Viernes, 30 de junio de 2006 | Hoy
Por Roxana Sandá
Habló de los desequilibrios de género como “una cuestión de la comunidad, no de nacionalidad” y puso como ejemplo a los Estados Unidos, “donde se calcula que el 70 por ciento de las mujeres sufrió violencia alguna vez”. Habló de las desigualdades privadas al recordar al juez que la consideraba “su mejor empleada hasta que me recibí de abogada y descubrió que yo era mujer, para no nombrarme secretaria del juzgado”. Es su anécdota preferida cada vez que le mencionan las inequidades de género, pero Carmen María Argibay hizo otros descubrimientos que según ella le abrieron los ojos en más de un sentido. “Cuando integré el tribunal de Tokio, que juzgó la esclavitud sexual impuesta por los militares japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, a las mujeres que declararon no les gustaba la palabra víctimas. Ellas se consideraban sobrevivientes, como una actitud vital de luchadoras. Nunca se me había ocurrido, yo estaba acostumbrada a la dupla perpetradores-víctimas”.
Y a propósito de ancestralidades que deberían derribarse, su conferencia magistral al cierre del congreso, “El papel del Poder Judicial en la prevención, sanción y erradicación de la violencia y discriminación de las mujeres” abrió un abanico que cuestionó “las supuestas culturas o religiones que hacen a las mujeres responsables de la violencia que sufren, aunque también es duro decir que alguna culpa tenemos nosotras. Nos educaron en esta idea de que el hombre es el centro del universo y lo demás queda en segundo plano. Y entonces aparece esa frase de que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, como consuelo y caramelo barato”.
Argibay lo sabe y sonríe. Jueza de Corte Suprema, soltera, no madre, observada como atea, señalada como proabortista. No le hacen mella los motes, pero los va acumulando y hasta logran provocarle muecas de disgusto. “Deben empezar a cambiar algunas cosas en este terreno donde se conjugan las pasiones humanas y que era considerado privativo de los hombres. El mundo se está volviendo más violento y es una cuestión casi atávica que las más victimizadas son las mujeres, así como es ancestral la idea de que la mujer miente, incluso cuando a muchas nos cuesta aceptar la historia real. Debemos aprender a escuchar los relatos.”
Su estrategia para procurar esos oídos ausentes en los ámbitos oficiales podría acercarse a algún viejo dicho del tipo “el órgano más sensible del hombre es su bolsillo” y, con experiencia de bruja sabia, sacar a relucir “el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre cuánto pierde el Estado a partir del fenómeno de violencia contra las mujeres. La violencia afecta particularmente la economía, y entonces empiezan a advertir que esto no sólo interesa dentro de las cuatro paredes del hogar”.
Por estos días su preocupación está puesta en la futura Oficina de Violencia Doméstica “que piensa armar la Corte”. Dijo que fue asignado el presupuesto, “pero se nos está haciendo dificultoso por la oposición de los jueces”. Es que las internas judiciales demoran la puesta en funcionamiento del organismo que a entender de Argibay se hace urgente “porque el golpeador no pega en horario de tribunales y aunque se puede ir a las comisarías, ahí revictimizan a las mujeres”.
La oficina está prevista para funcionar durante 24 horas, los 365 días del año, con un registro permanente de denuncias “porque ahora está todo disperso”. El proyecto cuenta con la simpatía de los jueces penales, “más acostumbrados a los cambios de turnos y las guardias de fines de semana”, pero carga con la resistencia de los civiles. “Habrá que crear subterfugios, no decirles a los jueces que es para ayudar a las víctimas sino para ayudarlos a ellos”, ironizó.
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