Agradezco no ser una de esas mujeres que creen que adquirir una Vuitton es tocar el cielo con las manos. Me parece brutal, hasta obsceno, gastar miles de dólares en una cartera.

Ahora... ¿no me gusta Louis Vuitton? ¡Me encanta! El clásico bolso con monograma es el comodín para cuando no sabés o no tenés ganas de pensar con qué cartera te va el equipo que te pusiste. ¿Entonces? Adhiero al Fake Vuitton (las imitaciones baratas). No le doy tooodo ese dinero a la megaempresa, pero sí me doy el gusto a mí. Y poniéndome un poquito más boba, hasta me parece cool. Pensarán: pero luciendo “la Vuitton” le está haciendo propaganda a la marca. Me gusta ese modelo y yo sé que no pagué una fortuna. Soy mujer y ejerzo mi condición de contradictoria libremente.

Eso no va a cambiar. Como no va a cambiar tomar prácticas de ashtanga 4 veces por semana y cualquier trago a base de buen vodka cuando se pueda... O gastar tupido por un par de zapatos que me enamora, sabiendo que hay algo más urgente que pagar, pero confiando en que lo vamos a resolver (y lo resolvemos). Muchas de nosotras actuamos así...

Corremos al cine a ver a Kurosawa con la misma intensidad con que vemos Sex and the City para radiografiar el vestuario de Carrie. ¡Déjennos consumir en paz! Eso no nos hace insensibles o menos buenas. Yo creo en el equilibrio. La compulsión es enfermedad.

Y aunque el consumo nos alivie algunos momentos, no es consumo desorbitado lo que necesitamos las mujeres.

Lo que necesitamos las mujeres es el fin de la ablación, encontrar a nuestros hijos y nietos desaparecidos y apropiados, no ser víctimas de la trata de personas, no ser golpeadas por un hombre cobarde, una caricia a tiempo y un abrazo fuerte.

Hagan una encuesta.

No creo que exista una mujer que cambie alguna de esas cosas por un día tenedor libre de shopping.

* Actriz y conductora de radio.