› Por Tammy Quintanilla *
El debate sobre la prostitución todavía es un tema espinoso para el movimiento feminista en la región y en el mundo. Sigue existiendo una reticencia a profundizar, por el hecho de tener que considerar si se es abolicionista o reglamentarista, y de este modo se vuelve necesario que se reconozca la prostitución como trabajo sexual para reivindicar los derechos de las mujeres. La polémica persiste y el feminismo no tiene una posición. Por otra parte, desde las organizaciones de trabajadoras sexuales advierten que si empezaron en esa actividad es porque no tuvieron otras oportunidades. No lo eligieron como una alternativa más entre otras. Que algunas de esas organizaciones lo entiendan como trabajo es una manera de aceptarse, y esa posición es respetable. Pero todas las mujeres que están en prostitución revelan que no empezaron eligiendo. Esta falta de oportunidades es también una causa para que las mujeres terminen en el comercio sexual. No es una causa del comercio sexual como fenómeno social, sino de los motivos por los cuales las mujeres terminan ejerciendo la prostitución. ¿Por qué en los Estados no se visibiliza todo esto? Porque en éstos hay personas, y a las normas, que son las herramientas de los Estados, también las hacen personas. Todos esos actores tienen una visión cultural según la cual, basándose en el patriarcado y la dominación masculina y el egocentrismo, la prostitución es una figura institucionalizada socialmente. No se cuestiona a los prostituyentes, porque se considera que la masculinidad requiere que haya servicios sexuales disponibles las 24 horas. En cambio, no se concibe en esos términos a las mujeres. Están las que se portan bien, las decentes, las virtuosas, las casadas. Y están las putas. Son las cautivas de esa cosmovisión que se traslada a las normas, que a su vez representan las concepciones culturales. La prostitución es una práctica arraigada y justificada culturalmente en mitos tales como la necesidad irrefrenable de los hombres, o la prostitución concebida como una vida alegre. La mayoría de las mujeres que se prostituyen tuvieron una niñez y adolescencia de violaciones sexuales, marginación, abandono moral de sus familias, manipuladas por sus propios padres y sin oportunidades de educación ni trabajo. Mientras tanto, los estados consideran la trata un delito, emiten legislación y programas nacionales, pero siguen haciendo intervenciones violentas contra aquellas mujeres que ejercen comercio sexual, sin siquiera fijarse si en esos procedimientos hay víctimas de trata. No existen políticas verdaderas. Si se sigue sin articular la dinámica existente entre el comercio sexual y la trata, si se empecinan en diferenciarla, va a seguir siendo muy limitada la acción del estado.
* Abogada. Activista del Movimiento El Pozo, de Perú.
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