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América Ferrera es una joven actriz hija de hondureños, norteamericana de primera generación, con algo de Rosie Pérez en su cara todavía aniñada y un cuerpo macizo, fuera de los cánones vigentes que autorizan rellenos de siliconas o colágeno, pero reprueban un gramo de más propio (si infringe la flacura tipo prescripta). Con sus formas redondeadas, Ferrera llama la atención ya desde los avisos de las páginas de espectáculos tachonados de bellezas de glamour más o menos pasteurizado: ella es la protagonista de Real Women Have Curves (Las mujeres verdaderas tienen curvas), un film independiente en el que participan varias latinoamericanas residentes en los Estados Unidos: la directora es Patricia Cardoso, colombiana; la pieza teatral, sobre la que se basa Real Women..., de inspiración autobiográfica, pertenece a la escritora mexicana Josefina López (asimismo autora del guión); y entre los primeros nombres del reparto figura Lupe Ontiveros, también de México.
América Ferrera, pues, dando alto relieve a una remerita clara, compite en la cartelera de avisos con las imágenes de las cuatro rubias abrillantadas de White Oleander (Alison Lohman, Michelle Pfeiffer, Robin Wright Penn y Renee Zelweger); de una blonda y una cobriza, Susan Sarandon y Goldie Hawn, cincuentañeras que no cejan en desplegar recursos de seducción (“imito a los galanes, me hago cargo de mi edad”, reveló hace poco Sarandon cuando se le preguntó el secreto de su permanencia) en The Banger Sisters; otra rubita preciosa, Reese Witherspoon, en irresistible ascenso, luce esbelta en el anuncio de Sweet Home Alabama, en tanto que la más personal –pero de todos modos espigada– Emily Watson se impone en la ultima realización de Paul Thomas Anderson (el de Magnolia), Punch-Drunk Love.
Entre ellas, y algunas otras que quedaran sin mencionar, América Ferrera es la única que rompe realmente el molde implantado por la gran mayoría de las producciones de cine y televisión, sobre todo en cuanto a protagonistas jóvenes que se suponen atrayentes. Por otra parte, la actriz que encarna a Ana en Real Women... no es la única de formas rotundas en un elenco con primacía femenina, poblado de mujeres fortachonas y muy expresivas, entre las que prevalecen Lupe Ontiveros en el rol de Carmen, la madre de genio vivo pero bienintencionada, e Ingrid Olin como Estela, la hermana más conformista de Ana.
Las relaciones con el propio cuerpo, con los estándares estéticos aprobados, promocionados y exigidos a las mujeres, con la mirada del varón a su vez condicionado por la incesante presión mediática, son parte de la temática de esta película cálida, emotiva, risueña, con un sustrato de rica humanidad que ha logrado conmover a los críticos de Nueva York, donde se acaba de estrenar: las frases encomiásticas del aviso comienzan con la de The New York Times, cuyos cronistas suelen ser más bien avaros en otorgar alabanzas. El otro eje argumental está dado por la erizada relación entre madre e hija, en la que se juegan diferencias generacionales y culturales que parecerían imposibles de armonizar: Ana, de 18, obtiene una beca para estudiar en la Universidad de Columbia, pero Carmen se obstina en que entre en el taller de costura donde ya trabajan ella y Estela. Como tantas madres que en el mundo han sido, son y serán, Carmen está convencida de que quiere lo mejor para su hija. Ana cede a disgusto, pero el paso por el taller –antes de decidirse firmemente por la Universidad– la acercará a un grupo solidario de mujeres, ampliará su comprensión del mundo y la reconciliará con su cuerpo en una desopilanteescena en que todas se quitan la ropa. Además, la adolescente empezará a integrar los componentes de su compleja identidad.
Patricia Cardoso, que en su momento se ganó una beca en Los Angeles para estudiar cine y se graduó en el ‘94, ha debutado con buen agüero en el largo, leal a sus raíces latinas y a su género, y sin condescendencias se ha ganado aplausos de la crítica y el público, amén de varios premios en festivales. Todo por hablar de mujeres verdaderas.