“Yo digo: ¿por qué el travesti tiene la exigencia de ser linda, ser perfecta, ser tetona, ser culona y ser puta? Hay mujeres gordas, mujeres flacas, mujeres lindas, mujeres feas, mujeres con bigotes, mujeres sin bigotes, mujeres tortas, mujeres de todo. Pero es como que al travesti se la obliga: si tenés ese atrevimiento, tenés que ser linda, divina y perfecta. Si no, no podés ser travesti, ¡sos un mamarracho! Yo digo que es ridículo, porque ser travesti y parecer mujer es menos divertido: lo más divertido es ser travesti y parecerlo.” Como gesto estratégico, Naty Menstrual se ampara en esa disidencia que trabaja la incomodidad (propia y ajena) para volverla virtud. Locutor con diploma del ISER, poeta, actriz de performances cabareteras ella reivindica sus ganas de producirse un domingo a la tarde para pasear por San Telmo, también sus ganas de ser o estar o parecer fea cuando le viene a la cabeza (o al cuerpo), pero sobre todo se interesa por subrayar el valor de lo no permanente, del transcurrir: travesti, en su boca, es un nombre que “el”, “la”, “ella”, “él” acompañan indistintamente. En su discurso, lo masculino y lo femenino alternan en una convivencia que no conoce estabilidades y hace de esa mutación gozo. Lejos de asociaciones, ongs, colectivos desde los cuales asumirse como activista, porque “hay muchas formas de trabajar, de reivindicarse, de luchar por una causa” y “ya estar saliendo a la calle de otra manera y enfrentando lo diario así es hacer política”.
–No me parece que el travestismo tenga que ser concebido como algo permanente, de todo el día, 24 horas al día. Hay otras opciones de travestismo que no se tienen en cuenta. En general, se concibe un tipo de travestismo, que es el travesti con tetas de silicona, con culo grande, y en pelotas en Palermo. Pero si vos vas y decís que hay un chabón que es gay pero que a su vez también es travesti, pero que hace un juego como de doble personalidad, porque también tiene otro nombre y otra identidad cuando se traviste, porque no se siente incómodo cuando tiene otra vida común y tranquila vestido de gay con otra identidad, se vuelven locos. Pero pienso que eso es la esencia y lo rico de esta experiencia: poder transitar de varias formas la vida. No tener que ser una cosa sola y establecida, y que te dijeron y que está impuesto. ¿Por qué no puedo estar todo el mes travestida, vestida de mujer y si de repente tengo ganas de estar cómoda, quedarme un día sin afeitarme, sin depilarme, sin maquillarme?
El relato recupera una mutación que es tránsito permanente, y ese tránsito significa búsqueda de estados que, sin embargo, también tienen un principio, el comienzo de un proceso a partir del cual Naty ha desembocado en este presente. Dice “yo soy una travesti tardía”, y sigue el hilo de la historia que empieza cuando se montaba en un boliche “y loqueaba por ahí”. Trabajaba como administrativo en una institución gubernamental y vivía con su familia, en la provincia de Buenos Aires. Desde entonces, han pasado casi diez años. En ese tiempo, hubo una vez que fue la primera, en que el regreso a la casa familiar se hizo difícil y pasó la noche refugiada en la habitación de hotel que alquilaba una amiga. A la mañana siguiente, probó travestirse a la luz del día. “Primero me montaba para salir a la puerta. Para mí era toda una aventura, nunca había andado montada en la calle. Para mí, pisar la vereda montada era un fuego terrible: ‘Ay, mirá lo que estoy haciendo, mirá si me viera mi mamá’. Y después ya di la vuelta manzana. Y una vez que di la vuelta manzana no me alcanzaron los tacos para salir corriendo y ya agarré viaje y acá estoy.” En el camino, aprendió que entre ser gay y ser travesti una de las diferencias radicales es la exposición, porque “yo voy por la calle sin travestirme y soy uno más del mundo, pero vas travestida por la calle y no sos uno más del mundo: sos el grano en el culo del mundo”.
Las intervenciones definitivas sobre el cuerpo no llegaron, aunque alguna vez se lo planteó y, a veces, la idea le tienta y se convence de que le “encantaría tener dos tetas”. Pero no sólo “es muy costoso a nivel salud”, sino que, además, ve en esas operaciones el signo de un deseo ajeno. “Fijate que Florencia de la V, yo la conozco de la noche, desde chica, porque iba a Bunker cuando era Bunker, y ella no tenía tetas, nunca tuvo tetas hasta que la fama se lo exigió. Y yo me terminé dando cuenta de que está bien, me encantaría, pero ¿al final para qué? ¿Para que te las chupe un tipo? ¡Que se las ponga el tipo!”
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