“Televisión de alto riesgo” es el título del editorial, del 23 de noviembre de 2007, del diario El País, de España, en donde subraya: “El morbo televisivo y la violencia machista resultan letales. Se impone la autorregulación”. La postura del medio de comunicación más influyente de España muestra la sensación térmica de un país decidido a frenar una televisión basura que es capaz de la apología a la violencia de género por un poco más de rating. “Fue el asesinato de una mujer que había acudido a la televisión a denunciar la vida de vejaciones y malos tratos que le había dado su marido lo que hizo emerger en España el problema de la violencia de género. Ana Orantes murió en 1997 después de que su marido la rociara con gasolina y la quemara viva. Svetlana, una joven rusa que intentaba construirse una vida digna con su hija en España, ha sido la última mujer que muere a manos de su compañero sentimental tras haber pasado por un plató de televisión. Svetlana es la quinta mujer que muere en España después de que su tragedia se cruzase con una televisión. Con la diferencia de que Ana Orantes acudió a Canal Sur para denunciar un problema que sufrían miles de mujeres y Svetlana acudió al programa Diario de Patricia de Antena 3 sin saber que la persona con la que iba a encontrarse para darle una sorpresa no era ningún familiar ruso, sino la persona a la que había denunciado por malos tratos y que acababa de ser condenada a 11 meses de prisión por ello”, relata el diario.
Y continúa en el cuestionamiento de la relación entre televisión y violencia: “Svetlana ha sido víctima de la violencia de su asesino, pero también del engaño y las artimañas de un género televisivo que con frecuencia traspasa los límites de la dignidad y de la ética. ¿Hubiera acudido Svetlana al programa de haber sabido que se iba a encontrar con su novio? Esta es la pregunta que deben responder los responsables del programa. Más allá de la eventual responsabilidad civil en que hubiera podido incurrir la televisión por un posible daño al derecho a la intimidad y al honor, es evidente que el caso plantea con crudeza la cuestión de hasta dónde están dispuestas a llegar las televisiones por la audiencia. La ley del “todo vale” está llevando el género de los reality show por caminos cada vez más cenagosos y es hora de plantearse si se ha de poner coto a un modo de hacer televisión basado en la instrumentalización descarada de la desgracia ajena”.
“Con este tipo de programas, la televisión se convierte en escenario de riesgo. Es sabido que el despecho del maltratador se vuelve más furioso cuando la humillación se hace pública, y no la hay mayor que sentirse rechazado ante millones de personas. Pero son también escenarios de riesgo porque degradan la imagen de sus protagonistas. Los responsables de estos programas pueden alegar que nadie va contra su voluntad a la televisión, y será cierto, pero también lo es que hay muchas maneras de engañar.
Puestos a buscar protagonistas para el espectáculo, siempre habrá alguien suficientemente vulnerable desde el punto de vista emocional, cultural o social a quien tentar, o alguien dispuesto a pagar con el ridículo el precio de tener cinco minutos de notoriedad. Los responsables de la televisión deben aclarar de una vez si están dispuestos o no a autorregularse. Porque, de lo contrario, la sociedad tendrá que adoptar otras medidas para defenderse”, plantea El País. Una duda que, sería bueno, retumbe en los medios de comunicación argentinos.
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