Vie 20.06.2003
las12

TALK SHOW

Lady Macbetty

› Por Moira Soto

De las chicas de las pesadillas ensangrentadas de Dario Argento, Betty, la cantante lírica de Terror en la ópera, es quizás la que mejor concentra y sintetiza las obsesiones del autor italiano, subestimado por la crítica -con contadas excepciones– hasta hace casi una década. Betty, la frígida perseguida por recuerdos –o fantasías, no está muy segura–, que heredó de su madre el mismo color de voz y que nada más comenzar Terror... -previo accidente de la diva de turno– se entera de que va a protagonizar Macbeth, de Shakespeare-Verdi al día siguiente. ¿Les suena a El fantasma de la ópera, ese superclásico de Gaston Leroux generador de tantas versiones y reversiones? A Argento, también, claro, porque una de las adaptaciones cinematográficas –la de Arthur Lubin, con Claude Rains, 1943– fue la primera película del género que vio cuando era chico. Pero, como de costumbre, Dario hace la suya y no nos priva –faltaba más– de manos enguantadas (de negro), objetos punzantes (cuchillos, tijeras de sastre, picos de aves) que atraviesan la carne viva y la desangran, calles y casas vacías, pasillos y escaleras, lluvia y fuego...
En cierta forma, Terror en la ópera resultó una especie de revancha de Argento por no haber podido poner en escena en Roma el Rigoletto de Verdi. De modo que en este film de 1989, no sólo se da el lujo de presentar una régie de vanguardia del Macbeth sino que además propone a uno de los personajes como su alter ego: el puestista Marco es un realizador de cine fantástico que, con típico humor argentiano, se burla de las críticas que lo mandan de vuelta a las películas de horror, indicándole que se olvide de la ópera. Obviamente, Marco no les hace caso y para Macbeth contrata una bandada de cuervos, pájaros de tan mal agüero como la ópera elegida (amén del homenaje a Hitchcock, a quien D.A. ya pagó su deuda de sangre).
Las amantes de Argento ya lo saben, y las otras –si no se fruncen ante crueldades refinadísimas y escenas de cirugía mayor bellamente filmadas– pueden ir enterándose: el maestro se ne frega en la lógica y las convenciones del thriller. Su especialidad es la pesadilla dentro de la pesadilla y la resolución del misterio es siempre caprichosa, arbitraria porque, como señala Marco respecto de sus presuntas obras, “nunca es aconsejable ver un film como guía de la realidad”. Y menos aun si hay una mujer durmiendo que sueña a una mujer durmiendo, una masa encefálica que palpita cuando se acercan las alucinaciones o un amante de la finada madre de la protagonista (cuando ésta era niña) que parece a lo sumo su hermano mayor.
¿A quién de nosotras que haya ingresado gustosa a este universo paralelo le pueden importan estas nimiedades cuando a lady Betty el encapuchado enguantado le pone pestañas de agujas para obligarla a mirar el degüello de su frustrado amante? Porque aquí, devotas del chucho terrorífico, Argento se pone salomónico y desangra a pareja cantidad de mujeres y varones. Y el que no pierde la vida al menos pierde un ojo, devorado por un cuervo vengativo después de una prodigiosa toma subjetiva (del ave revoloteando en un teatro lleno de gente).
Binoculares, cámaras, pantallas de TV, equipos de audio, Brian Eno y Verdi (más un toque de Puccini), ojos muy abiertos y ojos vendados, traumas de la infancia y, ya saben, el asesinato como un arte prologado por excitantes digresiones, se conjugan en este shock de violencia sublimada hasta la abstracción. Que termina, como dicen en el noticiero de la tele, con un coup de théatre, pero no en la sala donde actuó Betty sinoen los Alpes, con bosques de coníferas y cielos muy azules. Sí, el mismo escenario abierto de La novicia rebelde, una chica que cantaba otras canciones que no traían mala suerte (salvo la de cargar de un saque con siete hijos y el capitán Von Trapp).

Terror en la ópera se proyecta por la señal de cable MGM durante junio: el 26, a las 20; el 27 a las 0,30 y 15,30, y el 30, a las 15. También está editada en video, así como otras joyas de Argento: Rojo profundo, Suspiria, Infierno y Syndrome.

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