TALK SHOW
ninguna santa
› Por Moira Soto
Ella es un extraño caso de buena actriz tapada hasta los 35, edad en que es “descubierta” como símbolo sexual con picahielo en ristre y sin calzones debajo de faldas blancas. A partir de ese momento, hace diez años, Sharon Stone fue raudamente elevada a los altares del estrellato (que no de la santidad, porque el Vaticano está en contra de las lesbianas, más aún si son asesinas seriales), con Hollywood a sus pies calzados con tacos aguja, al tono del traje de Nino Cerruti con el que practicó el cruce de piernas más famoso de la historia del cine. El caso es que Stone, que venía de modelar y de deslizarse en una serie variopinta de películas (desde unos segundos en Recuerdos de Woody Allen, hasta un secundario como esposa de Schwarzenegger en Vengador del futuro, pasando por una nueva y truchísima versión de Sangre y arena, ya en un protagónico), además de ir a la comisaría sin bombacha y estar en osadas escenas de sexo con Michael Douglas, demostró en Bajos instintos que tenía talento y recursos de intérprete. Cosa de la que nadie se había enterado, ni en Locademia de policía 4 (1987) ni en –otra remake de cuarta– King Solomon’s Mines (1985).
Por otra parte, la castaña clara oxigenada, con aspecto de “reina de belleza provinciana” –según sus propias palabras– se reveló, luego del revuelo del film de Paul Verhoeven, como una brillante entrevistada con letra propia. Provocadora, deslenguada, con mucho sentido del humor, Sharon –además de decorar las portadas de Vanity Fair, Playboy, Studios y muchas otras revistas– se convirtió entonces en un personaje digno de ser reporteado. La treintañera (en la actualidad, cuarentañera) asumió el éxito sin soberbia, se rió un poco de la categoría de sex symbol que había alcanzado –sin proponérselo– a una edad en que las actrices empiezan a ser consideradas mayorcitas y a conseguir menos laburos interesantes. Se declaró abiertamente feminista, protestó contra los salarios inferiores que cobraban sus congéneres actrices, se burló de las debilidades que encubre el machismo y prometió sacar provecho (artístico, porque su cotización ya se estaba yendo a las nubes) de esa suerte de premio gordo de la lotería que para ella había resultado aceptar el papel de la escritora bisexual que rechazaron Michelle Pfeiffer y Julia Roberts.
Pero, ay, del dicho al hecho... hubo un trecho que Sharon nunca cubrió del todo, aunque lo intentó. Toda la agudeza y creatividad que desplegaba al responder preguntas no le dio para elegir buenos proyectos. Después de los desmanes con el picahielos, apareció –bonita y esforzada– en las mediocres Sliver (1993), Intersection (1994, pretendida reversión de Las cosas de la vida, de Claude Sautet), El especialista (1994, ¡con Stallone!). 1995 fue el mejor año cinematográfico de S. S. hasta el presente: hizo un gran trabajo en Casino, de Scorsese y con De Niro, obteniendo una candidatura al Oscar, y Rápida y mortal, de Sam Raimi, brillante neospaghetti western con Stone de certera vengadora. Después, inexplicablemente, la actriz se siguió dejando llevar por la manía de las remakes (de Las diabólicas, de Gloria, y hasta se le pasó por la cabeza volver a hacer Belle de jour, pero afortunadamente se quedó con las ganas), también se vistió de buzo junto a Dustin Hoffman en Sphere (1996), de buena madre en The Mighty (1998), de The Muse (1999)... Films a los que les falta 5 (o 10, o 20) para el peso (sin devaluar), por más que Sharon defendiera a conciencia sus participaciones.
Durante 2001, pequeño aneurisma mediante, S. S. tuvo un parate del que al parecer salió fortalecida. Ahora anuncia su vuelta como productora y actriz con dos proyectos: A Different Loyalty y The Devil’s Throat. Desde aquí hacemos votos para que se le den vuelta las tabas y haga tan buenaspelículas como reportajes. En uno de estos, desde el Actor’s Studio, por Films & Arts, la podrán apreciar el martes 7, a las 8.30, 14.30 y 20.30.