Viernes, 1 de agosto de 2008 | Hoy
Por Felisa Pinto
La primera referencia concreta que tuve sobre Leonor Fini, ya entonces figurita difícil, sinónimo de mujer libre y artista consagrada por el surrealismo francés, fue en Buenos Aires, en noviembre de 1950. Era el día de mi cumpleaños cuando destapé y olí la fragancia densa y especiada de un frasco del flamante perfume Shocking de Elsa Schiaparelli, regalo recién traído de París por mi primo favorito, Juan Prat Gay, quien me lo alcanzó diciendo con unción fanática: “el frasco es un diseño de Leonor Fini, una amiga y pintora surrealista maravillosa, que se inspiró en el torso de Mae West”.
Poco tiempo después, Juan se instaló en Italia, dedicándose al teatro, formándose con Georgio Strehler y cuando devino metteur-en-scène, partió a Madrid. Allí estrenó hacia fines de los ‘50, con la misma pasión con que había sido músico en su juventud y pintor en los finales de su vida, la obra Casa de muñecas, de Ibsen. Bajo su dirección eligió la escenografía y vestuario de Leonor Fini. Un trabajo deslumbrante y suntuoso, donde todo era descollante, empezando por la ropa de Fini, confeccionada con las mejores telas de Europa, carísimas, en los mejores talleres madrileños (algunos aseguran que en el de Balenciaga). La elección de mobiliario, ornamentos y elementos escénicos, también elegidos por Fini, justificaban los costos de una puesta magnífica dirigida por Prat Gay, que gastó, literalmente, la herencia que su padre le dio en vida, y nunca pudo recuperar. La sala del teatro lucía exagerada en los atuendos de la gran burguesía madrileña la noche del estreno, solo apenas salpicada, en la platea, por intelectuales y amigos del director como Héctor Biancciotti, sin sospechar entonces que alguna vez se convertiría en escritor y miembro de la Academia Francesa de Letras, décadas después. Y tampoco supo que conocería aquella noche, de Casa de muñecas, a Leonor Fini y vivirían luego juntos bastante tiempo. O formaría parte de algún trío, fórmula que la Fini consideraba recomendable para llevar una vida doméstica, saludable y singular. Ella, un amante y un amigo, como Estanislao Lepri, un diplomático italiano y el escritor polaco, Constantin Jelius, con quienes vivió y viajó durante 5 años. Otro trío à la Fini fue la vida diaria que llevó, en los años ‘30, con André Pyere de Mandiargues (escritor surrealista y coleccionista de muñecas autómatas y eróticas, a quienes instalaba luces en el sexo. De este autor, la editorial Sur, de Victoria Ocampo, publicó un libro de cuentos mucho después, en los años ’60) y el fotógrafo Henri Cartier-Bresson, junto a quienes Fini realizó su otro sueño de tri-pareja privilegiada.
Amiga entrañable de Cocteau, De Chirico, y Moravia, pintó retratos memorables de ellos y otras celebridades de distintos rangos: Ana Magnani, Alida Valli, Elsa Schiaparelli, Jean Genet y Paul Eluard, entre otros. Fue Eluard, justamente, quien mejor la definió, diciendo: “Quand c’est Fini, ça commence!!”.
En estos tiempos en que toda imagen es posible, las huellas estéticas de Fini pueden ser rastreadas tanto en el cable como en Internet. Por ejemplo, el vestuario que ella hizo para Romeo y Julieta, de Renato Castellani, o su trabajo para el film de John Huston A walk with Love and Death, con Angélica Huston y Assaf Dayan, hijo de Moshé Dayan.
Y también se puede descubrir su pintura arrolladora y barroca en sus retratos surrealistas, vía internet. Especialmente el de la princesa Ruspoli, con una daga en la mano, donde reluce amenazante el filo, sobre terciopelo oscuro. No hay escote, las mangas son largas, y su mirada alucinada acerca esta obra a una estética severa, casi más cerca de Felipe ll que de la sensualidad desbordante y el erotismo del lenguaje pictórico de Leonor Fini.
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