Sandra tiene 46 años y hace casi tres que dejó la cárcel de Ezeiza por la causa por la que están detenidas la mayoría de las presas: comercialización de estupefacientes. “La carátula siempre es ésa, pero en verdad yo tenía solo para consumo.”
Cursó parte de la carrera de Sociología dentro de la cárcel, junto con Carmen, y al igual que ella le quedan unas 15 materias para terminar. “A mí la universidad me abrió un camino de conocimiento, otra cosa completamente diferente. Yo hubiera entrado apenas llegué, fue un estímulo inmediato. Pero no me dejaron porque al principio tenés que estar en elPabellón de Ingreso, donde no tenés ningún derecho. Recién después pasás al Pabellón General.”
Llega a la entrevista firme y con la letra aprendida de lo que quiere que se sepa: que la experiencia universitaria y estudiantil en general es trascendental para las mujeres detenidas, pero que no sirve si no se las apoya cuando dejan la cárcel. “Estudiar en la cárcel es una posibilidad única. Las clases casi personalizadas –yo tuve clases para mí sola– es algo único que tiene más que ver con la voluntad de los docentes que con el apoyo de la UBA, que se mantiene a pulmón, y que al SP no le gusta porque, entre otras cosas, la universidad te protege: además de hacerte conocer tus derechos, pueden evitar que te trasladen.”
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