Debajo de las siliconas, que es lo que ve la gente, está lo que uno se debe contar a sí mismo. Para mí no es tan fuerte el tema de contar una historia a los demás, eso es fácil. Lo más difícil es contártela a vos mismo, y que esa historia te sostenga.” La historia que Lohana Berkins eligió contarse para construirse incluye un momento visual privado que socializa a manera de instancia simbólica inaugural: “Me desnudé a mí misma –dice–, me miré en un espejo, miré que Lohana tenía pene y tetas, me abracé, lloré conmigo misma y se acabó”. A partir de entonces, dejó de buscar las explicaciones correctas a dar ante el mundo porque, sencillamente, decidió que ese tiempo ya había pasado. Discriminó entre “la Lohana activista” y feminista, la que sostiene un discurso político en el ámbito público, y la “Lohana mortal, la mina que vive en Barracas, la que se come todo, la que va a pelearse en la feria con la tamalera los domingos”.
La activista es la que acaba de llegar de un encuentro internacional de organizaciones Glttbi que se realizó en Europa y está segura de no haber pasado desapercibida. “Travesti, sudaca, salteña, comunista, feminista y a favor del aborto: era el maxicombo de la discriminación”, y, con la impunidad de quien sabe jugar con la protección de la corrección política (tan presente que ella y las demás representantes de minorías sexuales sudamericanas volaron invitadas por el Estado vasco, fueron recibidas por las autoridades, alojadas en hoteles con varias estrellas) para hacerla estallar, tomó el rol de tirabombas.
–En todo el encuentro se hablaba de varones y mujeres, y estaban las y los transexuales. Entonces, de repente, yo decía “cuestionemos el binarismo”, porque me veía violentamente puesta a elegir entre dos casilleros solamente. Era como “bueno, las transexuales son mujeres”, y yo decía “perdón, pero el recorrido corporal de una travesti, de una transexual o de una compañera lesbiana no es el mismo que el de una compañera bisexual. Atrevámonos a poner en la mesa las diferencias”. En ese incomodar en ámbitos más preocupados por plantear la necesidad de reivindicaciones “burguesas y waltdisneyescas” como el matrimonio (porque “la unión civil no es prioridad nuestra cuando todavía estamos desempleadas”), Lohana buscó plantear un debate sobre “cambios más profundos en la sociedad, porque yo estaba ahí no solamente por lo gay, travesti, lesbiana, bisexual, transexual... sino también por otras ideologías. Yo quiero debatir esas otras cosas también, no quedarme en lo corporativo”.
La Lohana privada, la que no reniega de su visibilidad pública como activista, ha aprendido en ese trayecto de negociaciones políticas que la llevó al activismo, por ejemplo, que “el travestismo, sobre todo vivido en términos latinoamericanos, es un término que está en construcción”, y que reivindica la capacidad conflictiva, cuestionadora, como marca propia.
–Yo rescato que irrumpe, que rompe con esta binariedad tranquilizadora de “soy hombre”, “soy mujer”, porque por supuesto que para mí sería mucho más fácil ponerme en uno de los casilleros y terminar el problema. Pero ser travesti es dar un salto al vacío, y ése es su mayor valor. Lo único certero que yo abandoné es la certeza de haberme construido, establecido en un solo parámetro. Ese salto al vacío fue superdesafiante, y veo que lo es para las propias compañeras, eso de no saber bien qué somos, de tener una genitalidad, de construir otra corporalidad, de poner el cuerpo a una ceguera de la sociedad. Hubiese sido más tranquilizador para mí haberme enrolado en el discurso de “bueno, soy una mujer atrapada en un cuerpo de varón, estoy en un cuerpo equivocado, soy chicha en un envase de vino fino”. Pero yo no estoy en un cuerpo equivocado, ni tampoco dentro de mí –por más contundente que sea mi corporalidad– cabe otra persona. Yo soy esto y se acabó. No soy una chica en envase equivocado. Y bueno, habrá otro sabor.
El aprendizaje, también, incluyó notar que “la gente todo el tiempo se siente con la absoluta libertad de invadir y quiere que vos le montés el reality show donde quieran, quieren tener su Laisa personal”. Lohana contaba “la triste historia de la vida”, convencida de que “la gente te iba a entender”, hasta que se hartó de “esa cosa de la iddishe mamme de lavar la culpa a los demás”: ahí comenzó a cuidar su privacidad, a hacer que el ser travesti no fuera el eje de todas las conversaciones ni relaciones personales.
–La gente no logra ver que eso es difícil, que cada una tiene una historia, nos estereotipa y eso nos deshumaniza. Pero las cosas pueden cambiar. Yo vivo con mis sobrinos, con mi familia, yo me la construí, soy una madraza, no, una tiadraza... matriarcado no es, patriarcado tampoco, ¡un traviarcado! Lo mío es un traviarcado, porque la sostén de esa cuestión, en casa, soy yo, y me encanta. Paso momentos muy lindos, muy profundos, al ver crecer a mis sobrinos con la diferencia, poder hablar. En mi casa, la palabra travesti no tiene ninguna connotación, tampoco el lesbianismo, el ser gay, ellos pueden vivirlo sin lo peyorativo. Para mí, ser travesti es la forma de haber encarado la vida. Si volviera a nacer, lo elegiría de nuevo, es un viaje de ida que admite todos los tránsitos posibles.
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