Viernes, 30 de junio de 2006 | Hoy
“Obviamente, el judaísmo nace como un patriarcado”, dice Norma Goldman, educadora especializada en temas de mujer y judaísmo. “No obstante, hay mujeres de fuerte carácter que dominan en algunas circunstancias la perspectiva del entorno social: ya sea una Sara, la esposa del primer patriarca Abraham, determinando que tiene que echar a su concubina, o Rebeca, que trama todo lo que es primogenitud. Es decir, hay un arquetipo de mujer en la Biblia que es más que la costilla del hombre: un ser pensante, que actúa, tiene iniciativa, se entromete.
“Y tenemos también en la Biblia a mujeres protagonistas, incluso de lucha. En el caso de Débora, estamos hablando de una profetisa. No es para decir que se da una igualdad porque no correspondía a la época, pero el rol femenino tuvo una preponderancia significativa. Hubo ciertamente heroínas, mujeres políticamente respetables. Podemos mencionar a la profetisa Julia que no trascendió después, aunque si se analiza el texto bíblico, aparece claramente la importancia de su papel: fue consultada por un rey, un dato no menor en ese momento, habiendo profetas masculinos destacados. Débora, una jueza y una profetisa que sale a la guerra: el jefe del ejército le dice que no irá si ella no lo acompaña. Ella le responde: entonces, la victoria será de una mujer. Y él asiente.
“Estos personajes están en la Biblia, aunque no hayan trascendido a través de las lecturas masculinas, pero sin duda hay ejemplos de mujeres al tope, o sea en roles que cumplían los hombres, más allá de que fueran buenas esposas, buenas madres... En la época talmúdica, con toda la influencia de la cultura griega, con todo ese culto del hedonismo masculino, sucede que la mujer queda relegada, pierde el espacio que había conseguido en la etapa bíblica. El judaísmo pasa a ser una obligación para el hombre, no así para la mujer que queda exenta. Porque hay poca cosa de prohibición, solo queda apartada. Lo esperable de la mujer era que sostuviera el hogar, mientras que toda la función pública es para el hombre. Es entonces cuando se instala todo el aparato legal del judaísmo con esta concepción, con los roles separados.
“Sin embargo, desde el Talmud en adelante, hay ciertos relatos de mujeres que quisieron acceder a otro lugar, que se rebelaron e hicieron cosas que no necesariamente estaban mal vistas porque, como dije, no existía la prohibición concreta, pero tenían asignado un espacio acotado. Por ejemplo, existen relatos de mujeres que se ponían el tefilin –o filacteria– en la época talmúdica, es decir, estos fragmentos que se atan los hombres en el brazo y en la cabeza para rezar, y que hoy por hoy ninguna mujer se los pone, salvo en los movimientos liberales o rebeldes. Son cajitas con cintas de cuero que contienen los rollos que llevan escritos los principios del judaísmo, y que tienen la misma connotación que el rollito –mezuza– que aparece en el dintel de los umbrales de las casas. Hay una historia incluso de las nietas de un Gran Rabino que se ponían estos textos en el brazo, pero son la excepción. No es lo esperable de las mujeres.
“En Polonia, de donde era Minkowski, hay historias de mujeres sabias. Por ejemplo, el caso de una mujer que no era exactamente una rabina porque nadie la había ordenado, no existía esa ceremonia para ellas, pero que fue conocida en el siglo XIX como la Rabina de Ludmer. Hay otros casos excepcionales de mujeres con una cierta preponderancia en algunas ciudades europeas. Pero habitualmente, la vida religiosa de la mujer pasa por hacer cumplir en su casa todo lo relativo a la religión. Y puede ir al templo, donde tiene un lugar de segunda, ya que no es la protagonista del acto religioso. Los hombres están en el centro de la acción y las mujeres quedan apartadas: esto es para no tener contacto, no distraerse. Pero lo cierto es que ellas quedan en un segundo plano, ya sea arriba o de costado.
“En la vida cotidiana, si no hay un hombre en la casa, la santificación del vino la tiene que hacer una mujer. En cuanto al rito de expiación que pintó Minkowski, se hace un día antes de Kippur, que es el día más sagrado del año. Se supone que todos los pecados los transferimos a un animal, en el caso del cuadro a una gallina. Ese es el concepto de chivo expiatorio, un acto de purificación para entrar en el Día del Perdón. En cuanto al compromiso forzoso a que alude otro de los cuadros, en el mundo judío ortodoxo más conservador, existe esta forma de compromiso y casamiento.”
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