“Tenía contacto con la Resistencia de Buenos Aires. La línea éramos Ricardo Rojo, el Bebe Cooke, Facundo Larguía y yo. Larguía era la oveja negra de la familia, amigo de Perón y del Che. En su estancia de Arroyo del Medio, al sur de Santa Fe, se izaba la bandera azul del rosismo y cada dos por tres escondía a alguien. Un día me llama para decirme que había un problema en Buenos Aires y que debía viajar a la estancia. Cuando llego me explica que (el 12 de agosto de 1963) la Resistencia había secuestrado el sable corvo de San Martín, que ya no daba para mantenerlo allá porque estaban muy cercados y me pregunta si puedo hacerme cargo, a lo que respondo ‘por supuesto’. Dos días después llega a la estancia un coche transportando eso que no debía nombrarse y lo escondemos en mi auto. Decido esperar hasta las dos de la mañana para salir del campo, porque a esa hora la caminera toma mate, y emprendo viaje para mi casa de Rosario. Al sable lo tuve un tiempo bajo el sofá del living, donde hacíamos las reuniones del socialismo. El único que advirtió la presencia de ese objeto extraño era mi perro, Tupac Amaru. Hasta que un día me llamaron para transmitirme la clave con que lo vendrían a buscar. Se presentó un oficial de la aeronáutica de Córdoba, pasó la clave, le entregué el sable. Y yo me reí al otro día cuando todas las radios, los diarios, anunciaban se devolvió el sable corvo del general San Martín.”
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