–¿Viste que volvieron los pantalones oxford?
–¡Oxford! ¡Qué antigüedad! ¡Decir oxford es como mostrar la cédula!
–Bueno, ¿cómo se dice?
–No sé, pero oxford no digas jamás. Es lo menos.
–¿Y decir “es lo menos” qué es? ¿Lo más?
–¿Qué es eso? ¿Una ironía?
–Disculpame, pero no sé qué queda peor,
si mostrar la cédula o hacerte la pendeja.
–Peor te queda a vos preguntar si el sábado
salimos en barra.
–¿Qué tiene? ¿Cómo se dice?
–No sé, pero hace por lo menos dos dictaduras y seis gobiernos constitucionales que la gente
no sale en barra.
–La gente que yo conozco sigue saliendo en barra.
–Debe ser la misma gente que usa pantalones
oxford. Te quedaste en Isidorito. ¿Adónde van en barra? ¿A bailar a Mau Mau?
–Decime, ¿vos te creés que porque te comprás la ropa en la calle Honduras tenés veintidós años?
–No, veintidós no, tengo unos cuantos más, pero los voy llevando.
–Mirá, ya que sacaste el tema, te lo voy a decir: me parece que haberte tatuado esa mariposa en el cuello fue una locura. ¡Te queda ridícula!
–¿Ridícula? A mí me encanta. Me refresca.
–Dejate de joder, qué te va a refrescar. ¿Y el
piercing que te pusiste en la lengua? Te juro que cuando estamos en un bar rezo para que te
quedes callada y no abras la boca.
–¡Pero vos te quedaste en Frondizi! ¡Luche
y vuelve! ¿Qué te pasa?
–La edad hay que saber llevarla, no esconderla.
–Yo no escondo nada. Soy una señora de tatuaje y lengua decorada, ¿cuál es?
–¿Cuál es qué? ¿No ves que hablás como
si fueras oyente de Pergolini?
–¡Pero si yo a Pergolini le debo llevar apenas dos años! ¿Qué pasa si soy oyente? ¿Cuál es?
–¿No ves que se te atrofió el cerebro? Parecés
infradotada. Ya fue, ni ahí, lo más, cuál es...
¡Che, tenés cuarenta y algo! ¡Date cuenta! ¡Hablás como los pibes de Feliz Domingo!
–¿Y a vos quién te da letra, Gonzalito?
–Y tenés hijos adolescentes...
–Mirá que sos jodida, ¿eh? A mis hijos les encanta compartir códigos conmigo. ¿Sabés qué creo? Que sos una reverenda envidiosa. Andá, andá a comprarte tus pantalones oxford, petitera.