Viernes, 5 de febrero de 2010 | Hoy
Por Moira Soto
“Sinceramente, estoy pasando el mejor momento de mi existencia, de una vitalidad enorme, de gran intensidad diaria que voy llevando bastante bien, aun en los momentos en que cunde el cansancio. Por suerte, estos proyectos tienen fecha de vencimiento, lo que te permite dosificar las energías”, dice Muriel Santa Ana, actriz orquesta, dotada para la comedia y el drama, para el teatro y la TV (sólo falta que la descubra el cine), integrante del grupo de música experimental rock pop Ambulancia.
–Es así, mi impresión es la de un paso tranquilo, continuado. Pequeños pasos, tal vez, en una línea ininterrumpida de experiencias, de gentes, de lugares que fueron armando el mapa de mi vida hasta ahora.
–Sí, en ‘94, ‘95. Estudiaba en ese entonces con Guillermo Angelelli en un momento de gran compromiso, casi religioso, con el teatro. Estaba muy enganchada con Borges y mi papá, casi como dando una tarea de padre a hija, me dijo que organizara los textos que más me gustaran. Preparé un repertorio sin saber para qué. A él lo llamaban de distintos lugares para que dijera poemas. Así fue que hicimos algunos recitales, fue muy lindo.
–Hasta ahora, mi mejor experiencia teatral fue en Las tres hermanas, interpretando a Natascha, personaje que tenía sus rasgos de locura, de un humor involuntario y patético. La televisión es otro lenguaje, que depende mucho de la velocidad de la escena, de cómo lo cuenta la cámara, de la edición, la música que puede subrayar... Si hablamos de una inclinación, te puedo decir que de chica brotaba en mí un sentido del humor para contar cualquier historia. Pero claro, provocarle risa a tu familia no es lo mismo que ponerte al hombro situaciones de comedia y hacerlas funcionar dentro de una ficción. La verdad es que antes pensaba que iba a ir para el lado del drama, me veía de grande haciendo a Hécuba en Las troyanas, marcada por las actuaciones de María Rosa Gallo, de Elena Tasisto... En los últimos años hice el Woyzeck de García Wehbi, la oscuridad total, un bajón. Después, Chicas católicas, en plan de comicidad desaforada. Me llevé muy bien con Verónica Llinás y me sentí cómoda haciendo comedia.
–Bueno, en este programa tengo una libertad enorme para decir lo que se me ocurra a partir del libro, que está muy bueno. Eso me divierte mucho, improvisar dentro de los márgenes que permite la escena. Me adueñé de Lucía, la entiendo, la tengo. Me puedo equivocar alguna vez, pero sé que estoy bien orientada.
–Es una locura. Hoy justamente le decía a un amigo que sin la experiencia de Lalola, Ciega a citas habría sido impensable para mí. Por el ritmo que aprendí a manejar y por haber visto a una actriz como Carla Peterson en acción al frente. Lo de ella era espectacular, su alegría de trabajar con semejante responsabilidad. Entonces pensé que si alguna vez me tocaba algo por el estilo, yo iba a ir por ese lado: estar comunicada, intercambiar con los actores. Que es lo que hago ahora: pongo mi vida todos los días ahí. Puedo estar exhausta, no dar más, pero no quiero dejar de participar, de compartir con este elenco rarísimo, tan especial, con alto porcentaje de gente poco conocida. Aunque haya nombres como los de Georgina Barbarossa, Osvaldo Santoro, Rafael Ferro, Silvia Montanari...
–¿Viste lo que es Luz? El estado, la mirada que tiene ese personaje. Ella introduce otro color, otra temperatura. Yo me agarro mucho de Luz. Soy de pegarme a los actores, les pido que no me dejen sola.
–Silvia trae el espíritu de la comedia y es una persona encantadora. Las devoluciones más conmovedoras me las ha hecho Silvia, al oído. Desde el primer día la sentí cerca, por el tono que usó para decirme “Que Dios te bendiga”. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
–Bien porque sé hacia dónde va, conozco su camino de cambio. Me gusta porque a su manera no se rinde. Está en una edad, los treintipico, en que las mujeres nos complicamos bastante. Lucía siente que llegó tarde a algunos lugares. Tiene sus ambiciones como periodista, pero le dan el horóscopo, las cartas de lectores. En ese sufrir la acepto, la quiero. Lo que me aleja es la autocompasión, cuando se victimiza. Lucía se pone en movimiento por la apuesta que hace la madre, pero a ella no le pesa la soledad. Eso también me gusta, es fuerte. Pero no habita su mundo todavía. Y es digna hija de su madre: autoritaria, despreciativa sobre todo con los débiles. Todo esto con el delicado equilibrio que pide la comedia: aquí querría mencionar a Gustavo Luppi en el piso y Daniel de Felippo en exteriores, que a partir de los lineamientos de Taratuto, sostienen el día a día. En cuanto a Manucha y Lucía... podrían acercarse, pero los esfuerzos que hacen son vanos, erráticos. La madre no acepta la autonomía de la hija, tampoco ese cuerpo con sobrepeso. Y Lucía desea, necesita que Manucha la escuche, la mire, la valorice. Muchas chicas en los 30 se me han acercado para decirme seriamente que sus madres son como Manucha.
–Sí, Lucía tiene esa debilidad con su hermana Irina, por más que se peleen. Y la verdad es que yo actúo con María y me emociono, algo más allá de la escena. Yo, Muriel, tengo debilidad por María, le tengo mucho cariño, me conduelo por todo lo que le ha pasado siendo tan joven. Compartimos camarín, la tengo cagando: ¡María, las botellas se tiran! Después me ablando: Contame, cómo estuviste el fin de semana...
–Intuyo que con Ugly, me atrae la idea de ese encuentro porque él la quiere por ella misma, tal cual es. Aunque debo decir que preferiría que ella no terminara con alguien. Que haga el cambio, sí, que descubra que puede estar disponible para el amor, pero que ése no sea su único eje. Que esté verdaderamente bien con ella misma. Y que no termine casándose, por favor. Si la cosa viene de boda, renuncio. Esta no es una comedia escapista, trata sobre temas vitales, profundos. Yo me siento concernida, modificada. El tema del cuerpo es una cosa muy seria.
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