Marcela Romero está a favor de tomar el lenguaje por asalto y, antes que apropiarse de términos conocidos, acompañar las acciones con otras palabras que nazcan como propias y positivas. “Hablar de travestismo –dice– es algo anacrónico, es como decir ‘tal es hombre y se viste de mujer’, sin respetar el género. Para definirnos, nosotras hablamos de personas ‘trans’, que incluye travesti, transexual y transgénero”. En “travesti”, en cambio, ella encuentra reminiscencias asociadas a experiencias del orden de la curiosidad y los márgenes: “Es más para personas que hacen shows, para transformistas. Es también de lo que hablaban los edictos policiales durante el gobierno militar, cuando éramos detenidas por usar vestimenta femenina y no se respetaba nuestro género, las leyes nos juzgaban como hombres vestidos de mujer”. Ella era una de esas detenidas.
–Tengo más de 40 años, viví la dictadura, vengo de ese sufrimiento. Durante la dictadura ya era trans, iba detenida, estábamos en la cárcel de Villa Devoto, nos cortaban el pelo, era una persecución terrible. Lo que hay ahora es una persecución hacia nosotras. Todavía lo veo, ahora, a nivel de la policía. Y es que nuestro país es bastante racista. Cuando una de nuestras compañeras dice “ahora van a venir nuestras representantes”, la gente supone que va a aparecer una con tres kilos de tetas, cintura de avispa y pelo planchado, ojos verdes. Pero no, somos personas que venimos de una lucha fuerte, no ese estereotipo.
La falta de contención, de proyectos de vida, de protección ausente que ve en muchas de sus compañeras era la misma que ella sentía hasta principios de los 90, cuando el horizonte del largo plazo era sobrevivir al día a día con el dinero obtenido a cambio de ofrecer su cuerpo en la calle. Todavía sentía que el reclamo, el levantar la voz era un terreno vedado, porque “la misma sociedad te va llevando a que te acostumbres a eso”.
–Eso te lleva a vos misma a discriminarte, a decir “no sirvo para nada: si salgo a la calle, me para la policía; para vivir, tengo que pagar más en el hotel; si no soy linda, cuando salgo a la calle tengo que estar peleándome con la sociedad, porque la gente me grita, me insulta”.
Pero entonces, en 1993, comenzó con el activismo, y desde entonces pudo “hacer otras cosas, conocer también otras cosas”. Vislumbrar las redes posibles, hacer las primeras sentadas frente a casa de gobierno, frente a las comisarías de Palermo donde eran detenidas y obligadas a pagar coimas, el comenzar a organizarse viendo que ni ella ni sus compañeras eran las únicas, que no vivían situaciones excepcionales sino en común, cambió radicalmente esa pasividad. Ahora sostiene reclamos: “Todas deberíamos tener la posibilidad de tener una buena educación, porque así podés saber tus derechos cuando vas a un hospital, tus derechos si te van a detener”. Siente que la lucha, la privada y la colectiva, es un camino que empezó a caminar hace años y en la que todavía faltan pasos (“en Capital, donde la organización logró terminar con los edictos, la problemática no es la misma que en Corrientes o en Jujuy, donde las detienen hasta 72 horas y les piden multas de 200 pesos”). Por eso confía en organizaciones como Attta, que preside, y en las acciones coordinadas como la de la Red La Trans, la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans, que incluye a 18 países de la región y desde la cual participará de la Campaña Latinoamericana Contra la Travestofobia y la Homofobia, que cuenta con el apoyo de Onusida y comenzará en mayo.
–Una se construye su cuerpo, vas construyendo tu cuerpo y tu vida, que de por sí es totalmente diferente a la que puede tener otra persona. Nos criamos dentro de la discriminación, que es lo que principalmente le pasa a una persona trans: se construye dentro del miedo y la discriminación.
A los 10 años, cuenta, “ya veía que era una persona trans” a la que “lo único” que le faltaba era el acompañamiento corporal de un género que “en mi mente era femenino”. Las intervenciones para lograr esa unidad, los pasos para cumplir con lo que deseaba con la fuerza de la necesidad fueron varios y empezaron cuando tenía 22: la nariz, las caderas, los pechos, la vagina. El orden de las operaciones, que puede parecer antojadizo, señala un itinerario atravesado por la voluntad propia, pero también por la fantasía y hasta los patrones estéticos ajenos. Si Marcela comenzó con una cirugía estética de nariz fue porque “era una forma de seguir trabajando y seguir teniendo dinero”.
–Siempre se nos nombra vinculadas con la prostitución, con lo marginado, por eso el Gobierno no tiene un plan para nosotras a nivel de viviendas, de estudios, de salud. Esos son los reclamos que exijo como activista. Pienso que va a costar mucho, pero también pienso que lo vamos a lograr. Nosotras no estamos luchando para ver con quién casarnos o acostarnos, estamos luchando porque se reconozca nuestro género, nuestra identidad.
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