y en zapatillas– con tres y canta pierna, pero cuando viene el tercer amigo trae a cinco –sí sex symbol–, pero de distinta altura y, por esa gracia, juega a escalera. La sorpresa de la noche es que el primero, calladito, tenía dos cartas más bajo la manga. “¿Dónde estaban chicas, en el baño?”, pregunta a las que llegan tarde, que –plus– lo hacen ganar porque son tetonas. “Poker de pechochas”, noquea y cobra la apuesta.
Para la gaseosa número dos las mujeres son iguales que cartas o que porotos del truco. No solamente lo son, sino que lo muestran en televisión. Las mujeres no sólo no van con los chicos por su deseo –ni son buscadas por ser deseadas– sino que sirven para mostrar –y ganarles a los amigos–. Y algo que no se ve en la fiebre publicitaria de hacer sentir winners a los varones más jóvenes (a costa de acostar la imagen de las más jóvenes): las mujeres no son las únicas que pierden en esa apuesta.
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