› Por Ariana Harwicz *
Los nietos son los orgasmos de la vejez. A cada edad lo que le toca, los jóvenes miran con compasión a los viejos porque se quedan un viernes a la noche, los viejos a los jóvenes porque salen un viernes a la noche. Parejas que pasan, bebés adentro y afuera. Bebés empezando a caminar, sobre los pechos, bebés en los estómagos, programados para hacerse esa misma tarde en un lugar cómodo, aireado, bebés en estado embrionario. Bebés que no llegan. Bebés deseados en salas de espera, en operaciones. De catálogos. La sombra tiembla. Salgo de ahí. Limbo de edad, qué cuerpo tengo, ya púber, ya mayor de edad. Camino sobre maderas, corro sobre unas vigas mirando el suburbio, cruzo una vía, el conductor del tren me grita. Pasajeros parados en el techo me silban, se arrastran con la mirada entre los vagones. No sé qué edad tiene mi sexo pero acaban de decirle conchita. Yo no tengo conchita. Tengo que estar caliente pero no estoy, me obligan diciéndome por la calle, el taxista cuando me llevaba una mañana a clases, vos se la chupás a tu novio, a ver mostrame la lengua, sacala a ver cómo haces. Otro cuando iba al dentista con doce, los aparatos de arriba y de abajo me pegaban la boca, ni bien crucé, qué rico perfumito tenés. Hace calor, cuidado que afuera hay de todo, drogas, tipos dados vuelta. El que me siguió por la Rambla en Mar del Plata masturbándose como un perro. Atrás el perruno vibrando, adelante pescados en los baldes y el cartel luminoso Quilmes sobre la línea del mar. Qué palabra concha. La conchita, la conchita, mostrame la conchita. El tipo del ascensor de mi compañera de grado, bajate un poco eso, así la veo. Dale, la quiero ver bien. El porno que te obligaban a ver en los balcones. Y cuando te enseñan en un recital que tenés que mostrar las tetas para hacer pogo y verlas rebotar. Cuando te dicen así se acaba, acabá sobre la almohada pero sin manchar, pensás en esa eyaculación y no viene. Me voy de la ciudad, del suburbio, en micro. Kilómetros de negro enrojizado. Ver volar cerezas. La velocidad de un vuelco en la banquina. Pasar la noche entre reses palmadas. El cuerpo amoratado tirado en el camino, las bolas duras hinchadas en la entrepierna. Nadie me ve. Puedo caminar las piernas de montura. Puedo arrastrarme panza abajo hacia el reguero. Chuparme de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Verme oscurecida de ganas. La delicia subir por mis órganos. Volverme rea de tanta chupada. Me voy tornando pato. Blanda, acariciable, acuática, los huesos rompibles. Me acuesto abierta. Salen flores de los labios, miles de insectos que dejo entrar, me meto las dos manos, tan adentro que salen por la boca. Me meto los pies y los deditos nadan. Mi líquido es una seta, lo pruebo, gusto rico a cerda, lo bebo entero como una meada ardiente. Me cae del paladar al cuello, me cae por los costados de las tetas, me cae hacia atrás por la espalda hasta la cintura, eso era.
* Escritora, autora de Matate, amor (Lengua de trapo), La débil mental (Mardulce) y Precoz (Mardulce).
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