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Viernes, 7 de mayo de 2004

TALK SHOW

Contemplaciones de Ana Poliak

 Por Moira Soto

A través del 6º Festival de Cine Independiente no habrá sido posible conocer a nuevas directoras del mundo, revisar la obra de pioneras, saber algo de lo que está pasando con las cineastas –por ejemplo– en Francia y en Alemania, menos aún en Estados Unidos (una de las películas de Sara Driver –que no es la realizadora norteamericana independiente más interesante– que se proyectó, Cuando los cerdos vuelan, se había visto reiteradamente por cable). Pero al menos en competencia figuraron dos films hechos por mujeres: El tiempo y la sangre, desmitificador rompecabezas (del que se perdieron algunas piezas para siempre) de Fernanda Almirón, y Parapalos, tercer largo de Ana Poliak (Que vivan los crotos, La fe del volcán), que obtuvo el premio mayor, inesperada revancha para algunos. Una obra personalísima aunque sin alardes de ninguna especie, recoleta, sensible, sosegada, genuinamente humanista, que no se sube a ninguna moda, corriente, estilo, onda...
Parapalos es como debe ser: desde la primera secuencia que comienza junto a los títulos, con ese muchacho enfocado oblicuamente, sentado sobre la camilla, tranquilamente desnudo, balanceando sus piernas, rascándose, mirando en derredor, se advierte la diferencia. Poliak contempla a sus personajes –¿personas?– de otra manera, con otra respiración y palpable respeto. Después de los títulos, mientras el chico es revisado por el médico (primeros planos de zonas de su cuerpo), se escucha la voz en off de éste que le anuncia las desventajas del trabajo de parar los palos en el bowling (“te quita la vida, la plata no te compensa el desgaste, nadie te cubre...”). Escena siguiente: el chico practicando su nuevo oficio y otra voz que le da indicaciones (“hacete hombre, movete pibe”). Así, durante el transcurrir de las jornadas de Adrián, al que llamarán Ringo, se oirá a otros opinar sobre el duro trabajo de parapalos, pero nunca se sabrá qué piensa el protagonista a ese respecto. De expresión beatífica no exenta de misterio, Adrián parece aceptar buenamente su destino. Como un santo laico, cumple su tarea con sencillez y eficacia. Conversa con Nippur, ese filósofo salvaje, peculiar libertario que va desgranando su historia entre refranes y frases acuñadas, más un aliño de rock, y con otros compañeros de trabajo. También platica con Nancy, su prima, que es casi una hermana porque se criaron juntos. Ella colecciona desde chica fotos y recortes de Marilyn Monroe, lee una carta tristísima de la actriz, hace chistes inocentes, se depila las cejas, toma té con limón...
Ana Poliak se detiene atentamente, afectuosamente en estos personajes a los que registra como a iguales, no como a raros, marginales, pobre gente a la que se le concede figurar en una película. Para nada. El trato es de igual a igual, es evidente que a la directora le interesa vivamente el mundo que describe, por lo tanto empieza a descifrarlo. Y lo hace desde un lugar próximo pero discreto, abriendo un espacio para que todos se manifiesten sin necesidad de hacer cada uno su numerito. Sin música –salvo los sonidos que ensaya en la armónica Adrián– y sin otros aderezos, sin actores profesionales que coqueteen con la cámara, Parapalos consigue un transparente, depurado registro poético que remonta hasta casi la abstracción en el ensueño del protagonista o en la bellísima secuencia de la terraza. Hay algo nuevo en la mirada de Ana Poliak, un código de valores morales y estéticos al que permanece fiel a lo largo de este filmque pide espectadoras y espectadores con un espíritu contemplativo afín al de la cineasta.

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